Pequeña Flor:
Tantas cosas que decirte y un nudo en la garganta tan grande que no sé por dónde empezar. El otro día recordaba, casi sin darme cuenta, que hacía ya un año que descubrimos que tu corazón había dejado de latir en mi interior. Y ese descubrimiento, ya de por sí fatídico, dio paso a una de las peores experiencias de mi vida. Un periplo triste y de separación cuando un parto debería ser un canto a la vida y a la fecundidad.
Dar oscuridad, en lugar de dar a luz... Crear muerte en lugar de crear vida... Y hacerlo en un ambiente frío y hostil, reclamando pequeños huecos y espacios para la despedida antes de ver mi cuerpo un poco más mancillado por la maquinaria médica. Y lo peor de todo: tu ausencia.
Y aquí estamos, un año después, llorando todavía las dos por esta separación. Y, sin embargo, también felices por ese hermanito que viene de camino, que ha vuelto a llenar de vida la pequeña cueva que tu dejaste tan solitaria, tan llena de vacío. Y ya con la fecha cumplida, con el aniversario conmemorado, vuelvo a ti para celebrarte, para recordarte, para reivindicar tu espacio único, que no por ser más etéreo deja de ser tu espacio propio en esa familia.
Y quizás necesito pedirte permiso, por esa culpabilidad que nos colgamos todas las madres desde el primer momento. Permiso para disfrutar de este parto, para desbloquear mi cuerpo, para sentir y vivir sin tapujos todo lo que está por venir. Sé que no necesito hacerlo, sé que desde tu estrella nos miras, sonríes y asientes, quizás solo sintiendo el hecho de no poder estar más cerca para acompañarnos en esta nueva etapa del viaje.
Querida Pequeña Flor, quisiera pedirte un favor muy grande. Un favor enorme. Quédate cerca. No te vayas lejos, tienes las puertas abiertas. Me gustaría que acompañaras a tu hermano en este viaje, que le cogieras de la mano y le guiaras amorosamente hacia su nueva vida, llena de incertidumbres, pero vida al fin y al cabo. Que le dieras fuerza y seguridad. Sois hermanos y eso es un vínculo imborrable. Él puede estar tan seguro como tú de mi amor, del de su padre y sus otros dos hermanos, pero quizás tú más que nadie puedas acompañarle ahora de corazón a corazón.
Me gustaría que no fueras una mera acompañane en el proceso sino que aprovecharas la ocasión para vivir la experiencia que te fue negada. No el amor de tu madre, que ese siempre lo tuviste, pero si un viaje inciático lleno de gozo y no de pesar, porque tú también te mereces disfrutar de esa experiencia como la que más.
Me gustaría sentirte de nuevo dentro de mí y alumbrarte caliente y húmeda hacia una nueva dimensión. En realidad, me gustaría alumbrarte hacia una nueva vida, pero eso es imposible. Lo cambio por una nueva dimensión en nuestra relación, una nueva maternidad para ti y para mí, en la que esa experiencia traumática ya no se interponga entre nosotras y podamos estar más cerca, más unidas que nunca, dando fuerza a esta familia para afrontar todos los retos que tenemos por delante.
Y que de la mano, de corazón a corazón, tú y yo encontremos también fuerzas dar la bienvenida al benjamín de la familia, para encontrarle su propio sitio y para animarle en su lucha particular.
Queridos hijos. Os espero. Os deseo. Os amo.
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lunes, 3 de febrero de 2014
lunes, 21 de octubre de 2013
Mensaje en una botella
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Dibujos y mensajes de Darío, Diana, Mamá y Papá para Pequeña Flor y para Santi. Os llevamos siempre en el corazón. |
¿Que te quiero mucho? Eso ya lo sabes. ¿Que te echo a faltar con cada poro de mi piel? También. ¿Algo bonito para tener una foto de recuerdo, un pequeño altar que dedicarte entre las instantáneas de tus hermanos que puebla nuestro salón? Quizás.
Te haría un dibujo, pero el artista de la familia es papá y mis garabatos no podrían reflejar todo lo que siento. Te escribiría un poema si no me sintiera torpe manejando rimas y contando sílabas cuando yo lo que quiero hablar es del amor más puro y sincero y de la tristeza más profunda y desoladora, todo mezclado en una píldora que tengo que hacer pasar cada día. Te cantaría una canción si no estuviera segura de que te iba a espantar el sonido a coro de gatos desafinados, yo siempre he sido buena con las nanas en el tú a tú, cuando os acuno en mis brazos y os canto en susurros íntimos.
¿Qué se le da a un bebé que ya no está? A un bebé que será eterno bebé, porque no le podremos ver crecer y caminar. Te di mi cuerpo y cada día entiendo que ese fue el mejor regalo que te pude hacer y una de las mejores decisiones que he podido tomar nunca. Y tengo ganas de congelar eternamente esos momentos de comunión íntima en los que no te sentía en mi vientre, sino mucho más arriba, en mi corazón y en mi mente. Congelarlos y danzar contigo en esos instantes de felicidad suspendida, sin pensar en todo lo que pudo haber sido, en tu pequeño cuerpecito lleno de potencialidades traicioneras.
Quizás el mensaje no deba ser par ti, sino para mí. Un mensaje de despedida, quizás el permitirte echar a volar a esa estrella lejana que te regalaron, para que la habites con forma de principito o de pequeña flor. Un mensaje para evitar sentir que te empujo fuera de mí con esta nueva vida que florece en mi interior. Un mensaje para perdonarme por fin la experiencia que pasé, que pasamos, durante el parto y dejar de cuestionarme los y sis y los por qués... Pero no, sigo pensando que tú, más que nunca, debes ser la protagonista de ese pequeño homenaje.
viernes, 18 de octubre de 2013
Rompiendo el silencio: este duelo existe
El día de la muerte gestacional y perinatal se celebraba el pasado 15 de octubre. Una fecha trágica, agridulce, en la que no hay nada que celebrar y mucho que recordar. Pero también es una fecha para luchar, porque esos bebés que se marcharon sin haber sentido los rayos del sol sobre su piel merecen que no pase un solo día sin que reivindiquemos el lugar que ocupan en el mundo, en nuestro mundo.
Y de ahí precisamente viene el lema con el que este año se conmemora el día o la semana de la muerte gestacional y perinatal: "Rompiendo el silencio: este duelo existe". Porque si ya es triste, desolador y desgarrador perder a tu bebé, aún lo es más hacerlo en el seno de una sociedad que no reconoce su existencia, que vuelve la espalda al dolor de una familia y no reconoce ni el nacimiento ni la muerte de ese hijo.
Las madres que sufren una pérdida gestacional o perinatal tienen que enfrentarse a un puerperio sin bebé. A un cuerpo en plena revolución hormonal y preparado para enamorarse de un bebé que ya no está, al que no podemos acunar o abrazar más allá de nuestros deseos e imágenes mentales. Pero la madre que pierde a su bebé tiene que incorporarse a trabajar al día siguiente como si nada hubiera pasado y enfrentarse, en el mejor de los casos, a un molesto silencio y, en el peor, a las bienintencionadas frases odiosas que oirá hasta la saciedad.
El padre que pierde a un bebé tiene que aprender a gestionar su propio dolor, mientras sirve de sostén a su pareja, elaborando su propio duelo y asumiendo y canalizando la ira, rabia, frustración e incluso negación de su pareja.
Los niños que pierden a un hermanito que todavía no ha nacido se enfrentan a un mar de sentimientos encontrados en una situación familiar que quizás no es la óptima para ayudarles a canalizar y a expresar todas sus emociones y en una sociedad que niega y esconde lo que ha pasado.
Darnos permiso
Quizás la primera lucha que debemos luchar las mujeres que hemos perdido a nuestros hijos es contra nosotras mismas. Una lucha
Para aprender a gestionar esa sensación de traición corporal, de enfado con un cuerpo diseñado para nutrir y gestar que falla sin causa aparente.
Para llorar, para exteriorizar nuestro duelo, luto y sentimientos.
Para dejar de pensar en qué pudimos haber hecho y asumir, finalmente, que la muerte de nuestro bebé no es un fallo nuestro.
Para asumir que no tenemos la culpa.
Para perdonarnos un "pecado" que no hemos cometido.
Para darnos cuenta de que perder a un bebé no significa que seamos "menos aptas".
Para entender que un aborto no es un estigma social que debamos esconder.
Y cuando nos hayamos dado permiso para elaborar y gestionar nuestro duelo, no en silencio sino gritando, llorando y vistiéndonos de los colores que nos haga falta, entonces podremos luchar con más fuerza para reivindicar el lugar de nuestros bebés en la sociedad.
Porque cuando nos damos permiso para vernos en otro espejo, entendemos que la negación de nuestro duelo es la negación de nuestro dolor; y la negación de nuestro dolor es la negación de nuestro bebé; y no hay mayor olvido que el de nunca haber existido.
Y nosotras, mejor que nadie, entendemos que nuestros bebés estuvieron aquí, en nuestro útero, dejando huellas imborrables en nuestro cuerpo y en nuestra alma y que nadie tiene derecho a borrarlos y olvidarlos como si nunca hubieran estado.
Realidad sangrante
Es importante no callar. Asumir esta realidad e integrarla en nuestro entorno y nuestra cultura. De este modo, las mujeres que nos enfrentamos a ello por primera vez no nos sentiremos solas, defectuosas o fallidas y encontraremos más fácilmente los recursos con los que empezar a elaborar el duelo y a lamer las heridas.
Es realmente importante hacerlo, no callar. Porque según las estadísticas, casi 90.000 familias se enfrentan cada año a la pérdida de un hijo durante la gestación o el posparto inmediato. Si fuera un número similar de familias afectado de cualquier otra dolencia física o psicológica, las autoridades sanitarias hubieran puesto manos a la obra inmediatamente para canalizar atención y asistencia inmediata.
Pero estas pequeñas tragedias cotidianas se olvidan, se niegan, se minimizan de manera rutinaria. Por eso es importante romper el silencio, visibilizar nuestro duelo. Porque de lo que no se habla no existe.
Las primeras en romper el silencio debemos ser las familias que lo hemos vivido, que lo hemos sufrido. Los que debemos reivindicar a nuestros bebés, su paso y su huella por el mundo, somos sus padres, porque debemos luchar tanto por los que han nacido y nos acompañan como por sus hermanitos que ya no están con nosotros. Este años varias asociaciones se han unido para realizar un ritual con el que seguir recordando a nuestros bebés: un globo que simbólicamente se deja volar con los mensajes y deseos para nuestros niños ausentes.
En Madrid, Umamanita estará en Colón con sus Globos para el Recuerdo, el sábado 19 de octubre, de 10 a 14 horas. Pero también se han organizado actos similares en otros lugares de España. Para no olvidar, para romper el silencio.
Y de ahí precisamente viene el lema con el que este año se conmemora el día o la semana de la muerte gestacional y perinatal: "Rompiendo el silencio: este duelo existe". Porque si ya es triste, desolador y desgarrador perder a tu bebé, aún lo es más hacerlo en el seno de una sociedad que no reconoce su existencia, que vuelve la espalda al dolor de una familia y no reconoce ni el nacimiento ni la muerte de ese hijo.
Las madres que sufren una pérdida gestacional o perinatal tienen que enfrentarse a un puerperio sin bebé. A un cuerpo en plena revolución hormonal y preparado para enamorarse de un bebé que ya no está, al que no podemos acunar o abrazar más allá de nuestros deseos e imágenes mentales. Pero la madre que pierde a su bebé tiene que incorporarse a trabajar al día siguiente como si nada hubiera pasado y enfrentarse, en el mejor de los casos, a un molesto silencio y, en el peor, a las bienintencionadas frases odiosas que oirá hasta la saciedad.
El padre que pierde a un bebé tiene que aprender a gestionar su propio dolor, mientras sirve de sostén a su pareja, elaborando su propio duelo y asumiendo y canalizando la ira, rabia, frustración e incluso negación de su pareja.
Los niños que pierden a un hermanito que todavía no ha nacido se enfrentan a un mar de sentimientos encontrados en una situación familiar que quizás no es la óptima para ayudarles a canalizar y a expresar todas sus emociones y en una sociedad que niega y esconde lo que ha pasado.
Darnos permiso
Quizás la primera lucha que debemos luchar las mujeres que hemos perdido a nuestros hijos es contra nosotras mismas. Una lucha
Para aprender a gestionar esa sensación de traición corporal, de enfado con un cuerpo diseñado para nutrir y gestar que falla sin causa aparente.
Para llorar, para exteriorizar nuestro duelo, luto y sentimientos.
Para dejar de pensar en qué pudimos haber hecho y asumir, finalmente, que la muerte de nuestro bebé no es un fallo nuestro.
Para asumir que no tenemos la culpa.
Para perdonarnos un "pecado" que no hemos cometido.
Para darnos cuenta de que perder a un bebé no significa que seamos "menos aptas".
Para entender que un aborto no es un estigma social que debamos esconder.
Y cuando nos hayamos dado permiso para elaborar y gestionar nuestro duelo, no en silencio sino gritando, llorando y vistiéndonos de los colores que nos haga falta, entonces podremos luchar con más fuerza para reivindicar el lugar de nuestros bebés en la sociedad.
Porque cuando nos damos permiso para vernos en otro espejo, entendemos que la negación de nuestro duelo es la negación de nuestro dolor; y la negación de nuestro dolor es la negación de nuestro bebé; y no hay mayor olvido que el de nunca haber existido.
Y nosotras, mejor que nadie, entendemos que nuestros bebés estuvieron aquí, en nuestro útero, dejando huellas imborrables en nuestro cuerpo y en nuestra alma y que nadie tiene derecho a borrarlos y olvidarlos como si nunca hubieran estado.
Realidad sangrante
Es importante no callar. Asumir esta realidad e integrarla en nuestro entorno y nuestra cultura. De este modo, las mujeres que nos enfrentamos a ello por primera vez no nos sentiremos solas, defectuosas o fallidas y encontraremos más fácilmente los recursos con los que empezar a elaborar el duelo y a lamer las heridas.
Es realmente importante hacerlo, no callar. Porque según las estadísticas, casi 90.000 familias se enfrentan cada año a la pérdida de un hijo durante la gestación o el posparto inmediato. Si fuera un número similar de familias afectado de cualquier otra dolencia física o psicológica, las autoridades sanitarias hubieran puesto manos a la obra inmediatamente para canalizar atención y asistencia inmediata.
Pero estas pequeñas tragedias cotidianas se olvidan, se niegan, se minimizan de manera rutinaria. Por eso es importante romper el silencio, visibilizar nuestro duelo. Porque de lo que no se habla no existe.
Las primeras en romper el silencio debemos ser las familias que lo hemos vivido, que lo hemos sufrido. Los que debemos reivindicar a nuestros bebés, su paso y su huella por el mundo, somos sus padres, porque debemos luchar tanto por los que han nacido y nos acompañan como por sus hermanitos que ya no están con nosotros. Este años varias asociaciones se han unido para realizar un ritual con el que seguir recordando a nuestros bebés: un globo que simbólicamente se deja volar con los mensajes y deseos para nuestros niños ausentes.
En Madrid, Umamanita estará en Colón con sus Globos para el Recuerdo, el sábado 19 de octubre, de 10 a 14 horas. Pero también se han organizado actos similares en otros lugares de España. Para no olvidar, para romper el silencio.
viernes, 27 de septiembre de 2013
Venciendo a Goliat
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Foto de Cheli Blasco: este amor que tenemos. |
Los bebés o niños arcoíris son los que llegan después de una pérdida gestacional o perinatal y que vienen a traer luz después de la sombra y belleza después de la tormenta interior. Y recoger la pregunta de esta amiga es gratificante y doloroso a la vez. Y digo amiga aunque nunca la haya conocido y tocado porque nuestras almas han bailado el mismo vals y mi Flor y su Lunita danzarán toda la eternidad al son de la triste canción de amor infinito que nos tocó escribir a nuestras hijas de una manera tan paralela que resulta extraño dolor y consuelo al mismo tiempo.
Nuestro bebé arcoíris no fue buscado, ni decidido, simplemente se coló en nuestras vidas con toda la fuerza, inocencia y alegría que un bebé puede albergar. Y, efectivamente, desde el primer momento que lo intuimos fue una luz al final del túnel, un soplo de aire fresco y una sonrisa en un rostro que no dejaba de añorar y buscar al bebé que debía de sostener en mi regazo pero al que solo podía llegar con mis pensamientos.
Inocencia perdida
Dices que se pierde la inocencia... sí, se pierde, pero la nuestra ya andaba perdida porque antes de nuestra Pequeña Flor otro bebito se nos escapó entre los dedos con tan solo ocho semanas de gestación. Y sí, con mi Pequeña Flor hubo miedo, heredado de la pérdida anterior... pero se convirtió en aceptación y en amor, en la capacidad infinita de amar a un bebé más allá de cualquier piedra en el camino, en la aceptación de la vida en sus miles de manifestaciones diferentes.
Y cada día miro a mis hijos, sus sonrisas y sus gritos, y pienso en esa pieza que nos falta en el rompecabezas. En esa niña que ya no está con nosotros, pero que gravita a nuestro alrededor de manera irremediable. Y siento un vacío enorme en mi corazón, porque si con cada hijo se multiplica nuestra capacidad de amar, cuando ese hijo se va deja un hueco irremplazable en el corazón.
Y el bebé arcoíris no viene a llenarlo, sino a hacer más grande aún a nuestro corazón, a enseñarnos nuevas formas de amar y de vibrar, a reconciliarnos con nuestro cuerpo y nuestro útero, a reconstruirnos de nuevo sin dejar de lado todo lo anterior, sino añadiendo un piso más al complejo laberinto de la maternidad.
El miedo está ahí. Pero no es un miedo paralizante o cegador. Es simplemente esa inquietud que se asoma en el momento de la ecografía, seguida de la certeza de que cualquier cosa que te digan no cambiará ese amor por tu bebé. Y esa certeza es la que da fuerzas para acoger y abrazar al bebé arcoíris y para amar todavía más a la maestra que te enseñó esa gran lección en la vida. Y entonces deja de haber miedo, porque el nuevo bebé no hace más que reafirmarnos en nuestra eterna entrega a la hija que nos acompaña en todo momento.
Camino incierto
Desde luego me queda mucho por recorrer, mucho embarazo por afrontar y un nuevo puerperio por descubrir, pero tengo la certeza de que aunque el camino será incierto, también será gozoso. Incierto porque en cada esquina acechan los recuerdos con los que llorar y los incontables temores... Porque cualquier madres sabe que con la llegada de un hijo, se alcanza el amor más puro pero también el temor constante... Pero gozosos porque como madre de dos criaturas sabemos ya que todo puede ir bien y cada movimiento enérgico y patadita de nuestro bebé arcoíris nos confirma que ha venido para quedarse y para ensanchar aún más nuestra alma.
El Goliat del título es el miedo... Es un gigante con mucha apariencia y al que cuanto más tememos más se engrandece. Si, en cambio, lo abrazamos y lo traemos de nuestro lado entendemos que ese miedo, como me recordó mi querida Nohemí, es amor. Es el reverso, la otra cara de la moneda del amor, y por eso hay que acogerlo con el mismo empeño que al amor. Por eso, vencer a Goliat, es tan fácil como acercarnos a él y abrazarlo.
Tu bebé arcoíris llegará, buscado o por sorpresa, porque solo pensando en ello ya estás demostrando que ya lo amas y lo intuyes por adelantado.
Publicado por
Eloísa
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duelo gestacional y perinatal,
Mi Pequeña Flor
sábado, 6 de julio de 2013
Port Aventura, el donut de Suu y sorpresa final
El pasado mes de mayo pasamos unos días en Salou y Port Aventura. La verdad es que a mis peques les ha encantado repetir (ya estuvimos el año pasado) porque ya se pueden montar en muchas más cosas y vivir la experiencia de una manera diferente. Diana, por fin, se pudo montar en el Coco Piloto y los mayores hicieron cola con ganas para disfrutar de la experincia del Shambala, la nueva montaña rusa del parque.
Yo no estaba para experiencias de adrenalina, la verdad. Debe ser que cuando estoy con mis peques en plan oxitócico, pues no me llama la atención el subidón de adrenalina. No me apetecía y no me monté, pero sí que disfruté de otras atracciones del parque con mis peques.
Una de las anécdotas más divertidas del viaje fue como el último día que estuvimos volvimos al hotel con un donut gigante de esos con los que sueña Hommer Simpson. Ale, el marido de mi amiga Suu, pensaba que la gente que salía de los puestos de tiro al blanco y demás con peluches gigantes eran "ganchos" y que, en realidad, era imposible meter un aro en el cuello de una botella. Así que para allá fuimos a invertir en un cubo de 50 aros para lanzar entre todos. Y quiso la estadística que, de los tres que cogí yo, uno fuera a encestar y nos tocara el premio, desbaratando así la teoría de Ale.
Los peques estaban eufóricos, y todos querían meterse en el agujero del donut gigante, llevarlo a cuestas, usarlo de sombrero...
Y, ¿Por qué os cuento esta anécdota? Pues porque a mi me ha pasado un poco como a Ale. Desde la partida de Pequeña Flor hemos tenido momentos muy tristes, pero todo ha ido pasando poco a poco. Según las aguas volvían a su cauce, no tomamos ninguna medida para no quedar "embarazados" porque tampoco pensábamos que fuera posible y porque en otras ocasiones buscándolo habíamos tardado bastante... Y resulta que, como el donut de Suu, el embarazo llegó para sorprendernos y darnos la vuelta a las estadísticas personales previas.
Sí, estoy embarazada de nuevo. Feliz, sorprendida y contenta. También tengo miedo, no lo voy a negar. Pero trato de que esa conciencia inevitable de todo lo que puede ir mal no me inmovilice, que esté en un segundo plano y que no domine mi vida. Y también estoy triste, porque todo en este embarazo me recuerda a Mi Pequeña Flor que ya se fue. Especialmente unas fotos que he visto recientemente de un bebé de 19 semanas que tan solo vivió unos minutos y fue despedido con todo el amor del mundo... Me recuerda tanto a mi pequeña...
La fecha probable de este parto es el 1 o el 2 de febrero, el mismo día que nació su hermanita, Mi Pequeña Flor. ¿Casualidad cósmica? ¿Bebé espíritu? ¿Quién sabe?
Yo no estaba para experiencias de adrenalina, la verdad. Debe ser que cuando estoy con mis peques en plan oxitócico, pues no me llama la atención el subidón de adrenalina. No me apetecía y no me monté, pero sí que disfruté de otras atracciones del parque con mis peques.
Una de las anécdotas más divertidas del viaje fue como el último día que estuvimos volvimos al hotel con un donut gigante de esos con los que sueña Hommer Simpson. Ale, el marido de mi amiga Suu, pensaba que la gente que salía de los puestos de tiro al blanco y demás con peluches gigantes eran "ganchos" y que, en realidad, era imposible meter un aro en el cuello de una botella. Así que para allá fuimos a invertir en un cubo de 50 aros para lanzar entre todos. Y quiso la estadística que, de los tres que cogí yo, uno fuera a encestar y nos tocara el premio, desbaratando así la teoría de Ale.
Los peques estaban eufóricos, y todos querían meterse en el agujero del donut gigante, llevarlo a cuestas, usarlo de sombrero...
Y, ¿Por qué os cuento esta anécdota? Pues porque a mi me ha pasado un poco como a Ale. Desde la partida de Pequeña Flor hemos tenido momentos muy tristes, pero todo ha ido pasando poco a poco. Según las aguas volvían a su cauce, no tomamos ninguna medida para no quedar "embarazados" porque tampoco pensábamos que fuera posible y porque en otras ocasiones buscándolo habíamos tardado bastante... Y resulta que, como el donut de Suu, el embarazo llegó para sorprendernos y darnos la vuelta a las estadísticas personales previas.
Sí, estoy embarazada de nuevo. Feliz, sorprendida y contenta. También tengo miedo, no lo voy a negar. Pero trato de que esa conciencia inevitable de todo lo que puede ir mal no me inmovilice, que esté en un segundo plano y que no domine mi vida. Y también estoy triste, porque todo en este embarazo me recuerda a Mi Pequeña Flor que ya se fue. Especialmente unas fotos que he visto recientemente de un bebé de 19 semanas que tan solo vivió unos minutos y fue despedido con todo el amor del mundo... Me recuerda tanto a mi pequeña...
La fecha probable de este parto es el 1 o el 2 de febrero, el mismo día que nació su hermanita, Mi Pequeña Flor. ¿Casualidad cósmica? ¿Bebé espíritu? ¿Quién sabe?
Publicado por
Eloísa
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Mi Pequeña Flor,
port aventura,
Suu construyendo una familia
sábado, 8 de junio de 2013
Lo que fue y lo que pudo ser
Mi Pequeña Flor:
En estos días deberías haber nacido. Hace apenas 8 meses que una rayita positiva en un test nos daba la buena noticia y ya te empezábamos a soñar, a sentir, a esperar y, sobre todo, a amar... Ya casi ni puedo recordar esos días de estrés, y de algún que otro desengaño, que fueron borrados de un plumazo por un pequeño garabato tan lleno de significado.
Entraste por la puerta grande en esta familia y aquí te quedarás para siempre. Nuestra Pequeña Flor que ya habita en su estrella lejana, acompañándonos más allá del tiempo y del espacio. En el transcurrir de estos últimos cuatro meses hubiera pensado que la herida se habría cerrado, pero está abierta y duele como el primer día. Duele como en el mismo momento en que nos enteramos de que no te íbamos a conocer y como en ese otro en el que nos dimos cuenta de todo lo que ello implicaba y significaba.
Habrá quien diga que viniste para enseñarnos, para ayudarnos a crecer como personas y como familia... Y no pongo en duda que tu fugaz estancia con nosotros nos ha cambiado profundamente... pero me niego a pensar que viniste para eso... Viniste para vivir, para crecer en mi vientre, nutrirte en mi regazo, jugar con tus hermanos, ser acunada por tu padre y convertirte en esa parte que venía a completar el equilibrio familiar que buscábamos.
Viniste porque eras amada y deseada incluso antes de ser concebida... Y buscar otra razón a tu llegada y a tu inevitable marcha no ayuda a curar las heridas o a hacerlas más llevaderas.
Viniste porque te abrimos las puertas de nuestro cuerpo y de nuestro corazón y no puedo dejar de pensar que tú te merecías mucho más: poder ver y sentir la luz del sol, poder respirar, poder mirarnos a los ojos y perdernos la una en la otra, conocer a tu padre y sentir sus caricias en tu propia piel, escuchar la palabras cálidas y tiernas de tus hermanos.
Me consuela pensar que tuviste una muerte dulce, arropada por mi cuerpo, querida hasta el último instante. Sí, me consuela, pero no por ello deja de doler. No por ello puedo dejar de pensar que ahora podrías estar aquí en carne y latidos y no solo en pensamiento. Y quizás eso es peor tragedia, porque no dejo de imaginar toda la potencialidad que encerraba tu pequeño cuerpecito, el color del que hubieran sido tus ojos, cómo hubiera sido tu voz o qué te hubiera gustado ser de mayor.
Te quiero hija mía. Te echo de menos. Siempre te querré.
En estos días deberías haber nacido. Hace apenas 8 meses que una rayita positiva en un test nos daba la buena noticia y ya te empezábamos a soñar, a sentir, a esperar y, sobre todo, a amar... Ya casi ni puedo recordar esos días de estrés, y de algún que otro desengaño, que fueron borrados de un plumazo por un pequeño garabato tan lleno de significado.
Entraste por la puerta grande en esta familia y aquí te quedarás para siempre. Nuestra Pequeña Flor que ya habita en su estrella lejana, acompañándonos más allá del tiempo y del espacio. En el transcurrir de estos últimos cuatro meses hubiera pensado que la herida se habría cerrado, pero está abierta y duele como el primer día. Duele como en el mismo momento en que nos enteramos de que no te íbamos a conocer y como en ese otro en el que nos dimos cuenta de todo lo que ello implicaba y significaba.
Habrá quien diga que viniste para enseñarnos, para ayudarnos a crecer como personas y como familia... Y no pongo en duda que tu fugaz estancia con nosotros nos ha cambiado profundamente... pero me niego a pensar que viniste para eso... Viniste para vivir, para crecer en mi vientre, nutrirte en mi regazo, jugar con tus hermanos, ser acunada por tu padre y convertirte en esa parte que venía a completar el equilibrio familiar que buscábamos.
Viniste porque eras amada y deseada incluso antes de ser concebida... Y buscar otra razón a tu llegada y a tu inevitable marcha no ayuda a curar las heridas o a hacerlas más llevaderas.
Viniste porque te abrimos las puertas de nuestro cuerpo y de nuestro corazón y no puedo dejar de pensar que tú te merecías mucho más: poder ver y sentir la luz del sol, poder respirar, poder mirarnos a los ojos y perdernos la una en la otra, conocer a tu padre y sentir sus caricias en tu propia piel, escuchar la palabras cálidas y tiernas de tus hermanos.
Me consuela pensar que tuviste una muerte dulce, arropada por mi cuerpo, querida hasta el último instante. Sí, me consuela, pero no por ello deja de doler. No por ello puedo dejar de pensar que ahora podrías estar aquí en carne y latidos y no solo en pensamiento. Y quizás eso es peor tragedia, porque no dejo de imaginar toda la potencialidad que encerraba tu pequeño cuerpecito, el color del que hubieran sido tus ojos, cómo hubiera sido tu voz o qué te hubiera gustado ser de mayor.
Te quiero hija mía. Te echo de menos. Siempre te querré.
viernes, 24 de mayo de 2013
TODOS los PARTOS deberían ser RESPETADOS
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Foto de Bellypainting Madrid |
Estamos en la Semana Mundial del Parto Respetado. No es que lo note mucho, total, la mayoría de mis contactos en las redes sociales, de mis fans, followers, followeados y mis gurús siempre estamos dándole caña a los mismos tema y el PARTO RESPETADO, así, con mayúsculas, es una de ellas.
Llevo dilatando mucho tiempo contar la experiencia del parto de Mi Pequeña Flor. Fue terrible, machacante, tanto para mí como para mi marido. Creo que ya lo he contado alguna vez, pero me repito:
Si los partos normales, con bebés a término, tienen que ser respetados, creo que los partos en caso de pérdida gestacional lo deberían ser más. Si el trato a la madre debería ser exquisito mientras pasa por la experiencia de dar a luz a su esperado bebé, más aún debe serlo cuando la mujer se enfrenta al terrible momento de despedirse para siempre de ese bebé cuyo corazón se ha parado antes de nacer. La mujer que vive una pérdida gestacional pasa por un momento terrible de pérdida y tristeza y, si la experiencia vivida en su parto es negativa, la huella, el surco de dolor y tristeza será más hondo aún.La madre cuyo bebé nace muerto no experimenta "el mayor pico de oxitocina de toda su vida reproductiva", no tiene bebé al que abrazar, no tiene un cóctel hormonal que le permita "olvidar" las malas experiencias vivida y, además, en demasiadas ocasiones, se choca contra la indiferencia o la negación a su dolor por parte de amigos, familiares, profesionales y la sociedad en su conjunto.
Hace poco debatía con la jefa de servicio de ginecología del Hospital Universitario de Móstoles la experiencia de mi último parto. Ella me preguntaba qué tipo de "restitución" quería. La pregunta en si misma tiene tela, pero la respondía que lo que quería era que nadie volviera a pasar por lo mismo por lo que yo había pasado. Y ella, a su vez, me dijo que yo no podía convertirme en juez de lo que quieren las demás mujeres.
"Por eso mismo", le dije yo. "Por eso hay que escuchar a las mujeres y respetar sus deseos. Si una mujer, ante una pérdida perinatal, quiere un legrado, está en todo su derecho de exigirlo y que la decisión sea RESPETADA. Si una mujer, en el mismo caso, desea y pide en repetidas ocasiones que le permitan alumbrar la placenta por si misma y que le den tiempo, la decisión debe ser igualmente RESPETADA".
La clave, como en todo, es el RESPETO. Respeto que eché de menos en abundancia en muchos momentos de mi último parto. Porque si fue doloroso perder a mi hija, más aún fue hacerlo en un ambiente hostil, poco empático, en el que todo fueron trabas para despedirme de mi hija y no se respetó mi autonomía como paciente.
Os dejó una carta que "parí" con dolor pero precisamente por RESPETO a mi misma unos días después de mi experiencia. Y que por RESPETO a mi misma, remitiré hoy también por cuantos canales sea posibles a las instituciones sanitarias madrileñas.
Estimados señores:
El pasado viernes, 1 de febrero, me diagnosticaron en la consulta de ginecología de su hospital que la bebé de 21 semanas que estaba gestando ya no tenía latido. Era algo esperado, y estábamos preparados para la situación, dentro de lo que cabe. Les envío esta carta para expresar mi más profundo agradecimiento a algunos de los profesionales que me atendieron durante mi estancia de dos días en su hospital para la inducción del parto.
Javier, matrón de su servicio, por su actitud comprensiva y colaboradora. Nacho, el matrón que nos atendió en las urgencias de ginecología, por su extrema sensibilidad en un caso como el nuestro, su apoyo, su amabilidad constante y su trato humano y muy cercano. Solo tengo buenas palabras también para el resto del equipo con quien tuvimos contacto en la zona de urgencias de ginecología. Ginecólogos, residentes, matrones, auxiliares, nos informaron de todo el proceso, todas las pruebas y pasos a seguir, nos preguntaron por nuestras preferencias, escucharon nuestras indicaciones y fue un bálsamo sentirse tan bien atendido y arropado por los profesionales sanitarios de su hospital en una situación tan complicada desde el punto de vista emocional.
La pena es que esto duró solo unas pocas horas. En cuanto nos pasaron a planta, la situación fue bastante diferente. En primer lugar, nos pusieron en una habitación con una paciente de post-operatorio. Que no es el caso hablar de tener que compartir habitación o no, pero una mujer que se enfrenta al diagnóstico de un bebé sin latido y con un parto por delante, necesita un poco de intimidad para preparar su cuerpo y elaborar su duelo. Maxime cuando ahora, en su hospital, presumen de ofrecer habitaciones individuales para las madres recientes. Claro, las madres de bebés muertos, al parecer, no merecemos esa consideración.
Ya no era solo la falta de espacio para la deambulación en la propia habitación sino que, sin saber demasiado bien por qué, estuve todo el rato con suero puesto pero con un pie que no rodaba y que no me permitía moverme a ninguna parte… Literalmente me tenía que llevar el pie que sostenía el suero en vilo para ir al baño, así que simplemente pasear por el pasillo era impracticable. Las enfermeras me repitieron en varias ocasiones que no me podían traer otro porque "todos estaban igual". Si necesitan fondos para este apartado, asúmanlo y pídanlos ya que pequeñas cosas “insignificantes”, como la falta de movilidad debido a la ausencia del equipo adecuado, son las que convierten una experiencia negativa en algo peor y, obviamente, también disminuyen radicalmente los niveles de calidad asistencial percibidos por los pacientes.
Llegó el momento del nacimiento de nuestra hija. Fue en el baño, estaba sola y no me preocupaba. Cogí a mi pequeña de entre mis piernas y fuimos a la cama a esperar que llegara la ginecóloga. Pedí que me colocaran a mi pequeña encima y no voy a criticar las caras de disgusto que me pusieron, eso es personal de cada uno, pero sí que empezaran a decirme que “eso es mejor no verlo”.
Y eso es ya lo que me parece discutible. Porque el personal que atiende a las madres en situaciones como la nuestra debería tener, si no respeto, al menos un poco de formación en “atención al duelo” y en tratamiento a pacientes que se enfrentan a la muerte gestacional o perinatal de su bebé. No es que sean expertos, pero al menos deberían tener algunas nociones… Más teniendo en cuenta que hay asociaciones que ofrecen esta formación manera gratuita.
Y porque no entiendo la diferencia entre esta actitud y la que nos encontramos entre el personal de urgencias, que aceptó y respetó nuestro derecho a despedirnos de nuestro bebé cuando naciera. O al menos así lo afirmaron cuando les comentamos nuestro deseo de hacerlo.
Solo la ginecóloga aceptó colocarme a mi bebé encima cuando llegó, después de cortar el cordón. No me querían dejar tocarlo, porque tenía que ir a “anatomía patológica”… Y perdónenme que no lo entienda, pero creo que la autonomía del paciente me cubre hasta el punto de decidir qué quiero hacer con los restos mortales de mi bebé. Nadie puede decidir por mí y menos todavía estar autorizado a llevarse los restos de mi hija sin mi consentimiento. Les recuerdo que, a día de hoy, vds. no tienen ningún papel firmado donde yo de mi consentimiento para tal hecho y en ningún momento se me informó de ello.
Pero, soslayando este extremo, me parece muy poco adecuado que después de parir sola y sin asistencia a mi bebé en un baño, de cogerlo con mis propias manos y llevarlo hasta la cama en una toalla… Que después de todo eso me digan que no puedo tocarlo. Desde luego, hay algo que no cuadra en este panorama.
Por otro lado, tampoco me parece adecuado que tuviera que “exigir” que dejaran pasar a mi marido para ver a nuestro bebé. Y tampoco me parece procedente que en una situación de fragilidad como la nuestra, teniendo en cuenta la situación que estábamos pasando, tuviera que “exigir” que nos dejaran a solas para despedirnos de nuestro bebé (acuérdense de que estábamos en una habitación compartida, así que lo de la intimidad era relativo).
Quizás lo peor de toda mi experiencia en su hospital fue lo que vino después. El hecho de que me hubieran hablado de la posibilidad de hacer un legrado si el útero no se vaciaba bien o quedaba algún resto, no indicaba que yo diera mi consentimiento a esta intervención. De hecho lo único que yo firmé fue un consentimiento informado para una inducción y un formulario para pedir el misoprostol al departamento de farmacia.
Sin embargo, cuando la ginecóloga llegó después del nacimiento del bebé me dijo que directa a quirófano para alumbrar la placenta y hacer un legrado. Le pregunté si no podíamos esperara a otra contracción para el alumbramiento, darme tiempo, pero todo fue no, no y no, sin darme ninguna explicación ni argumento médico… Y allí me vi yo, en un quirófano a las tantas de la madrugada, sin haber dado mi consentimiento para ello (y mi marido tampoco, me enteré después) y encima con anestesia general. Ahí ya ni me molesté en protestar o preguntar, ya que el ninguneamiento a mis deseos como paciente había llegado al extremo. Claro, ¿para qué me van a preguntar a mí que soy el sujeto “paciente” y el objeto de la intervención si alguien puede tomar la decisión por mí?
Me preocupa el tema de los consentimientos informados. Me preocupa que en su hospital y en su servicio de ginecología y obstetricia se tomen este tipo de cosas tan a la ligera. Me gustaría que me aclararan si esto es lo normal o si en mi caso se cometió un grave error, ya que la clínica tampoco era, desde mi punto de vista, tan grave como para justificar este tipo de acciones sin mi consentimiento. Y me preocupa más todavía que se haga aprovechando una situación de fragilidad y de indefensión extrema.
De hecho, en la página web de su hospital tienen colgada la siguiente información con respecto al consentimiento informado:
CONCEPTO
Toda actuación en el ámbito de la salud de un paciente necesita su consentimiento libre y voluntario, una vez recibida la información y que haya valorado las opciones propias del caso.
El consentimiento será verbal por regla general. Sin embargo, se prestará por escrito en los casos de intervención quirúrgica, así como cualquier exploración que comporte riesgo o inconvenientes para su salud.
El paciente puede revocar libremente por escrito su consentimiento en cualquier momento.
LÍMITES
Rechazo explícito de toda información por el paciente.
1. - Grave peligro para la salud pública.
2. - Situación de urgencia real y grave que no permite demoras.
3. - Imperativo legal.
4. - Incompetencia / Incapacidad del paciente.
Como verán, la situación que les detallo no está incluida en ninguno de los límites mencionados y, tratándose de una intervención quirúrgica y contando con mi rechazo verbal a dicha intervención, no le veo el sentido por ningún lado.
También me ocasiona gran inquietud el hecho de que, una vez en reanimación, se informara a mi marido de que me subirían a la habitación a las tres de la madrugada y me dieran allí casi las cinco de la mañana porque no había ningún celador disponible para subir mi cama a la habitación. ¿De verdad funciona un hospital con un solo celador disponible en turno de noche? ¿Realmente si se solicita un traslado hay que esperar hora y media? A algunos esto les puede parecer un dato "banal", una exigencia vacía. Pero les puedo asegurar que después de pasar por una intervención quirúrgica no consentida, por una situación total de indefensión, pasar dos horas más de la cuenta a una cama atada con máquinas, sin que nadie te de una explicación y solo porque hay un único celador de servicio, pues no es algo que nadie se tome con paciencia o filosofía.
Y bueno, ya para rizar el rizo, está el tema de la lactancia. Estoy bastante informada y formada sobre lactancia materna. Soy asesora de lactancia y llevo como voluntaria varios grupos de apoyo para madres. De hecho, colaboro en el comité de lactancia materna de su hospital en calidad de representante de las madres, con el objetivo de contribuir a mejorar las tasas de lactancia y la experiencia de madres y bebés en el inicio de la alimentación en su hospital.
Expresé, y así se anotó en el historial, mi deseo de que no se me administrara Dostinex (cabergolina) para inhibir la lactancia ya que sigo amamantando a uno de mis hijos. Una de las enfermeras del turno de noche tuvo la ocurrencia de decirme que me pusiera un sujetador y que cuando llegara a casa me pusiera otro que me quedara muy apretado para que no me subiera la leche. Yo le dije que no se preocupara, que era perfectamente capaz de gestionar mi lactancia y me respondió de manera muy autosuficiente que era “su obligación” informarme… Y esto ya roza lo patético, porque esta señora da consejos que no están basados en evidencia científica (vamos, que solo le faltó decirme que me vendara los pechos), que no sirven para nada más que para provocar una obstrucción o una mastitis en el caso de que suba la leche y encima lo hace como si ella estuviera en posesión de una verdad absoluta cuando solo actúa en base a información basada en mitos y prejuicios que, hasta donde yo sé, no deberían ser el fundamento de la práctica sanitaria.
Desde luego que en el comité de lactancia de su hospital se ha abordado la necesidad de formación en lactancia materna para los profesionales que trabajan en el hospital, pero es que mi experiencia directa en este sentido no hace más que corroborar esta necesidad, pero también la de que se trabajen desde las bases conceptos tan básicos como el respeto, la autonomía del paciente y el empoderamiento…Temas que quedan muy bonitos sobre el papel, pero que se quedan en agua pasada en la práctica diaria, por lo que se ve.
En fin, que después de esta experiencia, mi tercer parto en sus instalaciones, he constatado que se ha avanzado mucho en algunos aspectos y me llena de satisfacción que haya profesionales tan orientados hacia el cuidado y el sostenimiento de la madre embarazada y puérpera, como los que me encontré en la primer parte de mi experiencia hospitalaria. Sin embargo, me entristece encontrar que aún queda mucho camino por recorrer y que en muchos otros ámbitos en estos cinco años que han pasado desde mi primera experiencia con su servicio no se haya avanzado nada.
Así que esta vez y ahora para siempre me he propuesto que NUNCA MÁS. Soy una mujer joven. Tengo dos hijos vivos y una bebita de 20 semanas que nació muerta y a la que todavía lloro. No sé si me animaré de nuevo o no a ser madre, pero tengo muy claro que no volveré a su hospital. Que teniendo otras opciones donde elegir, a la tercera va la vencida.
Y me parece una lástima. Porque experiencias como estas en un momento en el que los profesionales luchan por una sanidad pública de calidad, no hacen mucho a su favor. Porque cuando en este mismo municipio cuentan con un hospital público de gestión privada en el que las embarazadas y puérperas no solo cuentan con una habitación individual sino con un protocolo de atención al parto mucho más cercano a las recomendaciones de la OMS y de la IHAN, no se pueden permitir el lujo de perder la partida de la “calidad asistencial”.
Con todos mis respetos para los grandes profesionales que hay en su hospital y para los que tienen “espacio para la mejora” y con la intención de seguir colaborando en el comité de lactancia para contribuir a la mejora de la experiencia de las madres que pasen por el servicio de ginecología de su hospital, al menos, en mi caso, buscaré una alternativa para mis futuros partos. Otro hospital público donde al menos no me defrauden por tercera vez consecutiva. Se acabaron las segundas oportunidades. No cuando mi salud reproductiva está en juego, no cuando lo que se pone en la balanza es mi autonomía como paciente, no cuando la salud de mis hijos entra en la ecuación.
Atentamente.
Publicado por
Eloísa
miércoles, 17 de abril de 2013
Duelos insospechados
Yo aprendí del duelo gestacional y perinatal hace un par de años, de la mano de Susana Cenalmor, en su preciosa comunicación libre "Pechos llenos, brazos vacíos" del Congreso de Fedalma en Castelldefels. Hasta aquellos entonces no me había planteado demasiado el tema y ni siquiera en la formación como asesora de lactancia se me había presentado este aprendizaje.
Una vez atravesado el espejo, el duelo empezó a estar más cerca. Le dí más importancia a publicaciones que antes había pasado por alto, entendía más y mejor el proceso por el que pasan las mujeres cuando pierden a un bebé que se está gestando, conocí más de cerca las dolorosas pérdidas que habían vivido algunas de mis más queridas mamis blogueras.
Y, aunque estaba ahí y había comenzado a ver el camino, nunca me imaginé que me podía pasar a mí. ¿Por qué? ¿Si yo había engendrado y parido dos hijos sanísimos sin ningún problema y sin sufrir ningún aborto antes?
Y en mayo del año pasado (en breve hará un año ya), entré en el mundo del duelo gestacional y perinatal de lleno, de morros, cuando después de un pequeño sangrado me confirmaron que mi embarazo había acabado cuando apenas acababa de empezar. Lo bueno es que entré "en buena compañía", sabiendo algo ya y guiada por mamis y compañeras en el camino.
Me dejaron el precioso libro "Las voces olvidadas" y aunque en él encontre consuelo y solaz había dos cosas que no dejaban de rondarme la cabeza:
La vida quiso llevarme a un tercer duelo insospechado. El más doloroso de todos. El de acompañar a mi Pequeña Flor hasta su último suspiro dentro de mi útero. Un duelo insospechado porque se nos presentó en el mismo momento en que pretendíamos librarnos de los miedos que nos atenazaban en este cuarto embarazo, en esa eco de las 12 semanas que pensabamos enseñar orgullosos a amigos y familiares. Fue cuando nos dieron la terrible noticia de que algo iba "muy mal" y empezó el penoso camino del duelo.
Un duelo insospechado también porque fue un duelo en vida. Un duelo, llanto y tristeza por una bebita que todavía latía en mi interior pero cuyos días estaban inevitablemente contados. Un duelo insospechadamente lleno de alegría porque cada día que mi Pequeña Flor nos acompañaba era una experiencia que atesorábamos, agradecíamos y disfrutábamos.
Un duelo insospechado porque estuvo lleno de aprendizaje interior, sobre mí misma, mi familia, mi marido, los cambios experimentados por, para y gracias a la maternidad. Un viaje interior lleno de emociones y fatigas, pero, en el fondo, una aventura que no me hubiera perdido por nada del mundo.
Un duelo insospechado también porque estuvo lleno de amor, casi más amor que dolor. Porque el pequeño corazón de mi Pequeña Flor tocó a cientos de personas que no dudaron en hacernoslo saber y en hacer llegar todo su cariño, amor y abrazos virtuales. Un duelo insospechadamente acompañado por una gran tribu virtual conocida y anónima cuyo aliento continuado me daba fuerzas cada día para seguir adelante.
Y aquí termina, de momento, mi recuento de duelos, duelos insospechados y duelos contados por y para el Carnaval de Blogs sobre el Duelo Gestacional y Perinatal, creado por Mónica Ávarez con el objetivo de difundir desde una imagen positiva nuestras reflexiones acerca de la pérdida en el embarazo y parto.
Aquí tienes los links al resto de participantes en este carnaval de blogs.
Una vez atravesado el espejo, el duelo empezó a estar más cerca. Le dí más importancia a publicaciones que antes había pasado por alto, entendía más y mejor el proceso por el que pasan las mujeres cuando pierden a un bebé que se está gestando, conocí más de cerca las dolorosas pérdidas que habían vivido algunas de mis más queridas mamis blogueras.
Y, aunque estaba ahí y había comenzado a ver el camino, nunca me imaginé que me podía pasar a mí. ¿Por qué? ¿Si yo había engendrado y parido dos hijos sanísimos sin ningún problema y sin sufrir ningún aborto antes?
Y en mayo del año pasado (en breve hará un año ya), entré en el mundo del duelo gestacional y perinatal de lleno, de morros, cuando después de un pequeño sangrado me confirmaron que mi embarazo había acabado cuando apenas acababa de empezar. Lo bueno es que entré "en buena compañía", sabiendo algo ya y guiada por mamis y compañeras en el camino.
Me dejaron el precioso libro "Las voces olvidadas" y aunque en él encontre consuelo y solaz había dos cosas que no dejaban de rondarme la cabeza:
- Por un lado, uno de los duelos insospechados que dan título al post de hoy. Parecía que todas las madres que hubieran pasado por la penosa experiencia de un aborto o la muerte de su bebé lo hubieran hecho en su primer embarazo.
No veía reflejadas en esas experiencias allí contadas la tremenda sensación de "traición corporal" que yo viví en aquellos momentos. ¿Por qué mi cuerpo que había engendrado, gestado y parido a dos niños preciosos fallaba ahora? ¿Qué había pasado?
Yo me había sentido fuerte y poderosa siempre en ese ámbito, había confiado en mi útero, me sentía ahora perdida en un mar de inseguridades. - Por otro lado, el segundo duelo insospechado. El de encontrar que en algunas comunidades virtuales el hecho de sufrir un aborto por saco anembrionario o "huevo huero" era vivido com algo "de segunda". Si en realidad no había habido bebé, pues tampoco era tanta la pérdida. :-(
De nuevo me encontraba perdida, confusa, falta de referencias o de personas que me pudieran acompañar en el camino.
La vida quiso llevarme a un tercer duelo insospechado. El más doloroso de todos. El de acompañar a mi Pequeña Flor hasta su último suspiro dentro de mi útero. Un duelo insospechado porque se nos presentó en el mismo momento en que pretendíamos librarnos de los miedos que nos atenazaban en este cuarto embarazo, en esa eco de las 12 semanas que pensabamos enseñar orgullosos a amigos y familiares. Fue cuando nos dieron la terrible noticia de que algo iba "muy mal" y empezó el penoso camino del duelo.
Un duelo insospechado también porque fue un duelo en vida. Un duelo, llanto y tristeza por una bebita que todavía latía en mi interior pero cuyos días estaban inevitablemente contados. Un duelo insospechadamente lleno de alegría porque cada día que mi Pequeña Flor nos acompañaba era una experiencia que atesorábamos, agradecíamos y disfrutábamos.
Un duelo insospechado porque estuvo lleno de aprendizaje interior, sobre mí misma, mi familia, mi marido, los cambios experimentados por, para y gracias a la maternidad. Un viaje interior lleno de emociones y fatigas, pero, en el fondo, una aventura que no me hubiera perdido por nada del mundo.
Un duelo insospechado también porque estuvo lleno de amor, casi más amor que dolor. Porque el pequeño corazón de mi Pequeña Flor tocó a cientos de personas que no dudaron en hacernoslo saber y en hacer llegar todo su cariño, amor y abrazos virtuales. Un duelo insospechadamente acompañado por una gran tribu virtual conocida y anónima cuyo aliento continuado me daba fuerzas cada día para seguir adelante.
Y aquí termina, de momento, mi recuento de duelos, duelos insospechados y duelos contados por y para el Carnaval de Blogs sobre el Duelo Gestacional y Perinatal, creado por Mónica Ávarez con el objetivo de difundir desde una imagen positiva nuestras reflexiones acerca de la pérdida en el embarazo y parto.
Aquí tienes los links al resto de participantes en este carnaval de blogs.
viernes, 1 de marzo de 2013
Un mes
Hoy hace un mes que supimos que te habías marchado. Un mes desde que la maquinaria hospitalaria nos engulló y me devolvió al mundo machacada, inducida, legrada, con el útero vacío y después de haber vivido una de las peores experiencias de mi vida.
Ha sido un mes duro, muy duro. De muchas lágrimas y de volver a darle vueltas a lo que hubiera podido ser. Un mes en el que quizás lo peor ha sido dejarte de sentir en mi interior, porque antes yo sabía que estabas ahí, conmigo, aunque tuvieramos claro lo fatídico de tu futuro.
Tiempo de dejarte marchar y de llorar tu pérdida. Y tiempo también de intentar ocupar mi tiempo y, sobre todo, mis noches, para no pasármelas enteras llorando en la cama y poder así tener un poco de ese bendito descanso del que disfrutaba cuando todavía estaba embarazada.
Ha sido el mes en el que he recuperado mi lactancia y he vuelto a ver gotas de leche salir de mis pechos. La que más lo disfruta es Diana, pero a mí me permite también reconciliarme un poco con mi propio cuerpo.
Y también el momento de estar con tus hermanos y con tu papá, de apoyarme en ellos y dejar que se apoyen en mí. De gestionar y valorar las secuelas de la intensidad emocional con la que hemos vivido inevitablemente estos últimos meses.
Te echo de menos, Mi Pequeña Flor. Cada día pienso en tí.
Ha sido un mes duro, muy duro. De muchas lágrimas y de volver a darle vueltas a lo que hubiera podido ser. Un mes en el que quizás lo peor ha sido dejarte de sentir en mi interior, porque antes yo sabía que estabas ahí, conmigo, aunque tuvieramos claro lo fatídico de tu futuro.
Tiempo de dejarte marchar y de llorar tu pérdida. Y tiempo también de intentar ocupar mi tiempo y, sobre todo, mis noches, para no pasármelas enteras llorando en la cama y poder así tener un poco de ese bendito descanso del que disfrutaba cuando todavía estaba embarazada.
Ha sido el mes en el que he recuperado mi lactancia y he vuelto a ver gotas de leche salir de mis pechos. La que más lo disfruta es Diana, pero a mí me permite también reconciliarme un poco con mi propio cuerpo.
Y también el momento de estar con tus hermanos y con tu papá, de apoyarme en ellos y dejar que se apoyen en mí. De gestionar y valorar las secuelas de la intensidad emocional con la que hemos vivido inevitablemente estos últimos meses.
Te echo de menos, Mi Pequeña Flor. Cada día pienso en tí.
Publicado por
Eloísa
miércoles, 13 de febrero de 2013
Romeo, Julieta y el posparto
En mayo del año pasado perdí un bebé. Casi al mismo tiempo, una gran amiga también perdió a su bebé (estábamos más o menos de las mismas semanas). Ella me decía que nuestros pequeños eran como Romeo y Julieta; y cuando su pequeñín se enteró de que el mío se había marchado, decidió dejarse ir como en la famosa historia de amor de Shakespeare.
Nuestras experiencias fueron muy diferentes. Lo mío fue un aborto diferido inducido con medicación y ella hizo un manejo expectante. Recuerdo que en los primeros días después de aquello yo la veía muy fresca, muy entera. Poco después ella me reconocía que era el efecto del subidón hormonal del posparto y que lo peor había venido después.
Quizás por eso yo estaba preparada para estos dos días después del parto de Mi Pequeña Flor de comerme el mundo, de ganas de hacer miles de cosas diferentes y de sentirme poderosa. Sin embargo, poco a poco esa sensación se fue pasando. El subidón hormonal se fue dispersando sin bebé que lo mantuviera en marcha y empezaron a acosarme los fantasmas.
En estos días que han pasado desde mi parto no dejo de darle vueltas a dos cosas:
La parte más positiva de todo esto son esas mujeres que conociendo mi historia me cuentan la suya. Compartimos nuestros sentimientos, nuestras frustraciones, lloramos juntas expresando cómo nos sentimos con respecto a nuestros bebés que ya no están. Descubrir esa hermandad oculta entre mujeres, dejar aflorar el dolor y los sentimientos que permaneces ocultos y hablar de manera sincera y despreocupada de cosas que nos cuesta expresar frente a otras personas.
Por eso mis Por qués de ayer. Esto es una realidad. Es insoslayable. Está ahí, al alcance de cualquiera que lo quiera tocar. No entiendo que no se hable de ello, que se oculte, que incluso entre nosotras no seamos capaces de hablarlo con cierta normalidad hasta que no nos encontramos entre una audiencia afín. Pero tampoco entiendo que en el ámbito sanitario no se ofrezca más apoyo, más empatía en un momento doblemente frágil del ciclo reproductivo femenino.
Nuestras experiencias fueron muy diferentes. Lo mío fue un aborto diferido inducido con medicación y ella hizo un manejo expectante. Recuerdo que en los primeros días después de aquello yo la veía muy fresca, muy entera. Poco después ella me reconocía que era el efecto del subidón hormonal del posparto y que lo peor había venido después.
Quizás por eso yo estaba preparada para estos dos días después del parto de Mi Pequeña Flor de comerme el mundo, de ganas de hacer miles de cosas diferentes y de sentirme poderosa. Sin embargo, poco a poco esa sensación se fue pasando. El subidón hormonal se fue dispersando sin bebé que lo mantuviera en marcha y empezaron a acosarme los fantasmas.
En estos días que han pasado desde mi parto no dejo de darle vueltas a dos cosas:
- La "nostalgia de tripa". Por llamarlo de alguna manera. Cuando nació Darío me pasó alguna vez que al ver alguna embarazada sentía cierta envidia de ellas y recordaba con pena la tripota que había llevado hace unas pocas semanas. Lo bueno es que luego tenía a mi pequeño y enseguida se me pasaban esas sensaciones. Ahora sin embargo, no tengo bebé que me consuele de la pérdida de mi tripa. Todas las mañanas, según me despertaba, tocaba y acariciaba mi tripa, sentía mi útero y conectaba con Mi Pequeña Flor. Y eso es algo que echo tremendamente de menos, porque ahora no hay nadie esperando mis caricias ni recibiéndolas. Mi niña ya no está y ese es el primer pensamiento que me viene a la cabeza todas las mañanas.
- La "amnesia posparto". Muchas veces, por muy mentalizadas que vayamos, nuestras experiencias en el parto no son las esperadas. No estamos para pelearnos, son lentejas, y no nos queda otra que tragar con rotura de bolsa, monitorización continua o una vía que no deseamos. Sin embargo, al final del camino hay un bebé, el mayor pico de oxitocina de la vida reproductiva de la mujer y todas estas cosas empiezan a desvanecerse y a pasar a segundo plano. Sin embargo, ahora que no tengo a ningún bebé que llene mis horas de compañía, mi torrente sanguíneo de hormonas reconfortantes y mi cerebro de nuevas conexiones... ahora es cuando no dejo de darle vueltas a todos esos detalles, a todas esas frase y a todo lo que no me gustó de este parto. Las escenas, las imágenes, las frases se agolpan en mi cabeza, me paso las noches reviviendo esos momentos, y no me gusta lo que veo. Pero eso ya lo contaré en otro post.
La parte más positiva de todo esto son esas mujeres que conociendo mi historia me cuentan la suya. Compartimos nuestros sentimientos, nuestras frustraciones, lloramos juntas expresando cómo nos sentimos con respecto a nuestros bebés que ya no están. Descubrir esa hermandad oculta entre mujeres, dejar aflorar el dolor y los sentimientos que permaneces ocultos y hablar de manera sincera y despreocupada de cosas que nos cuesta expresar frente a otras personas.
Por eso mis Por qués de ayer. Esto es una realidad. Es insoslayable. Está ahí, al alcance de cualquiera que lo quiera tocar. No entiendo que no se hable de ello, que se oculte, que incluso entre nosotras no seamos capaces de hablarlo con cierta normalidad hasta que no nos encontramos entre una audiencia afín. Pero tampoco entiendo que en el ámbito sanitario no se ofrezca más apoyo, más empatía en un momento doblemente frágil del ciclo reproductivo femenino.
Publicado por
Eloísa
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Mi Pequeña Flor
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