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lunes, 20 de diciembre de 2010

Cuento de Navidad

Héteme aquí, que hace unos días voy a recoger a Darío al cole (público, por cierto) y me encuentro, en mitad del camino, un belén tamaño gigante, un poco feo y rodeado de una valla improvisada con espumillón, no sea que a los churumbeles les de por acercarse demasiado al nacimiento.

Yo, atea hasta la médula aunque criada en el catolicismo consetudinario, me sorprendo, aunque mi actitud no parece tener demasiado reflejo en el resto de los padres complacientes que acuden a recoger a sus hijos (otro día os cuento el "acoso" al que me sometió la profe de religión a principio de curso). Así que, cuando llego a casa, me descargo con mi santo, que comulga con mis ideas religiosas (secretamente, los dos adoramos al díos espaguetti de los pastafaris, aunque mi costillo, recientemente, ha renunicado al almidón en su dieta y ya no se consagra a su adoración tanto como antes, aunque a las albóndigas y a la salsa de tomate no les hace ascos).

Y como hace tiempo le tenía pedido que me escribiera un post para el blog, pues le digo: "mira, ya tienes tema para escribir, pero no tardes mucho que si no se nos pasan las navidades y entonces no viene al caso el tema". Y él, diligente y aplicado, me ha escrito un post divertidísimo y poco complaciente. Ahí os lo dejo:

Cuento de Navidad (o de cómo a los maridos les encargamos churras y nos vienen con merinas)
Me encarga la jefa que escriba un post para este su blog (suyo de ella y suyo de ustedes). Al parecer han puesto en medio del patio del colegio donde llevamos al pitufo un portal de belén tirando a horroroso y Eloísa, sabiéndome un ateazo de tomo y lomo, me pide que os escriba algo creo que esperando que suelte unos cuantos sapos y culebras sobre los símbolos religiosos en la escuela pública, la enseñanza de religión durante el tiempo docente y de regalo un manual de cómo quemar una representación de escena mística en fáciles pasos y que te sobre gasolina para la iglesia que anda cerca.

Lo siento cariño, creo que voy a defraudarte.

Es lo que hay
La verdad es que me he sorprendido a mi mismo no escandalizándome en absoluto por el hecho en sí. Está claro que no veo bien que se destine dinero público a manifestaciones religiosas, pero es que esto será una parte infinitesimal de lo que se gasta el estado en financiar visitas de señores de blanco que están en contra de los anticonceptivos, Xacobeos donde políticos, en representación del pueblo soberano, se hacen la foto con santos genocidas, paseos de muñecos ensangrentados por calles principales de ciudades y pueblos, etc.

Y tampoco es algo que no se vaya a dar en otros espacios públicos, por ejemplo, la plaza del pueblo, el ayuntamiento o el centro sociocultural. Así que por mucho que se me hinchase la vena matacuras, me iba a gastar una pasta gansa en gasofa para tanto incendio. ¿Nos quedamos cruzados de brazos entonces? Bueno, tampoco es eso.

Cuéntame un cuento
Me dice Eloísa que este belén es horroroso, pero la verdad es que algunos son bastante bonitos y verlos con el peque puede ser una experiencia disfrutable. Lo verdaderamente chungo sería si le estuvieran metiendo en la cabeza que ese mocoso que ve ahí en pañales es el hijo de “Dios-todo-poderoso-creador-del-cielo-y-de-la-tierra-al-que-tienes-que-obedecer-en-todo-si-no-quieres-que-unos-bichos-rojos-con-cuernos-y-rabo-te-cuezan-en-un-caldero”, pero quiero creer que ese no es el caso.
Así que ahí están mamita o papito para contarle las cosas bien; y es que, al fin de al cabo, un belén es como el principio de la Bella Durmiente, un niño muy especial al que le hacen una fiesta cojonuda de presentación en sociedad, y viene todo Cristo (bueno, éste no viene que ya estaba) a hacerle regalos. Si uno se anima hasta le puede contar el final del cuento: al niño especial cuando se hace mayor, en lugar de que venga un príncipe a rescatarlo, se lo cargan clavado en una cruz muy alta (sí, como esa que hay en la iglesia de al lado). ¿Macabro? Bueno, sí, pero no más que el final de Caperucita dónde, según versiones, se monta un pifostio entre lobos comiéndose abuelas, cazadores rajando lobos y gore a cascoporro.

Y es que no hay nada como poner las cosas en su sitio, que somos adultos responsables, racionales y sabemos distinguir y hacer distinguir a nuestros hijos entre fantasía y realidad, para que no tengan problemas cuando sean adultos en darse cuenta de que la Biblia es una obra de ficción, como El Señor de los Anillos pero con más sangre, sexo y violencia. Sí, ¿verdad? Bueno, igual no lo somos tanto.

Ayyyy, Macarena
Me encantan los símiles, y cuanto más traídos por lo pelos mejor, así que, preparaos, que allá va: La Navidad es como una fiesta en la que la música es una mierda, ponen garrafón y hay demasiada gente, pero es que, leñe, va todo el mundo. Así que o te quedas en casa cual asceta o te integras, charlas con los amigos, bebes un poco y, como te descuides, acabas bailando la Macarena con los calzoncillos en la cabeza y diciendo a todo el que se te cruza en tu camino lo mucho que le quieres.

Pues eso, que podría poner el grito en el cielo por que se representen cuentos chinos dentro del recinto donde mi hijo aprende a juntar la “pe” con la “a”, pero me viene a la cabeza eso de las pajas y las vigas en los ojos, por que sí, confieso, he cantado villancicos con mi hijo (dale a tu cuerpo alegría Macarena), le he instado a que escriba una carta a un señor gordo que vive en el Polo Norte (que tu cuerpo es pa’ darle alegría y cosa güena), le he dicho que le dé esa carta a un tío disfrazado de señor gordo que vive en el Polo Norte, diciéndole que ese era el verdadero señor gordo que vive en el Polo Norte (dale a tu cuerpo alegría Macarena), he cerrado el boquino cuando allegados le han dicho al nene que si no se portaba bien el señor gordo no le iba a traer lo que le había pedido en esa carta (aaaayyy Macarena) y me he inventado mentiras absurdas para justificar que lo que había pedido en la cartita de marras apareciera sorpresivamente en el maletero del coche (¡jaí!).

De resacón
Y no es que esté orgulloso de bailar la Macarena, digo… de seguir el rollo navideño. Es la opción fácil, aunque puede que no sea la más satisfactoria. Pero bueno, a lo hecho pecho, nos lo pasamos pipa escribiendo la carta, los peques están muy monos en la foto con Santa, los villancicos los desafinamos cada vez menos (hasta me he sacado alguno con la armónica), y procuraré contrarrestar el mensaje “si eres bueno tienes regalos, si eres malo tienes carbón”.

Quizá para el año que viene me entre la vena íntegra y le diga a Darío “¿te acuerdas del cuento ese del niño al que le llevaban regalos? Pues eso del gordo y los renos y el Polo Norte va a ser igual de cuento. Ah, y el regalo que hay debajo del árbol es porque te quiero”.

Quizá también a este Estado “laico” le entre la vena íntegra y deje de financiar y jalear manifestaciones religiosas, y éstas queden relegadas al ámbito privado (¿no están privatizándolo todo?).

Bueno, como veis (y seguro que estaréis experimentando en vuestras carnes) no es fácil ser padre “concienciado”, eso sí, me consuela pensar que a pesar del garrafón y la Macarena, no me he puesto los calzoncillos en la cabeza.

Aún.

¡Felices Fiestas!

Pues eso, lo dicho, ¡¡¡Felices Fiestas!!!

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