Una de las primeras cosas que descubrimos después de ser madres es el auténtico miedo. Un miedo que va más allá de lo físico, emocional y racional en el ámbito de lo personal. Es el miedo porque esa pequeña cosita que ha llegado para revolucionar nuestras vidas, sufra cualquier mal por pequeño que sea. Es un miedo al que nos vamos acostumbrando. Los primeros días nos despertamos sobresaltadas varias veces para comprobar que nuestro pequeño todavía respira… pero según pasa el tiempo lo vamos integrando y asumiendo en nuestra vida personal. Siempre está ahí, pero no es limitante ni asfixiante.
Lo bueno que tiene es que siempre hay algo que compensa, y ese gran miedo se ve compensado de sobra por la capacidad de nuestros pequeños de amarnos, simple y llanamente por el mero hecho de ser sus madres. Es un amor inocente, puro, incondicional, no hemos hecho nada más para ganarlo y merecerlo que el hecho de haber gestado y parido esos pequeños cuerpecitos y traerlos a este mundo. Un poco de magia reproductiva que se ve compensada con creces por esas miradas y gorgoritos, esos besos babosos y esos abrazos. Ese amor incondicional por la propia madre que nos acompaña toda la vida.
Y no es algo que nos hayamos ganado. No. Nos ha tocado la lotería. El amor de un hijo es independiente de lo “buenas” o “malas” madres que seamos, según que estándares apliquemos. No hay mayor cura de humildad que darte cuenta de que tú has traído al mundo a esas personitas y que ellos son quienes deciden amarte incondicionalmente, a pesar de o a causa de tus defectos y virtudes.
El amor de un hijo es. Es irremediable desde el momento en que existe el vínculo madre/hijo. Existe. Y es un vínculo tan fuerte que es capaz de sobrevivir incluso a las circunstancias más adversas. La madre o el padre son como dioses que todo lo saben, todo lo que hacen es bueno.
Yo me siento privilegiada por tener el amor de mis hijos. No me engaño y pienso que me quieran por ser buena o mala persona. Me quieren simplemente porque soy su madre. Ni más ni menos. Y por mucho que me equivoque en mis acciones diarías o por mucho que acierte, me seguirán queriendo. A no ser que se agote el amor, obviamente.
No me engaño y pienso que sea perfecta y que todo lo haga bien. Ni mucho menos. Yo he ejercido la violencia contra mis hijos. A veces verbal, a veces física. A veces por acción y a veces por omisión. Hay quienes me acusan de “aparentar ser perfecta” y “tener un coro de palmeras que me dan la razón”. Pues no quiero ser perfecta, pero aspiro a serlo. Y si no aspirara a serlo, no sería yo misma.
Reconozco que usé el método Estivill de adiestramiento del sueño con mi primer hijo. Y también que después aprendí que no era lo mejor y coleché con este hijo y con todos los demás. No porque sea mejor o quiera ser perfecta, sino porque era y ha sido lo mejor para nosotros. Reconozco que he dado un cachete a mis hijos en más de una ocasión y no me siento orgullosa de ello. Reconozco que he usado amenazas y castigos para que se comporten como yo he considerado adecuado en un momento dado. Reconozco que casi a diario se me escapa un grito hacia ellos o pierdo la paciencia. Reconozco que no soy la madre zen que me gustaría ser,...
Pero también reconozco que lo reconozco, no me siento orgullosa de mis errores, pero intento aprender de ellos y, sobre todo, asumo estos errores delante de mis hijos. Les pido perdón, por pegarles o por gritarles, les digo que ellos no tienen la culpa. Que mis cabreos y enfados son míos, y que el hecho de que alguna cosa que hagan ellos conduzca a “mi cabreo” es responsabilidad mía y que ellos nunca deberían sentirse culpables.
Hoy hablabámos en la comida. Les he dejado claro que un niño nunca es culpable de la actitud violenta de un adulto (sea física o verbal). Que es el adulto el que tiene que gestionar sus sentimientos y su violencia y nunca culpabilizar a un niño. Que si un niño no puede confiar ni en sus cuidadores primarios cuando un adulto ejerce la violencia contra él, entonces ese niño está indefenso. Quiero que tengan claro que ellos nunca tienen la culpa. Que la violencia la traemos su padre o yo, en nuestras mochilas, y aspiramos a poder gestionarla de la mejor manera posible sin dañarles a ellos en el camino.
Solo me siento bien como madre, en tanto en cuanto aspiro a que estas cosas no vuelvan a pasar. No soy una madre perfecta, no quiero serlo, pero el amor incondicional de mis hijos me obliga a estar en constante evolución para estar a su altura, a mirar hacia mi interior, a intentar cambiar lo que puedo cambiar, a intentar sacar el mejor partido posible de lo que no puedo cambiar. El amor incondicional de mis hijos me obliga a recordar cada día el privilegio que es ser amada por ellos.
Mostrando entradas con la etiqueta amor filial. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta amor filial. Mostrar todas las entradas
lunes, 17 de octubre de 2016
miércoles, 5 de agosto de 2015
Una historia de amor
Nuestro amor es perfecto. Único y paradigmático a la vez.
Antes de conocerte ya te imaginaba y te intuía. Estabas en mi imaginación, en mi cerebro, grabado a fuego en cada célula de mi cuerpo. Sonreía como una boba solo con pensar en ti y anticipaba con anhelo todas y cada una de las etapas de nuestro romance infinito. Tu solo pensamiento ya hacia vibrar partes íntimas de mi cuerpo, pues tú fuiste, desde el principio, el compositor de nuestra melodía y yo, tan solo, un instrumento afinado para dar lo mejor de cada nota.
Llegaste como una promesa de todo lo que estaba por venir y, a pesar de estar rodeada de amor y cariño, empecé a anhelar el tacto de tu piel sobre mí. Deseaba acariciar tu cuerpo y sujetarte cerca de mí para jamás dejarte marchar. Nuestro romance se fue cociendo a fuego lento, con promesas, pequeños encuentro fugaces cara a cara y cada día sintiéndote más dentro de la piel.
El ansiado encuentro fue tortuoso. Lleno de promesas cumplidas, pero también de decepciones. Tantas expectativas puestas durante todo los prolegómenos eran difíciles de cumplir. Estabas tan cerca y a la vez tan lejos... y siempre rodeados de extraños. Pero estábamos juntos y eso era lo importante, lo que nos animaba a seguir adelante y a buscar ese momento de intimidad que consumaría finalmente nuestra unión.
Finalmente emprendimos el viaje juntos a nuestra Arcadia particular. En nuestro refugio de amor pudimos desatar todas la pasiones refrenadas durante esos primeros días de caricias tímidas y supervisadas. Siempre juntos. Siempre tocándonos. Parecía que nunca nos cansaríamos de intentar fundirnos en un solo ser, de sentirnos, de domir juntos y deleitarnos en el frugal placer de acompasar nuestras respiraciones.
Hoy es nuestro aniversario. Un año y medio caminando y construyendo nuestro amor. Y aún hay noches en las que, yaciendo a tu lado, no puedo dejar de mirar tu rostro, maravillándome de la perfección de sus rasgos y de la paz que emanas durante tu sueño. Siempre te duermes el primero y yo atesoro esos momentos de paz en los que rememoro nuestros paseos de la mano, nuestras miradas complices o cómo somos capaces de producir carcajadas en el otro con solo proponérnoslo.
Me enamoraste desde el primer día. Pero cada día soy más tuya y me abandono más a ti. Me recuerdas constantemente la necesidad de disfrutar de las pequeñas cosas y de saborear de cada sorbo de agua fresca como si lo recibiera después de una travesía por el desierto. Descubro de nuevo el mundo, de tu mano y a través de tus ojos, y me siento diferente, con todos los sentidos magnificados. Y, aunque mis otros amores me han guiado por caminos similares, el hecho de saber lo que está por llegar no le resta anticipación o disfrute sino que lo añade, porque, aunque lo viva de nuevo, esta vez será contigo.
Un año y medio de goce infinito. Pero también de las más amargas lágrimas. Me has descubierto nuevas dimensiones para el amor, pero también he bebido por ti los licores del miedo, la espera, la incertidumbre, la ira... Aún así, no cambiaría un solo minuto de lo que hemos vivido juntos, pues con mis males y mis bienes, mis más y mis menos, me siento más yo a tu lado, más viva, más mujer, más amante, más madre.
Querido Erik. Te amo... Y sonrío traviesa cuando reflexiono lo que nuestra sociedad piensa de la promiscuidad, porque tú me has iniciado en un quinteto amoroso, que fue precedido por un cuarteto, un terceto y un dueto. Me has brindado un año y medio de pasión maternal y familiar, de romance filial, de plenitud. Y solo puedo mirar con optimismo lo que está por venir y guardar en ese rinconcito cálido de mi corazón a los que se quedaron atrás.
Antes de conocerte ya te imaginaba y te intuía. Estabas en mi imaginación, en mi cerebro, grabado a fuego en cada célula de mi cuerpo. Sonreía como una boba solo con pensar en ti y anticipaba con anhelo todas y cada una de las etapas de nuestro romance infinito. Tu solo pensamiento ya hacia vibrar partes íntimas de mi cuerpo, pues tú fuiste, desde el principio, el compositor de nuestra melodía y yo, tan solo, un instrumento afinado para dar lo mejor de cada nota.
Llegaste como una promesa de todo lo que estaba por venir y, a pesar de estar rodeada de amor y cariño, empecé a anhelar el tacto de tu piel sobre mí. Deseaba acariciar tu cuerpo y sujetarte cerca de mí para jamás dejarte marchar. Nuestro romance se fue cociendo a fuego lento, con promesas, pequeños encuentro fugaces cara a cara y cada día sintiéndote más dentro de la piel.
El ansiado encuentro fue tortuoso. Lleno de promesas cumplidas, pero también de decepciones. Tantas expectativas puestas durante todo los prolegómenos eran difíciles de cumplir. Estabas tan cerca y a la vez tan lejos... y siempre rodeados de extraños. Pero estábamos juntos y eso era lo importante, lo que nos animaba a seguir adelante y a buscar ese momento de intimidad que consumaría finalmente nuestra unión.
Finalmente emprendimos el viaje juntos a nuestra Arcadia particular. En nuestro refugio de amor pudimos desatar todas la pasiones refrenadas durante esos primeros días de caricias tímidas y supervisadas. Siempre juntos. Siempre tocándonos. Parecía que nunca nos cansaríamos de intentar fundirnos en un solo ser, de sentirnos, de domir juntos y deleitarnos en el frugal placer de acompasar nuestras respiraciones.
Hoy es nuestro aniversario. Un año y medio caminando y construyendo nuestro amor. Y aún hay noches en las que, yaciendo a tu lado, no puedo dejar de mirar tu rostro, maravillándome de la perfección de sus rasgos y de la paz que emanas durante tu sueño. Siempre te duermes el primero y yo atesoro esos momentos de paz en los que rememoro nuestros paseos de la mano, nuestras miradas complices o cómo somos capaces de producir carcajadas en el otro con solo proponérnoslo.
Me enamoraste desde el primer día. Pero cada día soy más tuya y me abandono más a ti. Me recuerdas constantemente la necesidad de disfrutar de las pequeñas cosas y de saborear de cada sorbo de agua fresca como si lo recibiera después de una travesía por el desierto. Descubro de nuevo el mundo, de tu mano y a través de tus ojos, y me siento diferente, con todos los sentidos magnificados. Y, aunque mis otros amores me han guiado por caminos similares, el hecho de saber lo que está por llegar no le resta anticipación o disfrute sino que lo añade, porque, aunque lo viva de nuevo, esta vez será contigo.
Un año y medio de goce infinito. Pero también de las más amargas lágrimas. Me has descubierto nuevas dimensiones para el amor, pero también he bebido por ti los licores del miedo, la espera, la incertidumbre, la ira... Aún así, no cambiaría un solo minuto de lo que hemos vivido juntos, pues con mis males y mis bienes, mis más y mis menos, me siento más yo a tu lado, más viva, más mujer, más amante, más madre.
Querido Erik. Te amo... Y sonrío traviesa cuando reflexiono lo que nuestra sociedad piensa de la promiscuidad, porque tú me has iniciado en un quinteto amoroso, que fue precedido por un cuarteto, un terceto y un dueto. Me has brindado un año y medio de pasión maternal y familiar, de romance filial, de plenitud. Y solo puedo mirar con optimismo lo que está por venir y guardar en ese rinconcito cálido de mi corazón a los que se quedaron atrás.
Publicado por
Eloísa
Etiquetas:
amor filial,
amor maternal,
Erik,
semana mundial de la lactancia materna
jueves, 24 de julio de 2014
Por miedo o por amor
Ser madre de tres es complicado. Nadie mejor que este blog para atestiguarlo, que colecciona su buena cantidad de telarañas desde que Erik nació de lo "abandonaito" que lo tengo. El día a día resulta muy absorbente y si los post se escribieran con solo pensarlos, publicaría tres o cuatro veces al día... Pero todavía no he encontrado la forma de hacerlo.
Hoy quería hablaros de una reflexión reciente. Una de esas ideas que te gustaría que se escribieran solas, directamente del cerebro al blog, sin pasar por el tamiz del ordenador y el teclado... Y es que cuando esa idea persiste y persiste y sigue rondando tu cabeza, finalmente entiendes que hasta que no la plasmes en palabras no te dejará tranquila. Y la idea es si debemos hacer las cosas por miedo o por amor.
Con el mayor de mis tres hijos tenemos días conflictivos en los que se junta que él está poco colaborador con que nosotros estamos cansados y que en verano, al estar más tiempo juntos, es inevitable que surjan más roces. En nuestra casa tenemos pocas normas que, en realidad se traducen en una muy básica: Nos respetamos. Y eso implica que no nos pegamos, no nos gritamos, no nos insultamos, nos tratamos bien, etc. Nos respetamos.
Después de un día especialmente tenso de esos en los que acabarías lanzando las cosas al aire y perdiendo ese respeto que pregonas por tus propios hijos, y después de desfogarme con una buena sesión de limpieza (algo bueno tienen que tener estos cabreos), terminé pensando en esto mismo: ¿Por qué nos respetamos? ¿Por miedo o por amor? Porque en ese arranque de cabreo tremendo me habían entrado ganas de sacar la mano a pasear y soltar una torta a mi hijo... sí, ya lo sé, yo misma estaría incumpliendo el "nos respetamos" al usar la violencia... Pero realmente lo que me hizo pararme a reflexionar era de qué quería que dependiera la buena convivencia de mi hogar: ¿Del miedo? ¿o del amor?
Porque con los castigos o los golpes, los niños acaban obedeciendo por miedo. No aprenden que las cosas no se hacen porque no son buenas o porque son una falta de respeto a la integridad de los demás, sino que aprenden que "si me pillan me pegan" y "cuando eres mayor está bien pegar".
Y yo no quiero que eso suceda en mi familia. Desgraciadamente lo he vivido... Y si al hilo de la vilencia obstétrica hace tiempo leí que alguien decía que no se recuerda el dolor sino que se recuerda el miedo, de mi infancia no recuerdo el dolor o la torta concreta, pero tengo grabado a fuego el miedo. Y, desde luego, no quiero que esa sea la vivencia de ninguno de mis hijos y no se la deseo a ningún niño del mundo. Porque si el miedo es terrible, es peor todavía cuando te lo inflinge alguien en quien confías y lo hace "por tu propio bien".
Después de reflexionar sobre todo esto, y ya más relajada, tuve una charla con mi hijo. Le conté que nos respetamos porque nos queremos, y que, aunque cuando nos enfadamos nos sale la ira por todas partes, tenemos que hacer un esfuerzo por recordar que queremos a la otra persona porque así es más fácil evitar los insultos, los gritos o las malas contestaciones.
Recurso al miedo
Y, después de rumiar durante todos estos días esta disyuntiva entre el miedo y el amor, pues al final me la llevo también al terreno de la lactancia. Muchas veces usamos argumentos del tipo "riesgos de la leche de fórmula" o "repercusiones sobre el vínculo" o todo tipo de perjuicios si no das el pecho. Y aunque la información está ahí para todo el que la quiera ver y no haya que ponerse vendas o paños calientes innecesarios, también es cierto que el recurso al miedo no deja de ser injusto. Una artimaña o una estratagema para que se haga lo que nosotros creemos correcto.
Y, como dice Carlos González, el pecho no se da por sus beneficios o porque prevenga el cáncer, sino que se da porque se disfruta, por AMOR. Y amamantar es una acto infinito de amor y de entrega incondicional de una madre hacia su retoño. Un compromiso que se renueva infinitas veces al día y que es gratificante para ambas partes de la relación. Es cierto que puede haber problemas e inicios complicados, pero cuando esas madres superan sus problemas esa sonrisa, esas mejillas sonrosadas llenas de oxitocina, esos ojos brillantes, son un fiel reflejo de ese AMOR. Y es que la lactancia es un acto de entrega placentera y el bebé se encarga también de activar nuestros circuitos del amor y del bienestar, contribuyendo a la secrección de dopamina que nos gratifica de nuevo.
La lactancia es un circuito cerrado de amor, en el que madre y bebé dan tanto como reciben y cada uno aporta un poco más, convirtiéndolo en una espiral infinita y creciente de afecto y entrega por ambas partes. Por eso, si estás esperando un bebé, si vas a iniciar tu lactancia en breve, mi consejo es que te informes, que te acerques a los grupos de apoyo de tu zona, que localices a madres que te puedan contar tu experiencia, pero, sobre todo, que abraces con júbilo, y no con miedo, el camino que tienes por delante. Porque todo lo que se hace por amor siempre es bueno y lo que se hace por miedo (al que dirán, a las enfermedades, a la obesidad, al cáncer, a los riesgos de la leche de fórmula) no siempre lo es.
Hoy quería hablaros de una reflexión reciente. Una de esas ideas que te gustaría que se escribieran solas, directamente del cerebro al blog, sin pasar por el tamiz del ordenador y el teclado... Y es que cuando esa idea persiste y persiste y sigue rondando tu cabeza, finalmente entiendes que hasta que no la plasmes en palabras no te dejará tranquila. Y la idea es si debemos hacer las cosas por miedo o por amor.
Con el mayor de mis tres hijos tenemos días conflictivos en los que se junta que él está poco colaborador con que nosotros estamos cansados y que en verano, al estar más tiempo juntos, es inevitable que surjan más roces. En nuestra casa tenemos pocas normas que, en realidad se traducen en una muy básica: Nos respetamos. Y eso implica que no nos pegamos, no nos gritamos, no nos insultamos, nos tratamos bien, etc. Nos respetamos.
Después de un día especialmente tenso de esos en los que acabarías lanzando las cosas al aire y perdiendo ese respeto que pregonas por tus propios hijos, y después de desfogarme con una buena sesión de limpieza (algo bueno tienen que tener estos cabreos), terminé pensando en esto mismo: ¿Por qué nos respetamos? ¿Por miedo o por amor? Porque en ese arranque de cabreo tremendo me habían entrado ganas de sacar la mano a pasear y soltar una torta a mi hijo... sí, ya lo sé, yo misma estaría incumpliendo el "nos respetamos" al usar la violencia... Pero realmente lo que me hizo pararme a reflexionar era de qué quería que dependiera la buena convivencia de mi hogar: ¿Del miedo? ¿o del amor?
Porque con los castigos o los golpes, los niños acaban obedeciendo por miedo. No aprenden que las cosas no se hacen porque no son buenas o porque son una falta de respeto a la integridad de los demás, sino que aprenden que "si me pillan me pegan" y "cuando eres mayor está bien pegar".
Y yo no quiero que eso suceda en mi familia. Desgraciadamente lo he vivido... Y si al hilo de la vilencia obstétrica hace tiempo leí que alguien decía que no se recuerda el dolor sino que se recuerda el miedo, de mi infancia no recuerdo el dolor o la torta concreta, pero tengo grabado a fuego el miedo. Y, desde luego, no quiero que esa sea la vivencia de ninguno de mis hijos y no se la deseo a ningún niño del mundo. Porque si el miedo es terrible, es peor todavía cuando te lo inflinge alguien en quien confías y lo hace "por tu propio bien".
Después de reflexionar sobre todo esto, y ya más relajada, tuve una charla con mi hijo. Le conté que nos respetamos porque nos queremos, y que, aunque cuando nos enfadamos nos sale la ira por todas partes, tenemos que hacer un esfuerzo por recordar que queremos a la otra persona porque así es más fácil evitar los insultos, los gritos o las malas contestaciones.
Recurso al miedo
Y, después de rumiar durante todos estos días esta disyuntiva entre el miedo y el amor, pues al final me la llevo también al terreno de la lactancia. Muchas veces usamos argumentos del tipo "riesgos de la leche de fórmula" o "repercusiones sobre el vínculo" o todo tipo de perjuicios si no das el pecho. Y aunque la información está ahí para todo el que la quiera ver y no haya que ponerse vendas o paños calientes innecesarios, también es cierto que el recurso al miedo no deja de ser injusto. Una artimaña o una estratagema para que se haga lo que nosotros creemos correcto.
Y, como dice Carlos González, el pecho no se da por sus beneficios o porque prevenga el cáncer, sino que se da porque se disfruta, por AMOR. Y amamantar es una acto infinito de amor y de entrega incondicional de una madre hacia su retoño. Un compromiso que se renueva infinitas veces al día y que es gratificante para ambas partes de la relación. Es cierto que puede haber problemas e inicios complicados, pero cuando esas madres superan sus problemas esa sonrisa, esas mejillas sonrosadas llenas de oxitocina, esos ojos brillantes, son un fiel reflejo de ese AMOR. Y es que la lactancia es un acto de entrega placentera y el bebé se encarga también de activar nuestros circuitos del amor y del bienestar, contribuyendo a la secrección de dopamina que nos gratifica de nuevo.
La lactancia es un circuito cerrado de amor, en el que madre y bebé dan tanto como reciben y cada uno aporta un poco más, convirtiéndolo en una espiral infinita y creciente de afecto y entrega por ambas partes. Por eso, si estás esperando un bebé, si vas a iniciar tu lactancia en breve, mi consejo es que te informes, que te acerques a los grupos de apoyo de tu zona, que localices a madres que te puedan contar tu experiencia, pero, sobre todo, que abraces con júbilo, y no con miedo, el camino que tienes por delante. Porque todo lo que se hace por amor siempre es bueno y lo que se hace por miedo (al que dirán, a las enfermedades, a la obesidad, al cáncer, a los riesgos de la leche de fórmula) no siempre lo es.
Publicado por
Eloísa
Etiquetas:
amor filial,
amor maternal,
educación,
lactancia materna,
miedo
jueves, 25 de octubre de 2012
Te quiero mucho
Que una madre quiere a sus hijos por encima de todas las cosas es un principio universal desde que el mundo es mundo. Pero quizás una verdad mucho más indiscutible es que todos los niños quieren a sus madres con locura, con un amor incondicional y entregado que perdura a lo largo del tiempo.
Para mí ha sido muy importante siempre demostrar a mis hijos que les quiero muchísimo. Y no solo con actos, entregándoles con amor mi tiempo, mi paciencia, mis palabras, caricias, besos... Sino que también he intentado siempre decirles, al menos una vez al día, que los quiero mucho.
"Te quiero" es una expresión que algunas veces nos cuesta decir, a la que le damos un significado casi esotérico y que atesoramos, quizás con la intención de que, una vez la digamos, su valor sea mayor. Pero las palabras son gratis y mi máxima siempre con mis pequeños ha sido no solo que se sientan queridos, sino que tengan clarísimo que su madre los quiere y los ama con locura. Por eso los "Te quiero" han sido constantes en nuestra crianza y cada día más frecuentes, sobre todo una vez empecé a ver la cara de felicidad que ponían mis pequeños cuando entendían lo que les estaba diciendo.
Os quiero, hijos, os quiero con locura. Lo digo aquí y os lo digo a vosotros cada día. Y soy muy feliz, porque todo este amor que os entrego sin esperar nada a cambio lo recibo multiplicado por mil de vosotros cada día.
Una situación que nos ha pasado ya unas cuantas veces, cuando estamos en la tienda o en el grupo de lactancia o en cualquier reunión con más madres y padres, es que uno de mis hijos se acerca a mí. Si es Darío el diálogo suele ser:
Darío: ¡Mamá!
Yo: ¿Qué?
Darío: ¡Qué te quiero mucho!
Y Diana suele ir a lo directo y simplemente me regala sus fantásticos "¡Mamá, te quiero mucho!".
A mí se me cae la baba, obviamente, todos y cada uno de los días y todas y cada una de las veces se me pone la sonrisilla tonta cuando me lo dicen y siempre les respondo con un "Yo también te quiero mucho". Y si se tercia, y se dejan, les doy un buen achuchón regado de besos.
Pero, a lo que iba, cuando estamos con más gente, cualquiera de estas expresiones espontáneas de mis peques suele despertar un coro de "Aaaahhhhhhhhhs" y "Oooooooohhhhhhhhhs" maravillados. Y a mí lo que me gustaría reivindicar hoy son los "Te quiero mucho". Me gustaría que todos y todas, cada día, os dijerais lo mucho que os quereis para que vuestros hijos lo tengan bien claro y os regalen su amor en forma de palabras siempre que puedan.
Llenemos el mundo de "Te quiero", "I love you" y "Je t'aime"... Para que cuando un hijo se acerque a su madre y le diga "Te quiero mucho" no haya tantos coros de sorpresa o admiración, sino solamente esas sonrisas cómplices, que quieren decir que esa persona que ha escuchado ese "Te quiero" infantil está recordando los otros muchos "Te quiero" que le han regalado a lo largo del día.
Y bueno, ¡¡¡Cómo no!!! A todos los que me leéis, os dedico un inmenso
Y, como vamos con retraso respecto a la agenda (nada que no me pase regularmente con estas cosas), aquí os dejo los participantes en el Sorteo de otoño que realizamos en colaboración con Tragón y Gusanito. Estos son los participantes a través del blog:
Vanessa
Merche
Cristina
Bichilla
La Gallina Pintadita
Matilde
Luna Encaprichada
Amagic
Dalmatati
Estefanía
Mamaluna
Verónica
Eva
Ceci Bacotua
Suu
Lyra
Y estos los que habéis participado a través del evento de Facebook:
Elisabeth López
Margarita Gautier
Twychi Twy
Elaine Betancor Montilla
Barbara Muñiz
Noelia Moreno
Marte Mendez
Carolina Martinez Juarez
Ceci Bacotua
Celeste Gonzalez
Virginia La Pichi
Albertina Castán
Arantxa Chapado
Majdita Maldita
Creciendo con Emma
Elena Martín
Rocío Ramirez
Mónica López
Vera Veritas
Eva Rodríguez
Maria Luz Cortes
Ruth Cañadas
Miriam Simón
Morgane Magermans
Edith Ugarte
Gala Rodriguez
Natalia Lopez
Gracia Arias
Mónica Cruz
Rebeca Cervero Sanz
Chelo Moa
Susana Cano
Ruy Estefanía
Noa Alarcón
Ana Climbercita
Encarna Saiz
Ross Berrueco
Laura Saso
El resultado del sorteo lo daremos a conocer mañana. ¡¡¡Mucha suerte para todos!!!
Para mí ha sido muy importante siempre demostrar a mis hijos que les quiero muchísimo. Y no solo con actos, entregándoles con amor mi tiempo, mi paciencia, mis palabras, caricias, besos... Sino que también he intentado siempre decirles, al menos una vez al día, que los quiero mucho.
"Te quiero" es una expresión que algunas veces nos cuesta decir, a la que le damos un significado casi esotérico y que atesoramos, quizás con la intención de que, una vez la digamos, su valor sea mayor. Pero las palabras son gratis y mi máxima siempre con mis pequeños ha sido no solo que se sientan queridos, sino que tengan clarísimo que su madre los quiere y los ama con locura. Por eso los "Te quiero" han sido constantes en nuestra crianza y cada día más frecuentes, sobre todo una vez empecé a ver la cara de felicidad que ponían mis pequeños cuando entendían lo que les estaba diciendo.
Os quiero, hijos, os quiero con locura. Lo digo aquí y os lo digo a vosotros cada día. Y soy muy feliz, porque todo este amor que os entrego sin esperar nada a cambio lo recibo multiplicado por mil de vosotros cada día.
Una situación que nos ha pasado ya unas cuantas veces, cuando estamos en la tienda o en el grupo de lactancia o en cualquier reunión con más madres y padres, es que uno de mis hijos se acerca a mí. Si es Darío el diálogo suele ser:
Darío: ¡Mamá!
Yo: ¿Qué?
Darío: ¡Qué te quiero mucho!
Y Diana suele ir a lo directo y simplemente me regala sus fantásticos "¡Mamá, te quiero mucho!".
A mí se me cae la baba, obviamente, todos y cada uno de los días y todas y cada una de las veces se me pone la sonrisilla tonta cuando me lo dicen y siempre les respondo con un "Yo también te quiero mucho". Y si se tercia, y se dejan, les doy un buen achuchón regado de besos.
Pero, a lo que iba, cuando estamos con más gente, cualquiera de estas expresiones espontáneas de mis peques suele despertar un coro de "Aaaahhhhhhhhhs" y "Oooooooohhhhhhhhhs" maravillados. Y a mí lo que me gustaría reivindicar hoy son los "Te quiero mucho". Me gustaría que todos y todas, cada día, os dijerais lo mucho que os quereis para que vuestros hijos lo tengan bien claro y os regalen su amor en forma de palabras siempre que puedan.
Llenemos el mundo de "Te quiero", "I love you" y "Je t'aime"... Para que cuando un hijo se acerque a su madre y le diga "Te quiero mucho" no haya tantos coros de sorpresa o admiración, sino solamente esas sonrisas cómplices, que quieren decir que esa persona que ha escuchado ese "Te quiero" infantil está recordando los otros muchos "Te quiero" que le han regalado a lo largo del día.
Y bueno, ¡¡¡Cómo no!!! A todos los que me leéis, os dedico un inmenso
Te quiero
Para que empecéis el día con una gran sonrisa y repartiendo "Te quiero" entre todos vuestros seres queridos... Y, por cierto, no le he copiado este post a Suu, pero me acabo de dar cuenta de que es tan "happy" como mucho de los suyos, pero con ese tufillo alecionador que tanto me cuesta sacarme de encima ;-)
Vanessa
Merche
Cristina
Bichilla
La Gallina Pintadita
Matilde
Luna Encaprichada
Amagic
Dalmatati
Estefanía
Mamaluna
Verónica
Eva
Ceci Bacotua
Suu
Lyra
Y estos los que habéis participado a través del evento de Facebook:
Elisabeth López
Margarita Gautier
Twychi Twy
Elaine Betancor Montilla
Barbara Muñiz
Noelia Moreno
Marte Mendez
Carolina Martinez Juarez
Ceci Bacotua
Celeste Gonzalez
Virginia La Pichi
Albertina Castán
Arantxa Chapado
Majdita Maldita
Creciendo con Emma
Elena Martín
Rocío Ramirez
Mónica López
Vera Veritas
Eva Rodríguez
Maria Luz Cortes
Ruth Cañadas
Miriam Simón
Morgane Magermans
Edith Ugarte
Gala Rodriguez
Natalia Lopez
Gracia Arias
Mónica Cruz
Rebeca Cervero Sanz
Chelo Moa
Susana Cano
Ruy Estefanía
Noa Alarcón
Ana Climbercita
Encarna Saiz
Ross Berrueco
Laura Saso
El resultado del sorteo lo daremos a conocer mañana. ¡¡¡Mucha suerte para todos!!!
Publicado por
Eloísa
Etiquetas:
amor filial,
amor maternal,
sorteo,
Te quiero,
tragon y gusanito
Suscribirse a:
Entradas (Atom)