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sábado, 28 de noviembre de 2015
Familia accidental
Fue un día de lo más extraño. Yo todavía andaba en una nube a pesar de que habían pasado ya más de dos meses desde todo aquello. Era como si el suelo que pisara fuera de gelatina y no podía deshacerme de la sensación de que alguien había envuelto mi cerebro en vendas y algodones, ya que todos los sonidos me llegaban amortiguados. Seguía sin poder mantener la atención en las reuniones del trabajo y aquella sensación no ayudaba. Mis informes llegaban un poco más tarde de lo normal, pero llegaban, así que a pesar de las caras de pena y modales afectados que todo el mundo ponía cada vez que se topaba conmigo, nadie insistía demasiado en que me cogiera de nuevo la baja.
No recuerdo nada especial de ese día. Era otoño. Habían cambiado la hora y cuando volvía a casa estaba ya todo oscuro. No me importaba demasiado. De hecho, me molestaban en extremo los días soleados y la gente saliendo a la calle. Sus vidas normales y tranquilas me recordaban todo aquello que había perdido. Donde podría estar y donde estaba en realidad.
Me subí al coche como cualquier día. Dejé el bolso en el asiento del copiloto, encendí las luces y emprendí el camino a casa. Los mismos semáforos de siempre, las mismas calles de siempre…
Sumida en mis pensamientos, apenas era consciente del camino que estaba recorriendo. El “piloto automático” era mi ángel de la guarda y, a pesar de que últimamente siempre conducía así, nunca me había pasado nada más grave que saltarme una salida de la autopista. Daba vueltas a cómo había sido todo y ya casi había dejado de pensar qué podía haber cambiado para que mi bebé siguiera conmigo. La rabia y la impotencia habían dejado paso a la tristeza y el pesar. Todo el mundo me decía que imaginarme en mis brazos a mi pequeño Luís no iba a ayudarme a superar el trauma. Que vivir en las ensoñaciones solo me hacía daño y alargaba el proceso. Pero yo me agarraba a lo único que me quedaba de aquel hijo que murió a pesar de que yo lo sentí muy vivo en mis entrañas cada uno de los días que duró aquel sueño de primavera.
Y entonces oí un ruido. Como un roce. Que venía de la parte de atrás del coche. Me sobresalté y mi primera reacción aterrada fue dar un volantazo. Por suerte la carretera iba casi vacía y ahí quedó la cosa. Aflojé el ritmo y casi me reí de mí misma. Seguro que lo había imaginado. Sin embargo, un par de minutos después, ahí estaba de nuevo el ruido, como de tela rozando contra tela. Esta vez estaba segura de haberlo oído. El instinto de lucha o huida se impuso a mi amodorramiento generalizado y ahí estaba yo con todos los sentidos mucho más despiertos de lo que habían estado en las últimas semana. Y, de nuevo, el ruido. Esta vez un poco más leve, un roce.
Miré hacia atrás y vi la silla del bebé. Una silla a contramarcha. Flamante, nueva, preciosa. Había dedicado horas y horas de investigación y comparativas para decidir qué sistema de retención infantil era más adecuado para Luís. Y el destino había decidido ignorar todos mis esfuerzos por darle lo mejor y había decidido matarlo cuando apenas quedaban dos semanas para que naciera. Daniel había tomado las riendas tras la vuelta a casa del hospital y había desmantelado la habitación de Luís lo más discretamente posible, mientras yo dormía entre calmantes y antidepresivos. Pero no le dejé tocar mi coche, no le dejé desmontar esa silla y la paseaba día tras días como señal de duelo, como cicatriz visible de todos los arañazos, desgarros y heridas que sentía en mi interior.
A pesar del subidón de adrenalina, todo se vino de nuevo abajo con la visión de la silla. Apreté las manos sobre el volante, pisé un poco más el acelerador y sentí que los ojos se me nublaban de lágrimas y empezaban los espasmos involuntarios y el dolor de pecho por los intentos de aguantar ese llanto que era imposible de retener.
Apenas veía la carretera, solo algunas luces, cuando de nuevo escuché ese sonido. Déjalo estar. Finalmente te has vuelto loca, dijo una vocecilla malvada en mi interior. Al mismo tiempo, pensé que quizás algún animalillo había conseguido colarse en el coche y era eso lo que estaba oyendo. Vi un cartel de una salida y me dirigí hacia ella entre pitido y ruidos de frenadas. No me importaba poner intermitentes, ni evitar que otro coche me embistiera. Necesitaba salir del coche, respirar aire fresco y reunir serenidad suficiente para poder emprender de nuevo el camino a casa.
Paré y apagué el motor. Y ahí estaba el sonido de nuevo. Salí del coche y respiré profundamente, notando que poco a poco se liberaba toda la presión que se había ido concentrando en mi pecho y espalda. Moví la cabeza y giré los hombros mientras pensaba que aquella bestiecilla que había generado esta crisis bien podía aprovechar la ocasión para salir por mi puerta y dejarme tranquila de una vez. Pero no vi nada escabullirse.
- Habrá que animarla -me dije a mi misma mientras daba la vuelta hacia la parte de atrás del coche, dispuesta a abrir la puerta trasera y ponérselo fácil al gato, lagartija o lo que fuera que había decidido acampar en mi coche.
Y cuando abrí la puerta lo vi ahí. En la silla de Luís y perfectamente atado. Tapado con una mantita. Un bebé de apenas unos días que movía sus manitas débilmente, con sus ojos cerrados. Si hubiera estado acompañada, me podría haber permitido el lujo de desmayarme, pero no podía. ¿Cuánto tiempo llevaba ahí ese bebé? ¿Estaba en realidad o era una mala pasada de mi imaginación? ¿Había terminado volviéndome loca de dolor como tantas personas llevaban temiendo en las últimas semanas?
Temblorosa, acerqué una mano al pequeño y lo toqué. Sí, estaba ahí y sí, era de carne y hueso. No se esfumó al tacto ni atravesé su cuerpo con mi mano. Su presencia diminuta era como un grito desgarrador en mi cabeza, pues no dejaba de pensar en el cuerpo sin vida y lívido de Luís que se había deslizado de mis entrañas como un pececito resbaladizo. Pero este cuerpo palpitaba y se estremecía. El pequeño temblaba y me apresuré a cerrar la puerta. Con el sonido de la puerta el bebé se volvió a estremecer, pero siguió dormido. Podía verlo a través del cristal. Seguí ahí, no me había vuelto loca… pero ¿Cómo narices había ido a parar un bebé a mi coche? ¿Había hecho caso ese dios en el que nunca había creído a mis plegarias y había devuelto la vida a Luís? Mientras calibraba la gran improbabilidad de aquella explicación, las pocas neuronas que tenía alertas me empujaron a sacar el móvil, mandarle a Daniel mi ubicación por whasapp y pedirle que viniera a buscarme con su coche y que no pidiera explicaciones.
Abrí la otra puerta trasera y me senté en la plaza al lado de la silla. Veía como el pecho del pequeño subía y bajaba rítmicamente y me sumí en la hipnótica contemplación de ese movimiento como si de un bálsamo para mi alma dolorida se tratara. No sé cuánto tiempo pasó hasta que me decidí a abrir la mantita para contemplar al bebé al completo. Mientras lo hacía, una pequeña tarjeta se deslizó hacia abajo.
La cogí y vi que simplemente ponía: “Me llamo Manuela y sé que serás una buena madre para mí”.
Cogí su diminuta mano mientras mi mente repetía “Manuela, Manuela, Manuela” como un mantra y sus pequeños deditos se aferraron a mi dedo índice con un apretón firme que selló el pacto que se había estado forjando desde que posé mis ojos sobre ella. Con una decidida determinación desabroché rápidamente el cinturón de la sillita y cogí suavemente a Manuela para ponerla sobre mi pecho y arroparla con mi calor y mi abrigo.
“Todo está bien. Voy a ser tu madre”, le dije, señor juez, y desde entonces no me he vuelto a separar de ella. Con esas palabras le prometí que siempre estaría a su lado, que velaría su sueño y le daría alas para aprender a volar y siempre he tratado de mantenerme firme en mi promesa.
-¿No es Manuela un sustituto de ese bebé que perdió? -preguntó el juez.
- No lo es ni nunca lo podrá ser -respondió Rosa. -Luís iluminó nuestras vidas durante ocho meses y me enseñó a ser madre. Pero se marchó y nadie podrá sustituir el hueco que dejó ni tapar su recuerdo. No hay día que no piense en él, a veces con alegría, a veces con tristeza. No dejo de pensar en lo buen hermano mayor que hubiera sido para Manuela. Pero mi hija no sustituye a nadie sino que, desde el principio, ha reclamado su lugar en nuestra familia con voz propia. Desde esa nota misteriosa a cada sonrisa y gorjeo infantil. Manuela es Manuela y siempre será Manuela. Luís siempre será Luís, aunque ya solo viva en nuestros corazones.
- Está bien. Muchas gracias por su testimonio. Puede marcharse -dijo el juez mientras se revolvía en su asiento. El testimonio de Rosa había sido intenso. Acostumbrado a disputas por custodias y peleas por herencias, sabía que este caso no le iba a dejar indiferente.
- ¿Quién viene ahora? -le preguntó a Amelia, la asistente social que había organizado esa “vista” tan peculiar que tenía acaparada su agenda durante todo el día.
- Ahora hablará Daniel. Es el marido de Rosa y ha ejercido durante todo este tiempo como padre de Manuela -respondió ella.
- Esta bien -dijo el juez mientras se reajustaba las gafas y se preparaba para tomar notas de nuevo.
Daniel accedió al pequeño despacho del juez de familia elegido para la vista preliminar sobre el caso de custodia de Manuela. Saludó a Amelia con una inclinación de cabeza y se sentó en la única silla libre, frente al juez. Notó la calidez del cuerpo de su mujer, que acababa de abandonar aquel mismo asiento. Se habían cruzado brevemente en la puerta del despacho y Rosa le había obsequiado con una mirada esperanzada, mientras le cogía ambas manos y las apretaba firmemente para darle ánimos.
- El relato de su mujer parece casi una historia de fantasía -argumentó el juez. -Uno no puede sino imaginarse a una mujer llena de dolor tras la pérdida de su bebé inventando un cuento de hadas como este para salirse con la suya…- siguió.
- Tienes usted razón señor juez. El primer sorprendido fui yo. Cuando llegué aquella noche a esa carretera casi desierta y me encontré el coche de mi mujer con las luces encendidas, el motor en marcha y los intermitentes parpadeando, me imaginé lo peor. Mi corazón dio un vuelco, pues cada día era una tortura hasta que por fin oía sus llaves girar en la puerta de casa... y cuando se retrasaba tan solo unos minutos no dejaba de imaginarla volcada en una cuneta tras haberse salido de la carretera. Pero día tras día conseguía llegar a casa entera. Hasta ese día. Llegué y cuando no la vi en el asiento del conductor di por hecho que había pasado algo grave y miré a mi alrededor imaginando que se habría arrastrado fuera del coche. Empecé a gritar su nombre y enseguida se abrió la puerta de atrás y oí que me chistaba y me pedía que guardara silencio. Me acerqué y la vi allí, en el asiento trasero, sujetando un pequeño bulto contra su pecho. Pensé que se había herido y trataba de parar la hemorragia. Me abalancé sobre ella y de repente se giró, rechazándome. “Daniel”, me dijo. “Ten cuidado. La vas a hacer daño”. ¿Hacer daño? ¿A quién? Entonces, llegué a la conclusión de que habría estado a punto de atropellar a un pequeño animalito y que lo estaría protegiendo.
“Mira”, me dijo con una tímida sonrisa. Y me enseñó el pequeño bulto que sostenía amorosamente entre sus brazos ¡¡¡Era un bebé!!! Le juro, señor juez, que casi me desmayé en ese momento. Rosa estaba como en trance, con las mejillas sonrosadas y una sonrisa bobalicona en su cara. Primero toqué aquella cosa, pensando que sería un muñeco. Pero enseguida me di cuenta de que era un bebé de verdad que respiraba, gemía y se chupaba los puñitos con bastante fruición.
Entonces empecé a preocuparme. Miré a mi alrededor. Esperaba encontrar a una familia que buscaba desesperadamente a su bebé, pero, obviamente, allí no había nadie. Estaba seguro de que Rosa había robado a esa criatura, pero al mismo tiempo de lo contrario. Si hubiera querido cometer una locura, habría tenido muchas oportunidades antes ¿Por qué ahora? Y además estaba convencido de que mi mujer nunca traspasaría el limite de secuestrar al bebé de otras personas, sobre todo después de haber vivido en sus carnes la desgarradora experiencia de perder a su propio hijo.
Ella seguía arrullando al bebé y meciéndolo contra ella. Se perdía en ese pequeño y cuando me miró y vio mi cara de preocupación simplemente me pasó la nota.
“Me llamo Manuela y sé que serás una buena madre para mí” leí. Ella dejó que el mensaje calara en mi mente y luego añadió. -Sé que ahora mismo no estás pensando demasiado bien de mí, pero la realidad es que alguien dejó a esta pequeña en la sillita del coche y que me he dado cuenta a mitad de camino a casa-.
- ¿Y qué hacemos? -le pregunté.
- De momento, llévanos a casa y luego ya iremos viendo -me respondió con parsimonia, mientras cogía a la pequeña y la colocaba de nuevo en la sillita del coche. Manuela protestó y Rosa introdujo su dedo en la boquita de la pequeña, que enseguida lo empezó a succionar y se calmó.
Conduje el coche de mi mujer hasta casa. Aparqué en el garaje y le abrí la puerta. Rosa había cogido a la pequeña, a Manuela, y enfiló hacia el ascensor sin mediar palabra. Allí me esperaron y subimos juntos a casa. Entramos en el piso y mi mujer enseguida buscó un papel y empezó a hacer una lista. Yo estaba a punto del colapso. No sabía qué decirle ni qué hacer. Si llamar a la policía o a algún vecino para que me ayudara a arrojar un poco de luz sobre esa situación tan inesperada o arrodillarme junto a ella para llorar por Luís y suplicarle que no siguiera adelante con esa farsa. No tuve que hacer nada de eso. Rosa me puso una lista en las manos y me dijo “Lo primero a la farmacia. Leche de inicio y unos cuantos biberones y tetinas. También algún sistema para esterilizarlos. En el chino de la esquina, compras un par de botellas grandes de agua mineral. Vuelves a casa y me lo traes. Luego te vas al súper a comprar pañales, un paquete de la talla 2 hasta que sepamos si le va bien o no, y toallitas. Vuelves y me lo traes. Como ya es tarde, luego te vas al C&A o al Primark del centro comercial y me compras lo que pone en esta lista: bodis y pijamas, de momento, luego ya iremos viendo. Si tienes cualquier duda, me mandas un whasapp” y me despachó hacia la puerta, recordándome que cogiera las llaves y la cartera.
Cuando volví del último recado, Manuela ronroneaba satisfecha en brazos de Rosa. Había comido, tenía el pañal limpio y mi mujer se las había ingeniado para encontrar alguno de los arrullos que habíamos preparado para Luís y que se me debía de haber escapado en la limpieza tras volver del hospital. Dejé las bolsas con la ropa en el sofá y miré a mi mujer. Estaba como ausente, en su mundo, pero la mirada ya no estaba perdida ni sus ojos brillantes por las lágrimas retenidas. Sus ojos tenían un objetivo claro y se perdían en cada centímetro de aquella pequeña que había irrumpido en nuestras vidas. Yo seguía muerto de preocupación pero me dije que nada malo podía haber en acoger a Manuela unos días mientras hacíamos averiguaciones para encontrar a su familia.
He de confesar, señor juez, que esa expectación calmada que se instaló en mi casa me resultaba cómoda y querida. Cada día pensaba que era necesario buscar a la madre de Manuela, pero también recordaba esa nota y me decía que la madre biológica de Manuela había elegido a Rosa como madre para su hija. Y no podía sino alabar su decisión. Rosa se había transformado y había florecido. Su duelo por la pérdida de Luís se me antojaba como un capullo del que había salido renacida. La veía como una madre Fénix y me asombraba la claridad y serenidad con la que tomaba todo tipo de decisiones a las que yo no me atrevía a hacer frente. Me pidió que arreglara los papeles para su excedencia laboral y lo hice. Investigué para ella sobre adopciones y acogidas. Buceé en la red intentando buscar antecedentes de padres adoptivos que hubieran “encontrado” a sus hijos y mucho más.
Volvía a casa cada día del trabajo con una sonrisa en lugar de con pesar. Anticipaba el momento del baño de Manuela, me derretía con cada una de sus sonrisas y daba la bienvenida a la vuelta de la armonía a nuestro hogar. Éramos una familia. Aquello que el destino nos había robado, parecía que nos lo había devuelto. Pero no dejaba de ver la sombra que se ocultaba detrás de todo eso. En algún momento habría que salir de nuestra burbuja, relacionarnos con los vecinos o los familiares y explicar de dónde había salido esa bebé.
Rosa lo tenía claro. Para alguno sería nuestro bebé y no tendríamos que dar explicaciones, sino dejar que asumieran como ciertas sus propias suposiciones. Para otros, simplemente diríamos que habíamos acogido a una pequeña huérfana, lo cual no era más que una interpretación de nuestra realidad.
Y fue pasando el tiempo. Cuando Manuela cumplió un año ya no había un lugar en nuestra casa y en nuestra familia que no estuviera lleno de ella. Cada día me costaba más tomar la decisión de arriesgarme a perder de nuevo a una hija. Temía que Rosa no pudiera soportarlo. Pero me armé de valor y consulté con un amigo abogado. Preocupado, nos recomendó que viéramos a Amelia y aquí estamos, poniéndonos en sus manos para que considere si somos adecuados para seguir cuidando de nuestra hija.
Le ruego, señor juez, que entienda que el error fue mío. Que si alguien debe pagar o ir a la cárcel, lo haré gustoso porque no conseguí reunir antes el valor suficiente para intentar legalizar esta situación. Tenía miedo de perder a Manuela y a mi esposa. Durante todos estos meses, Manuela no ha estado solo bien alimentada y cuidada, sino que creo que hemos conseguido ser una familia para ella y proporcionarle estabilidad emocional y un entorno apropiado para crecer en libertad, querida, protegida y amada. No tiene más que verla. Tan mal no lo hemos hecho. Sería cruel internarla en una institución. No nos separe…
-Esta bien, Daniel -le interrumpió el juez-. Me queda claro su testimonio, pero le ruego que paré ahí. Entiendo perfectamente todo lo que siente y su nivel de entrega y devoción ha quedado suficientemente claro, tanto por su testimonio como por las pruebas periciales aportadas por Amelia y el Instituto de Asuntos Sociales. Por favor, retírese para que pueda seguir considerando el caso.
Daniel se levantó y se marchó sin mediar más palabra. Sentía que su cuerpo era piel, huesos y gelatina. Le zumbaban los oídos mientras rumiaba sobre lo injusto de que un señor que no los conocía ni a ellos ni a Manuela tuviera la capacidad de decidir sobre su destino de manera arbitraria.
-¿Eso es todo, Amelia? -preguntó el juez.
- No. No es todo. Tenemos un testimonio adicional. Nos ha resultado muy complejo de obtener, y todavía estamos procesando las pruebas que confirmen su versión, pero parece que los investigadores de la fuerza policial conjunta del IAS han conseguido localizar a la madre. Todo indica que era una empleada temporal de la empresa de limpieza de la asesoría fiscal en la que trabajaba Rosa. Una chica joven que ha vuelto de nuevo a Bolivia, pero los agentes han conseguido su testimonio en vídeo. Si me lo permite, lo podemos reproducir en su ordenador.
Amelia sacó un pincho USB y lo conectó al ordenador del magistrado. Mientras preparaba la proyección el juez se asombraba del inesperado giro que daba la vista con aquel testimonio.
- ¿Qué pruebas son necesarias para corroborar este testimonio? -preguntó.
- Tenemos una muestra de ADN de la chica y la estamos contrastando con las muestras de Manuela para confirmar el parentesco. ¿Lo pongo?
El juez respondió con un asentimiento y comenzó el vídeo. En él se veía a una joven de unos veinte años, con tez morena, ojos negros y una larga coleta de pelo negro.
“¿Empiezo ya? Vale. Mi nombre es Jimena Aristizabal y soy la madre de Manuela. Yo le puse el nombre y me alegro de que sus papás hayan decidido mantener el nombre que honra la memoria de mi difunta abuela.
- ¿Cómo conociste a la señora Díaz? -preguntó una voz masculina fuera de cámara.
- ¿A Rosa? La veía algunas veces en la oficina que limpiaba. Trabajaba hasta tarde y cuando yo llegaba con mi carrito de limpieza era una de las pocas personas que quedaba por allí. Recuerdo que siempre me sonreía y me saludaba al verme llegar y también cuando recogía sus cosas y se marchaba. Nunca me preguntó mi nombre o se interesó demasiado por mí, pero siempre fue amable y educada. Cuando me quedé embarazada lo oculté. No quería que me despidieran y mis padres tampoco sabían nada. Para ellos yo todavía era virgen y, además, siempre decían que íbamos a volver a Bolivia y yo no quería que nada nos atara demasiado y nos impidiera volver a casa. Un par de meses después me enteré de que Rosa estaba también embarazada. La enhorabuena de algún compañero y una imagen de una ecografía pegada en una esquina de la ventana junto a su mesa fueron los principales indicios, pero enseguida me di cuenta de que acariciaba su vientre y de que incluso había cambiado su forma de caminar.
Yo vivía su embarazo como no podía vivir el mío. Contaba sus semanas de gestación en su calendario e imaginaba a mi bebé en mi vientre. Nunca le vi en ninguna ecografía ni me hice ninguna analítica, pero gracias a Rosa me enteré de que había que tomar algunas vitaminas y me las apañé para comprarlas en la farmacia e irlas tomando yo también. Una cosa es que mi bebé me recordara al cabrón que me había dejado embarazada y me había abandonado después de deshonrar mi cuerpo y otra cosa es que deseara algún mal a la criatura que llevaba en mi interior.
Sabía que yo no podía ser su madre, pero sabía que encontraría a alguien lo suficientemente bueno. Alguien como Rosa, que parecía que llevara las palabras “amor maternal” tatuadas en la frente. Unas pocas semanas después de empezar a sentir los movimientos de mi bebé en mi vientre, me enteré de la muerte de Luís. Algunos de sus compañeros discutían junto a la máquina de café sobre la mala suerte de Rosa y sus compañeras no sabían si mandarle flores al hospital era adecuado para después de la experiencia de parir a tu propio hijo sin vida. No había entierro ni funeral en el que expresar las condolencias, pero tampoco les parecía adecuado hacer como si no hubiera pasado nada. “Ya veremos”, decían. Pero nunca vieron nada. O al menos no lo vieron como yo. Yo, que sentía a mi pequeño aletear en mi interior, lloraba con Rosa mientras limpiaba su escritorio y veía aquella colección de ecografías colgadas en la ventana. Lloraba por el pequeño Luís que nunca disfrutaría de los brazos amorosos de su madre.
Pensaba que no volvería a verla, pero un par de semanas después apareció de nuevo por la oficina. Con ojeras, el pelo apagado y la mirada siempre en el suelo, pero con la clara determinación de reclamar de nuevo su lugar. En se momento, cuando vi su perfil de hombros caídos y su espalda temblar por un llanto contenido, lo decidí. Ella iba a ser la madre de mi hijo. Ella le iba a dar todo el amor y el calor y cariño que había ido atesorando para el pequeño Luís. Yo iba a ser la madre de Luís, porque no podía darle a mi hijo el amor que merecía, pero sí podía darle a Luís ese recuerdo constante y ese corazón de madre roto. Un lugar en mi corazón y dentro de mí, porque yo tenía todo el amor de madre en mi interior, pero poco espacio en mi vida exterior para acomodar a un hijo de carne y hueso. Luís sería mi hijo de recuerdo y Manuel o Manuela sería el bebé de ojos vivos y aliento cálido que merecía Rosa. Me sentía casi como un cuco que deja su huevo en el nido de otro pájaro, pero no podía evitar desear lo mejor para mi pequeño y sabía que no había otra elección posible.
No sabía cuándo tenía que dar a luz, aunque por alguna aplicación móvil me había hecho una idea de la fecha aproximada. En las últimas semanas intentaba usar la ropa lo más holgada posible y caminaba encorvada hacia adelante para tratar de ocultar mi tripa. Había probado a meter algo de relleno en las caderas para disimular, pero el resultado no me parecía lo bastante bueno. Iba a todas partes con una mochila en la que había guardado una muda de ropa para bebé, una mantita, papel y algo de dinero para mantenerme unos cuantos días hasta que encontrara la manera de entregar al bebé. Al final todo fue mucho más fácil de lo que hubiera imaginado. Me puse de parto al final de mi turno cuando en la oficina no quedaba nadie. Manuela nació sin mayor problema. La limpié y vestí y después limpié cualquier resto que hubiera quedado. Me sentía un poco mareada, pero saqué un par de chocolatinas de la máquina del pasillo y busqué un taxi que me llevara al motel que había elegido para pasar un par de días.
Hasta que no llegué allí ni siquiera había mirado a Manuela. Estaba decidida a no encariñarme con ella, pues ya lo había hecho con Luís, mi auténtico bebé. Pero Manuela empezó a llorar y no me quedó más remedio que cogerla y calmarla. La miré a la cara y vi en ella los rasgos de mi abuela y no me pude sentir más orgullosa y feliz de mi pequeña cachorrita. En toda mi previsión se me había olvidado que tendría que comer, así que a falta de biberón, saqué el pecho y se lo acerqué. Y ella succionó con ganas desde el primer momento. Sabía que me iba a costar más desprenderme de ella, pero no podía hacer otra cosas que alimentarla y quererla hasta que la pudiera dejar con Rosa. Al día siguiente fui al despacho para comprobar a qué hora solía salir Rosa. Al segundo día fui un poco antes con la bebita y, por suerte, comprobé que se había dejado el coche sin cerrar y que además llevaba una sillita de bebé. Acomodé a Manuela con su nota y su mantita y me escondí. A los cinco minutos vi como Rosa se subía al coche y se marchaba.
Nunca más volví al despacho. Ese día me fui al motel a llorar por Manuela y por Luís y al día siguiente volví con mis padres como si no hubiera pasado nada. Hablaban, como siempre, de volver y saqué todos mis ahorros y los puse encima de la mesa. “Dejemos de hacer planes y volvamos con la familia. Mi futuro no está aquí”. Y un par de semanas después, estábamos de vuelta. Dejé a Manuela y me traje a Luís conmigo. Le planté un arbolito al que saludo todas las mañanas y le hablo. Le hablo de Rosa y de Manuela y de ese padre que imagino que cuida de las dos. Y mi naranjo crece jovial y lozano.
- ¿Por qué no dio a su hijo en adopción? -preguntó la voz.
- No era una opción. No quería a cualquiera. Quería a Rosa. Ella necesitaba a Manuela y Manuela la necesitaba a ella. Fui un intercambio justo. Un hijo por otro.
- ¿Está dispuesta a renunciar legalmente a la guarda y custodia de Manuela y a darla en adopción?
- Sé que en España no es legal renunciar a la custodia de un hijo a favor de una persona concreta a no ser que sea un familiar. Pero aquí las leyes son diferentes. Mi hija vive en España, pero su madres soy yo y vivo aquí. Me han dicho que eso crea un pequeño lío legal… Así que renunciaré a la patria potestad de Manuela siempre y cuando me garanticen que Rosa será su madre. Si no, firmaré un papel en el que nombro a Rosa tutora legal y creo que así será suficiente.
- Pero Rosa, la señora Díaz, ni siquiera la conoce…
- Da igual. Rosa es la madre de Manuela y voy a luchar todo lo que haga falta para que mi hija tenga la madre que merece y para que nadie las separe.
El vídeo acabó sin más y la pantalla se quedó en negro. El juez se quedó pensativo.
-Aquí se acaba el testimonio -dijo Amelia. -Ya ve que es un caso muy peculiar y por qué he decidido intentar tramitar todo esto sin dejar un rastro de papeleo. Se trata de una situación muy delicada que puede dar lugar a un pequeño conflicto internacional. Mi opinión es que, legalmente, poco tenemos que hacer más que dar forma mediante papeles oficiales a una decisión que ya ha sido tomada por todas las partes implicadas. Las periciales demuestran que Rosa y Daniel son unos padres perfectos y capacitados, que Manuela es una bebé feliz y sana gracias a sus cuidados, y que Jimena no solo está conforme sino que fue la que orquestó todos los acontecimientos que nos han traído hasta aquí.
- Ya veo. Entonces mi decisión está clara. Si las pruebas de maternidad son concluyentes, nombraremos a Rosa y Daniel custodios legales de Manuela -sentenció el juez.
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Vario años después.
-Y así fue como finalmente te quedaste para siempre en nuestras vidas, cariño. ¿Qué te parece? -preguntó Rosa a la pequeña Manuela, que ya no era tan pequeña, sino una vivaracha niña que parecía no poderse quedar quieta mientras escuchaba a su madre.
- Tu llegada a este mundo estuvo plagada de acontecimientos -añadió Daniel.
- ¡¡¡Es como una “ventura”!!! Como un cuento de hadas. Y yo soy la protagonista -gritó entusiasmada la pequeña, mientras daba saltos y palmadas.
- ¿Te gustaría conocer algún día a tu verdadera madre? -preguntó Rosa.
Manuela la miró con curiosidad. - ¡Pero mamá! ¡Qué tonterías dices! Te conozco perfectamente. -exclamó Manuela.
Rosa la abrazó con fuerza. -Quería decir a tu otra mamá, al a mujer que te llevó en su vientre.
- Ya la conozco. He soñado con ella muchas veces. Es mi hada madrina y Luís es su pequeño ayudante.
Relato de ficción. Los hecho aquí reflejados son fruto de la imaginación de la autora y no se correspoden a la historia de ninguna persona real.
**Todos los derechos reservados.
**Prohibida su reproducción total o parcial por cualquier medio sin permiso de la autora.
Publicado por
Eloísa
Etiquetas:
duelo gestacional y perinatal,
familia,
ficción,
pérdida perinatal,
puerperio,
relato,
relato corto
domingo, 3 de mayo de 2015
La maternidad que merecemos en 20 pasos
Después de mi sequía bloguera, me reestrené escribiendo para el blog de Elena este post que en principio iba sobre lactancia, contacto y porteo en niños hospitalizados y terminó siendo algo diferente.
Quería seguir profundizando en el tema y me dí cuenta que los niños "hospitalizados" en el fondo son casi todos los niños, pues van a nacer en un hospital y en el mejor de los casos en dos días estarán fuera. Pero ese inicio de la vida en una institución sanitaria marca el principio del camino, para ellos y para nosotras.
Y, pensando, pensando, me dio por pensar que se podría hacer para que estos días sean más "amigables" con las madres y con los bebés y con el inicio de la vida que se mercen y aquí va mi lista de requisitos para una "maternidad ideal", la maternidad que mereces, la maternidad que merecemos, unos principios que estaría bien que leyeran los gestores de muchos hospitales para ponerse las pilas de verdad y ofrecer un comienzo digno de la vida a nuestros bebés y de nuestra maternidad a las madres y a las familias. Muchas de ellas no requieren grandes inversiones de dinero ni instalaciones complejas, sino, simplemente, cambiar el enfoque y la mentalidad en la atención a las familias que nacen en ese entorno.
Quería seguir profundizando en el tema y me dí cuenta que los niños "hospitalizados" en el fondo son casi todos los niños, pues van a nacer en un hospital y en el mejor de los casos en dos días estarán fuera. Pero ese inicio de la vida en una institución sanitaria marca el principio del camino, para ellos y para nosotras.
Y, pensando, pensando, me dio por pensar que se podría hacer para que estos días sean más "amigables" con las madres y con los bebés y con el inicio de la vida que se mercen y aquí va mi lista de requisitos para una "maternidad ideal", la maternidad que mereces, la maternidad que merecemos, unos principios que estaría bien que leyeran los gestores de muchos hospitales para ponerse las pilas de verdad y ofrecer un comienzo digno de la vida a nuestros bebés y de nuestra maternidad a las madres y a las familias. Muchas de ellas no requieren grandes inversiones de dinero ni instalaciones complejas, sino, simplemente, cambiar el enfoque y la mentalidad en la atención a las familias que nacen en ese entorno.
- En la mejor maternidad del mundo, al entrar no tendrías que pasar un triaje de urgencias y podrías entrar directamente a la maternidad. Las embarazadas no somos enfermas ni accidentadas y tenemos muy claro a donde vamos.
- En la mejor maternidad del mundo, en la sala donde te atendieran para valorar el estadio del parto, habría sillas cómodas, espacio de sobra para una embarazada con tripa y su pareja. En lugar de una pared alicatada y llena de hojas con turnos y notas internas, habría paredes más cálidas, luces menos agresivas y cuadros con imágenes bellas sobre el parto y la maternidad, que inspiren tranquilidad y confianza en lo que está por llegar. En esa misma sala (y entiendo que es un lugar de trabajo), el instrumental, sueros y medicamentos, estarían guardados en mobiliario rápidamente accesible, contribuyendo así a que la futura madre mantenga la tranquilidad y la confianza.
- En la mejor maternidad del mundo, todos los carteles de pelotas de pilates y de monitorización sin cables se corresponderían escrupulosamente con la experiencia real de la embarazda, sin dejar al libre albedrío del personal de turno si lo ofrecen o no. Alardear de algo que no es real tiende a poner de mala leche a la parturienta, que además se ve en la tesitura de tener que exigirlo sin la sonrisa de oreja a oreja que tiene la señora del dibujito.
- En la mejor maternidad del mundo, nada más llegar lo primero sería revisar rápidamente el plan de parto y, en caso de que la mujer no lo haya preparado, ofrecerle una guía rápida donde pueda elegir entre los distintos métodos de alivio del dolor, preferencias de posición para el expulsivo, acompañamiento, etc.
- En la mejor maternidad del mundo, todo el personal estaría formado en técnicas de comunicación y calidad en la atención al cliente, desde ginecólogos, pasando por matronas y anestesistas y terminando en el personal de limpieza. No quiero saber cuándo te toca librar mientras me pones el monitor, no quiero que me llames bonita. Todo el mundo trata a las mujeres como a adultas capaces de tomar sus propias decisiones y eso pasa porque te molestes en leer mi nombre y no me llames señora, parturienta o puerpera y que tampoco hables de mi como si no estuviera delante.
- No voy a hablar de verticalidad, tiempos, ni nada de eso que para eso ya está la estrategia de atención al parto normal.
- En la mejor maternidad del mundo entienden que mi dignidad como persona y como paciente está muy ligada a la vestimenta. En la maternidad perfecta me animarían a llevar ropa con la que esté cómoda. Me orientarían sobre las necesidades del personal que me va a atender en cuanto a vestimenta para que las tenga en cuenta, pero con libertad de elección para elegir mi propia ropa. En la maternidad ideal tienen claro que los pijamas de estampado de puntos o de color verde que rascan y exfolian son horribles y odiosos.
- En la mejor maternidad del mundo, olvidarían el engendro del márketing que son las bragas desechables, que solo sirven para engordar la cuenta de beneficios de algunas marcas. Son incómodas, pican y aprietan. Estoy acostumbrada a sangrar por mi vagina y prefiero mil veces hacerlo con una compresa y unas bragas de algodón que con lo mismo y unas desechables.
- En la mejor maternidad del mundo, después de nacer en un entorno tranquilo y cálido, todo el personal se retiraría discretamente después del nacimiento del pequeño para dejar que la madre y el niño disfruten de sus diez primeros minutos de intimidad juntos. No tendrían prisas por coser desgarros ni por traccionar placentas. El test de Apgar se haría sin invadir el espacio vital. Todo lo demás puede esperar, pero estos minutos nunca volverán.
- En la mejor maternidad del mundo, la madre, el padre y el bebé van a una habitación especial durante las seis primeras horas de vida del pequeño, sin acceso a visitas ni a familiares. Pero con acceso directo a una consejera de lactancia que está a total disposición de esa mujer para acompañarla en el correcto establecimiento de la lactancia.
- En la mejor maternidad del mundo, también se atiende de manera exquisita las pérdias gestacionales o perinatales. Las madres que han perdido a su bebé, cuentan con un espacio especial donde se enfrentan al proceso y a la elaboración de su duelo sin escuchar los sonidos de los monitores fetales de otras madres o los llantos de los bebés. Las madres que han perdido a sus bebés disponen de la misma intimidad y los mismos espacios acogedores que las madres de bebés vivos y sanos. Las familias que se enfrentan a la muerte de un hijo cuentan con el apoyo de personal especializado y disponen de todo el tiempo que necesiten para despedir a su bebé. Su duelo se anima y se valida.
- En la mejor maternidad del mundo, las únicas "ayuditas" que se recetan al bebé son sesiones de media hora con consultoras especializadas en lactancia que trabajarán en empoderar a la madre para conseguir la lactancia que ella quiera.
- En la mejor maternidad del mundo, nadie da consejos anticuados ni equívocos sobre temas tan importantes como la lactancia materna a demanda o el cuidado del bebé. De hecho, en esta maternidad hay carteles informativos y al alta la madre se lleva folletos y guías que le habrán explicado previamente para resolver cualquier duda que pueda tener.
- En la mejor maternidad del mundo, las madres son animadas a sostener a sus hijos en piel con piel todo el tiempo posible, poniendo a su alcance todos los medios necesarios para facilitar este contacto. Además, se las informa sobre las ventajas del contacto cercano para el bebé durante su primera infancia.
- En la mejor maternidad del mundo, las enfermeras y el resto del personal advierten a los padres sobre la necesidad de intimidad de la madre y el bebé y les ofrecen estrategias para limitar las visitas de familiares y amigos y hacer que sean lo menos molestas posibles para la madre y el bebé.
- En la mejor maternidad del mundo, se organizan grupos de apoyo para que las madres cuenten su experiencia y compartan dudas y temores entre iguales y se anima a participar tanto a las mujeres como a los hombres.
- En la mejor maternidad del mundo, ningún miembro del personal se ríe de la madre cuando expresa sus dudas sobre temas tan mundanos como la forma de las uñas del pie de su hijo. Se valora su duda y su preocupación y se la informa sin paternalismos ni condescendencias.
- En la mejor maternidad del mundo, no existe sala nido ni ningún lugar similar. Todas las técnicas y revisiones se le realizan al bebé encima de su madre. El baño del bebé lo realiza la madre o el padre, con ayuda del personal si la familia lo solicita. Tampoco hay salas de lactancia, ya que todas las madres tienen a su disposición sacaleches que poder llevar a su habitación para poder realizar la extracción sin prisas, sin esperas y de la manera más confortable posible.
- En la mejor maternidad del mundo, el personal colaboraría con los grupos de apoyo a la lactancia y, además de las consultoras de lactancia entre el personal sanitario, contarían con la figura de la asesora de lactancia para cuando la madre lo requiera. Además, al alta, se la animaría a ponerse en contacto con los grupos de apoyo a la lactancia de su zona.
- En la mejor maternidad del mundo, la familia se iría de alta habiendo cambiado temores por confianza, con una lactancia bien establecida y enfrentándose con optimismo al camino que les espera por delante.
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Eloísa
lunes, 18 de agosto de 2014
Tenía que pasar
Seis meses han pasado ya desde que naciste, con momentos que se han hecho eternos (esas noches interminables en el hospital) y otros que han pasado volando. Hoy reíamos juntos, te mecía, jaleaba, besaba y me regocijaba en tus carcajadas y sonrisas, en tus miradas sencillas de confianza plena y me asombraba de todo lo que hemos pasado hasta llegar hasta aquí... De ese camino que se inició hace ya casi tres años en el que has estado tan cerca y tan lejos y en el que hemos ganado a Pequeña Flor y al Chico Invisible, esas dos almas que nos acompañan desde su estrella y nos convierten en una familia de siete.
Y mientras te levantaba en volandas y me deleitaba en tu suavidad y en la resonancia limpida y cristalina de tus sonrisas he descubierto que tenía que pasar. Que todo lo que nos ha ido llevando hasta aquí ha sido necesario para que yo pueda dar lo mejor de mí y llevarte de la mano por esta carrera de obstáculos que estamos superando juntos.
En ese momento he sido plenamente consciente de que nuestra lactancia se hubiera ido al garete si no hubiera tenido la experiencia de Darío y de Diana, pero también la de Pequeña Flor y la de tantas y tantas madres a las que he acompañado y que me han prestado un poquito de ellas para ir creciendo y aprendiendo cada día más sobre sabiduría maternal. Si no hubiera visto a la pequeña Rocío mamar del pecho de su madre y de la sonda al mismo tiempo no hubiera tenido tan claro qué hacer mientras te daba el suplemento en esos primeros días de rechazo del pecho. Si no hubiera presenciado con ojos extasiados cada succión de Efrain en el pecho de su madre no hubiera sido consciente de que casi todos los obstáculos son nimios con amor, apoyo y convencimiento. Si tus hermanos no hubieran crecido sanos y felices con mi leche, no hubiera tenido el aplomo de contestar "Sí, tengo" a las preguntas de "¿Tienes leche?".
He entendido, también, que el dormir juntos hubiera sido también imposible sin el aprendizaje de tu hermana, el gozo de tu hermano y el hueco constante de Pequeña Flor. Cuando naciste tenía claro que era una necesidad, un placer, no para ti, sino para mí. Por eso estabas siempre en brazos y dormiste casi todas las horas posibles en una cuna de carne y hueso mientras estábamos en el hospital. Te he ansiado tanto en los breves momentos eternos en las que no he podido estar contigo, que tenía claro que no íbamos a recuperar el tiempo perdido nunca, pero que íbamos a hacer contar cada minuto sin que se nos escurriera entre las manos.
Y el porteo ¿Qué me dices? ¿Recuerdas cuando no podías comer antes de tu operación? Me sentí inmensa y poderosa cuando llevándote en tu bandolera conseguí que pasaras el trance de no entender por qué tu madre te negaba el pecho y lograras volver a dormirte sintiéndote arropado y querido. Me sentí tranquila y sosegada cuando ese sueño te duró hasta que vinieron a buscarte a las puertas del quirófano, porque te marchaste querido y amado de mi lado para volver un poquito más sano, un poquito más fuerte. Si dormir cada día a tu lado es maravilloso, si disponer de dos pechos que te alimentan, te acarician y te consuelan es embriagador, sentir tu cabecita pegada a mi pecho, escuchar tus suspiros de placer y tu respiración sosegada y rítmica y notar como te rindes a Morfeo sabiendo que estás en el mejor lugar del mundo termina de convencerme de que tenía que pasar. Estamos hechos el uno para el otro, Erik.
Y mientras te levantaba en volandas y me deleitaba en tu suavidad y en la resonancia limpida y cristalina de tus sonrisas he descubierto que tenía que pasar. Que todo lo que nos ha ido llevando hasta aquí ha sido necesario para que yo pueda dar lo mejor de mí y llevarte de la mano por esta carrera de obstáculos que estamos superando juntos.
En ese momento he sido plenamente consciente de que nuestra lactancia se hubiera ido al garete si no hubiera tenido la experiencia de Darío y de Diana, pero también la de Pequeña Flor y la de tantas y tantas madres a las que he acompañado y que me han prestado un poquito de ellas para ir creciendo y aprendiendo cada día más sobre sabiduría maternal. Si no hubiera visto a la pequeña Rocío mamar del pecho de su madre y de la sonda al mismo tiempo no hubiera tenido tan claro qué hacer mientras te daba el suplemento en esos primeros días de rechazo del pecho. Si no hubiera presenciado con ojos extasiados cada succión de Efrain en el pecho de su madre no hubiera sido consciente de que casi todos los obstáculos son nimios con amor, apoyo y convencimiento. Si tus hermanos no hubieran crecido sanos y felices con mi leche, no hubiera tenido el aplomo de contestar "Sí, tengo" a las preguntas de "¿Tienes leche?".
He entendido, también, que el dormir juntos hubiera sido también imposible sin el aprendizaje de tu hermana, el gozo de tu hermano y el hueco constante de Pequeña Flor. Cuando naciste tenía claro que era una necesidad, un placer, no para ti, sino para mí. Por eso estabas siempre en brazos y dormiste casi todas las horas posibles en una cuna de carne y hueso mientras estábamos en el hospital. Te he ansiado tanto en los breves momentos eternos en las que no he podido estar contigo, que tenía claro que no íbamos a recuperar el tiempo perdido nunca, pero que íbamos a hacer contar cada minuto sin que se nos escurriera entre las manos.
Y el porteo ¿Qué me dices? ¿Recuerdas cuando no podías comer antes de tu operación? Me sentí inmensa y poderosa cuando llevándote en tu bandolera conseguí que pasaras el trance de no entender por qué tu madre te negaba el pecho y lograras volver a dormirte sintiéndote arropado y querido. Me sentí tranquila y sosegada cuando ese sueño te duró hasta que vinieron a buscarte a las puertas del quirófano, porque te marchaste querido y amado de mi lado para volver un poquito más sano, un poquito más fuerte. Si dormir cada día a tu lado es maravilloso, si disponer de dos pechos que te alimentan, te acarician y te consuelan es embriagador, sentir tu cabecita pegada a mi pecho, escuchar tus suspiros de placer y tu respiración sosegada y rítmica y notar como te rindes a Morfeo sabiendo que estás en el mejor lugar del mundo termina de convencerme de que tenía que pasar. Estamos hechos el uno para el otro, Erik.
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lunes, 3 de febrero de 2014
Un año sin ti
Pequeña Flor:
Tantas cosas que decirte y un nudo en la garganta tan grande que no sé por dónde empezar. El otro día recordaba, casi sin darme cuenta, que hacía ya un año que descubrimos que tu corazón había dejado de latir en mi interior. Y ese descubrimiento, ya de por sí fatídico, dio paso a una de las peores experiencias de mi vida. Un periplo triste y de separación cuando un parto debería ser un canto a la vida y a la fecundidad.
Dar oscuridad, en lugar de dar a luz... Crear muerte en lugar de crear vida... Y hacerlo en un ambiente frío y hostil, reclamando pequeños huecos y espacios para la despedida antes de ver mi cuerpo un poco más mancillado por la maquinaria médica. Y lo peor de todo: tu ausencia.
Y aquí estamos, un año después, llorando todavía las dos por esta separación. Y, sin embargo, también felices por ese hermanito que viene de camino, que ha vuelto a llenar de vida la pequeña cueva que tu dejaste tan solitaria, tan llena de vacío. Y ya con la fecha cumplida, con el aniversario conmemorado, vuelvo a ti para celebrarte, para recordarte, para reivindicar tu espacio único, que no por ser más etéreo deja de ser tu espacio propio en esa familia.
Y quizás necesito pedirte permiso, por esa culpabilidad que nos colgamos todas las madres desde el primer momento. Permiso para disfrutar de este parto, para desbloquear mi cuerpo, para sentir y vivir sin tapujos todo lo que está por venir. Sé que no necesito hacerlo, sé que desde tu estrella nos miras, sonríes y asientes, quizás solo sintiendo el hecho de no poder estar más cerca para acompañarnos en esta nueva etapa del viaje.
Querida Pequeña Flor, quisiera pedirte un favor muy grande. Un favor enorme. Quédate cerca. No te vayas lejos, tienes las puertas abiertas. Me gustaría que acompañaras a tu hermano en este viaje, que le cogieras de la mano y le guiaras amorosamente hacia su nueva vida, llena de incertidumbres, pero vida al fin y al cabo. Que le dieras fuerza y seguridad. Sois hermanos y eso es un vínculo imborrable. Él puede estar tan seguro como tú de mi amor, del de su padre y sus otros dos hermanos, pero quizás tú más que nadie puedas acompañarle ahora de corazón a corazón.
Me gustaría que no fueras una mera acompañane en el proceso sino que aprovecharas la ocasión para vivir la experiencia que te fue negada. No el amor de tu madre, que ese siempre lo tuviste, pero si un viaje inciático lleno de gozo y no de pesar, porque tú también te mereces disfrutar de esa experiencia como la que más.
Me gustaría sentirte de nuevo dentro de mí y alumbrarte caliente y húmeda hacia una nueva dimensión. En realidad, me gustaría alumbrarte hacia una nueva vida, pero eso es imposible. Lo cambio por una nueva dimensión en nuestra relación, una nueva maternidad para ti y para mí, en la que esa experiencia traumática ya no se interponga entre nosotras y podamos estar más cerca, más unidas que nunca, dando fuerza a esta familia para afrontar todos los retos que tenemos por delante.
Y que de la mano, de corazón a corazón, tú y yo encontremos también fuerzas dar la bienvenida al benjamín de la familia, para encontrarle su propio sitio y para animarle en su lucha particular.
Queridos hijos. Os espero. Os deseo. Os amo.
Tantas cosas que decirte y un nudo en la garganta tan grande que no sé por dónde empezar. El otro día recordaba, casi sin darme cuenta, que hacía ya un año que descubrimos que tu corazón había dejado de latir en mi interior. Y ese descubrimiento, ya de por sí fatídico, dio paso a una de las peores experiencias de mi vida. Un periplo triste y de separación cuando un parto debería ser un canto a la vida y a la fecundidad.
Dar oscuridad, en lugar de dar a luz... Crear muerte en lugar de crear vida... Y hacerlo en un ambiente frío y hostil, reclamando pequeños huecos y espacios para la despedida antes de ver mi cuerpo un poco más mancillado por la maquinaria médica. Y lo peor de todo: tu ausencia.
Y aquí estamos, un año después, llorando todavía las dos por esta separación. Y, sin embargo, también felices por ese hermanito que viene de camino, que ha vuelto a llenar de vida la pequeña cueva que tu dejaste tan solitaria, tan llena de vacío. Y ya con la fecha cumplida, con el aniversario conmemorado, vuelvo a ti para celebrarte, para recordarte, para reivindicar tu espacio único, que no por ser más etéreo deja de ser tu espacio propio en esa familia.
Y quizás necesito pedirte permiso, por esa culpabilidad que nos colgamos todas las madres desde el primer momento. Permiso para disfrutar de este parto, para desbloquear mi cuerpo, para sentir y vivir sin tapujos todo lo que está por venir. Sé que no necesito hacerlo, sé que desde tu estrella nos miras, sonríes y asientes, quizás solo sintiendo el hecho de no poder estar más cerca para acompañarnos en esta nueva etapa del viaje.
Querida Pequeña Flor, quisiera pedirte un favor muy grande. Un favor enorme. Quédate cerca. No te vayas lejos, tienes las puertas abiertas. Me gustaría que acompañaras a tu hermano en este viaje, que le cogieras de la mano y le guiaras amorosamente hacia su nueva vida, llena de incertidumbres, pero vida al fin y al cabo. Que le dieras fuerza y seguridad. Sois hermanos y eso es un vínculo imborrable. Él puede estar tan seguro como tú de mi amor, del de su padre y sus otros dos hermanos, pero quizás tú más que nadie puedas acompañarle ahora de corazón a corazón.
Me gustaría que no fueras una mera acompañane en el proceso sino que aprovecharas la ocasión para vivir la experiencia que te fue negada. No el amor de tu madre, que ese siempre lo tuviste, pero si un viaje inciático lleno de gozo y no de pesar, porque tú también te mereces disfrutar de esa experiencia como la que más.
Me gustaría sentirte de nuevo dentro de mí y alumbrarte caliente y húmeda hacia una nueva dimensión. En realidad, me gustaría alumbrarte hacia una nueva vida, pero eso es imposible. Lo cambio por una nueva dimensión en nuestra relación, una nueva maternidad para ti y para mí, en la que esa experiencia traumática ya no se interponga entre nosotras y podamos estar más cerca, más unidas que nunca, dando fuerza a esta familia para afrontar todos los retos que tenemos por delante.
Y que de la mano, de corazón a corazón, tú y yo encontremos también fuerzas dar la bienvenida al benjamín de la familia, para encontrarle su propio sitio y para animarle en su lucha particular.
Queridos hijos. Os espero. Os deseo. Os amo.
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lunes, 21 de octubre de 2013
Mensaje en una botella
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Dibujos y mensajes de Darío, Diana, Mamá y Papá para Pequeña Flor y para Santi. Os llevamos siempre en el corazón. |
¿Que te quiero mucho? Eso ya lo sabes. ¿Que te echo a faltar con cada poro de mi piel? También. ¿Algo bonito para tener una foto de recuerdo, un pequeño altar que dedicarte entre las instantáneas de tus hermanos que puebla nuestro salón? Quizás.
Te haría un dibujo, pero el artista de la familia es papá y mis garabatos no podrían reflejar todo lo que siento. Te escribiría un poema si no me sintiera torpe manejando rimas y contando sílabas cuando yo lo que quiero hablar es del amor más puro y sincero y de la tristeza más profunda y desoladora, todo mezclado en una píldora que tengo que hacer pasar cada día. Te cantaría una canción si no estuviera segura de que te iba a espantar el sonido a coro de gatos desafinados, yo siempre he sido buena con las nanas en el tú a tú, cuando os acuno en mis brazos y os canto en susurros íntimos.
¿Qué se le da a un bebé que ya no está? A un bebé que será eterno bebé, porque no le podremos ver crecer y caminar. Te di mi cuerpo y cada día entiendo que ese fue el mejor regalo que te pude hacer y una de las mejores decisiones que he podido tomar nunca. Y tengo ganas de congelar eternamente esos momentos de comunión íntima en los que no te sentía en mi vientre, sino mucho más arriba, en mi corazón y en mi mente. Congelarlos y danzar contigo en esos instantes de felicidad suspendida, sin pensar en todo lo que pudo haber sido, en tu pequeño cuerpecito lleno de potencialidades traicioneras.
Quizás el mensaje no deba ser par ti, sino para mí. Un mensaje de despedida, quizás el permitirte echar a volar a esa estrella lejana que te regalaron, para que la habites con forma de principito o de pequeña flor. Un mensaje para evitar sentir que te empujo fuera de mí con esta nueva vida que florece en mi interior. Un mensaje para perdonarme por fin la experiencia que pasé, que pasamos, durante el parto y dejar de cuestionarme los y sis y los por qués... Pero no, sigo pensando que tú, más que nunca, debes ser la protagonista de ese pequeño homenaje.
viernes, 18 de octubre de 2013
Rompiendo el silencio: este duelo existe
El día de la muerte gestacional y perinatal se celebraba el pasado 15 de octubre. Una fecha trágica, agridulce, en la que no hay nada que celebrar y mucho que recordar. Pero también es una fecha para luchar, porque esos bebés que se marcharon sin haber sentido los rayos del sol sobre su piel merecen que no pase un solo día sin que reivindiquemos el lugar que ocupan en el mundo, en nuestro mundo.
Y de ahí precisamente viene el lema con el que este año se conmemora el día o la semana de la muerte gestacional y perinatal: "Rompiendo el silencio: este duelo existe". Porque si ya es triste, desolador y desgarrador perder a tu bebé, aún lo es más hacerlo en el seno de una sociedad que no reconoce su existencia, que vuelve la espalda al dolor de una familia y no reconoce ni el nacimiento ni la muerte de ese hijo.
Las madres que sufren una pérdida gestacional o perinatal tienen que enfrentarse a un puerperio sin bebé. A un cuerpo en plena revolución hormonal y preparado para enamorarse de un bebé que ya no está, al que no podemos acunar o abrazar más allá de nuestros deseos e imágenes mentales. Pero la madre que pierde a su bebé tiene que incorporarse a trabajar al día siguiente como si nada hubiera pasado y enfrentarse, en el mejor de los casos, a un molesto silencio y, en el peor, a las bienintencionadas frases odiosas que oirá hasta la saciedad.
El padre que pierde a un bebé tiene que aprender a gestionar su propio dolor, mientras sirve de sostén a su pareja, elaborando su propio duelo y asumiendo y canalizando la ira, rabia, frustración e incluso negación de su pareja.
Los niños que pierden a un hermanito que todavía no ha nacido se enfrentan a un mar de sentimientos encontrados en una situación familiar que quizás no es la óptima para ayudarles a canalizar y a expresar todas sus emociones y en una sociedad que niega y esconde lo que ha pasado.
Darnos permiso
Quizás la primera lucha que debemos luchar las mujeres que hemos perdido a nuestros hijos es contra nosotras mismas. Una lucha
Para aprender a gestionar esa sensación de traición corporal, de enfado con un cuerpo diseñado para nutrir y gestar que falla sin causa aparente.
Para llorar, para exteriorizar nuestro duelo, luto y sentimientos.
Para dejar de pensar en qué pudimos haber hecho y asumir, finalmente, que la muerte de nuestro bebé no es un fallo nuestro.
Para asumir que no tenemos la culpa.
Para perdonarnos un "pecado" que no hemos cometido.
Para darnos cuenta de que perder a un bebé no significa que seamos "menos aptas".
Para entender que un aborto no es un estigma social que debamos esconder.
Y cuando nos hayamos dado permiso para elaborar y gestionar nuestro duelo, no en silencio sino gritando, llorando y vistiéndonos de los colores que nos haga falta, entonces podremos luchar con más fuerza para reivindicar el lugar de nuestros bebés en la sociedad.
Porque cuando nos damos permiso para vernos en otro espejo, entendemos que la negación de nuestro duelo es la negación de nuestro dolor; y la negación de nuestro dolor es la negación de nuestro bebé; y no hay mayor olvido que el de nunca haber existido.
Y nosotras, mejor que nadie, entendemos que nuestros bebés estuvieron aquí, en nuestro útero, dejando huellas imborrables en nuestro cuerpo y en nuestra alma y que nadie tiene derecho a borrarlos y olvidarlos como si nunca hubieran estado.
Realidad sangrante
Es importante no callar. Asumir esta realidad e integrarla en nuestro entorno y nuestra cultura. De este modo, las mujeres que nos enfrentamos a ello por primera vez no nos sentiremos solas, defectuosas o fallidas y encontraremos más fácilmente los recursos con los que empezar a elaborar el duelo y a lamer las heridas.
Es realmente importante hacerlo, no callar. Porque según las estadísticas, casi 90.000 familias se enfrentan cada año a la pérdida de un hijo durante la gestación o el posparto inmediato. Si fuera un número similar de familias afectado de cualquier otra dolencia física o psicológica, las autoridades sanitarias hubieran puesto manos a la obra inmediatamente para canalizar atención y asistencia inmediata.
Pero estas pequeñas tragedias cotidianas se olvidan, se niegan, se minimizan de manera rutinaria. Por eso es importante romper el silencio, visibilizar nuestro duelo. Porque de lo que no se habla no existe.
Las primeras en romper el silencio debemos ser las familias que lo hemos vivido, que lo hemos sufrido. Los que debemos reivindicar a nuestros bebés, su paso y su huella por el mundo, somos sus padres, porque debemos luchar tanto por los que han nacido y nos acompañan como por sus hermanitos que ya no están con nosotros. Este años varias asociaciones se han unido para realizar un ritual con el que seguir recordando a nuestros bebés: un globo que simbólicamente se deja volar con los mensajes y deseos para nuestros niños ausentes.
En Madrid, Umamanita estará en Colón con sus Globos para el Recuerdo, el sábado 19 de octubre, de 10 a 14 horas. Pero también se han organizado actos similares en otros lugares de España. Para no olvidar, para romper el silencio.
Y de ahí precisamente viene el lema con el que este año se conmemora el día o la semana de la muerte gestacional y perinatal: "Rompiendo el silencio: este duelo existe". Porque si ya es triste, desolador y desgarrador perder a tu bebé, aún lo es más hacerlo en el seno de una sociedad que no reconoce su existencia, que vuelve la espalda al dolor de una familia y no reconoce ni el nacimiento ni la muerte de ese hijo.
Las madres que sufren una pérdida gestacional o perinatal tienen que enfrentarse a un puerperio sin bebé. A un cuerpo en plena revolución hormonal y preparado para enamorarse de un bebé que ya no está, al que no podemos acunar o abrazar más allá de nuestros deseos e imágenes mentales. Pero la madre que pierde a su bebé tiene que incorporarse a trabajar al día siguiente como si nada hubiera pasado y enfrentarse, en el mejor de los casos, a un molesto silencio y, en el peor, a las bienintencionadas frases odiosas que oirá hasta la saciedad.
El padre que pierde a un bebé tiene que aprender a gestionar su propio dolor, mientras sirve de sostén a su pareja, elaborando su propio duelo y asumiendo y canalizando la ira, rabia, frustración e incluso negación de su pareja.
Los niños que pierden a un hermanito que todavía no ha nacido se enfrentan a un mar de sentimientos encontrados en una situación familiar que quizás no es la óptima para ayudarles a canalizar y a expresar todas sus emociones y en una sociedad que niega y esconde lo que ha pasado.
Darnos permiso
Quizás la primera lucha que debemos luchar las mujeres que hemos perdido a nuestros hijos es contra nosotras mismas. Una lucha
Para aprender a gestionar esa sensación de traición corporal, de enfado con un cuerpo diseñado para nutrir y gestar que falla sin causa aparente.
Para llorar, para exteriorizar nuestro duelo, luto y sentimientos.
Para dejar de pensar en qué pudimos haber hecho y asumir, finalmente, que la muerte de nuestro bebé no es un fallo nuestro.
Para asumir que no tenemos la culpa.
Para perdonarnos un "pecado" que no hemos cometido.
Para darnos cuenta de que perder a un bebé no significa que seamos "menos aptas".
Para entender que un aborto no es un estigma social que debamos esconder.
Y cuando nos hayamos dado permiso para elaborar y gestionar nuestro duelo, no en silencio sino gritando, llorando y vistiéndonos de los colores que nos haga falta, entonces podremos luchar con más fuerza para reivindicar el lugar de nuestros bebés en la sociedad.
Porque cuando nos damos permiso para vernos en otro espejo, entendemos que la negación de nuestro duelo es la negación de nuestro dolor; y la negación de nuestro dolor es la negación de nuestro bebé; y no hay mayor olvido que el de nunca haber existido.
Y nosotras, mejor que nadie, entendemos que nuestros bebés estuvieron aquí, en nuestro útero, dejando huellas imborrables en nuestro cuerpo y en nuestra alma y que nadie tiene derecho a borrarlos y olvidarlos como si nunca hubieran estado.
Realidad sangrante
Es importante no callar. Asumir esta realidad e integrarla en nuestro entorno y nuestra cultura. De este modo, las mujeres que nos enfrentamos a ello por primera vez no nos sentiremos solas, defectuosas o fallidas y encontraremos más fácilmente los recursos con los que empezar a elaborar el duelo y a lamer las heridas.
Es realmente importante hacerlo, no callar. Porque según las estadísticas, casi 90.000 familias se enfrentan cada año a la pérdida de un hijo durante la gestación o el posparto inmediato. Si fuera un número similar de familias afectado de cualquier otra dolencia física o psicológica, las autoridades sanitarias hubieran puesto manos a la obra inmediatamente para canalizar atención y asistencia inmediata.
Pero estas pequeñas tragedias cotidianas se olvidan, se niegan, se minimizan de manera rutinaria. Por eso es importante romper el silencio, visibilizar nuestro duelo. Porque de lo que no se habla no existe.
Las primeras en romper el silencio debemos ser las familias que lo hemos vivido, que lo hemos sufrido. Los que debemos reivindicar a nuestros bebés, su paso y su huella por el mundo, somos sus padres, porque debemos luchar tanto por los que han nacido y nos acompañan como por sus hermanitos que ya no están con nosotros. Este años varias asociaciones se han unido para realizar un ritual con el que seguir recordando a nuestros bebés: un globo que simbólicamente se deja volar con los mensajes y deseos para nuestros niños ausentes.
En Madrid, Umamanita estará en Colón con sus Globos para el Recuerdo, el sábado 19 de octubre, de 10 a 14 horas. Pero también se han organizado actos similares en otros lugares de España. Para no olvidar, para romper el silencio.
viernes, 27 de septiembre de 2013
Venciendo a Goliat
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Foto de Cheli Blasco: este amor que tenemos. |
Los bebés o niños arcoíris son los que llegan después de una pérdida gestacional o perinatal y que vienen a traer luz después de la sombra y belleza después de la tormenta interior. Y recoger la pregunta de esta amiga es gratificante y doloroso a la vez. Y digo amiga aunque nunca la haya conocido y tocado porque nuestras almas han bailado el mismo vals y mi Flor y su Lunita danzarán toda la eternidad al son de la triste canción de amor infinito que nos tocó escribir a nuestras hijas de una manera tan paralela que resulta extraño dolor y consuelo al mismo tiempo.
Nuestro bebé arcoíris no fue buscado, ni decidido, simplemente se coló en nuestras vidas con toda la fuerza, inocencia y alegría que un bebé puede albergar. Y, efectivamente, desde el primer momento que lo intuimos fue una luz al final del túnel, un soplo de aire fresco y una sonrisa en un rostro que no dejaba de añorar y buscar al bebé que debía de sostener en mi regazo pero al que solo podía llegar con mis pensamientos.
Inocencia perdida
Dices que se pierde la inocencia... sí, se pierde, pero la nuestra ya andaba perdida porque antes de nuestra Pequeña Flor otro bebito se nos escapó entre los dedos con tan solo ocho semanas de gestación. Y sí, con mi Pequeña Flor hubo miedo, heredado de la pérdida anterior... pero se convirtió en aceptación y en amor, en la capacidad infinita de amar a un bebé más allá de cualquier piedra en el camino, en la aceptación de la vida en sus miles de manifestaciones diferentes.
Y cada día miro a mis hijos, sus sonrisas y sus gritos, y pienso en esa pieza que nos falta en el rompecabezas. En esa niña que ya no está con nosotros, pero que gravita a nuestro alrededor de manera irremediable. Y siento un vacío enorme en mi corazón, porque si con cada hijo se multiplica nuestra capacidad de amar, cuando ese hijo se va deja un hueco irremplazable en el corazón.
Y el bebé arcoíris no viene a llenarlo, sino a hacer más grande aún a nuestro corazón, a enseñarnos nuevas formas de amar y de vibrar, a reconciliarnos con nuestro cuerpo y nuestro útero, a reconstruirnos de nuevo sin dejar de lado todo lo anterior, sino añadiendo un piso más al complejo laberinto de la maternidad.
El miedo está ahí. Pero no es un miedo paralizante o cegador. Es simplemente esa inquietud que se asoma en el momento de la ecografía, seguida de la certeza de que cualquier cosa que te digan no cambiará ese amor por tu bebé. Y esa certeza es la que da fuerzas para acoger y abrazar al bebé arcoíris y para amar todavía más a la maestra que te enseñó esa gran lección en la vida. Y entonces deja de haber miedo, porque el nuevo bebé no hace más que reafirmarnos en nuestra eterna entrega a la hija que nos acompaña en todo momento.
Camino incierto
Desde luego me queda mucho por recorrer, mucho embarazo por afrontar y un nuevo puerperio por descubrir, pero tengo la certeza de que aunque el camino será incierto, también será gozoso. Incierto porque en cada esquina acechan los recuerdos con los que llorar y los incontables temores... Porque cualquier madres sabe que con la llegada de un hijo, se alcanza el amor más puro pero también el temor constante... Pero gozosos porque como madre de dos criaturas sabemos ya que todo puede ir bien y cada movimiento enérgico y patadita de nuestro bebé arcoíris nos confirma que ha venido para quedarse y para ensanchar aún más nuestra alma.
El Goliat del título es el miedo... Es un gigante con mucha apariencia y al que cuanto más tememos más se engrandece. Si, en cambio, lo abrazamos y lo traemos de nuestro lado entendemos que ese miedo, como me recordó mi querida Nohemí, es amor. Es el reverso, la otra cara de la moneda del amor, y por eso hay que acogerlo con el mismo empeño que al amor. Por eso, vencer a Goliat, es tan fácil como acercarnos a él y abrazarlo.
Tu bebé arcoíris llegará, buscado o por sorpresa, porque solo pensando en ello ya estás demostrando que ya lo amas y lo intuyes por adelantado.
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Eloísa
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Mi Pequeña Flor
sábado, 8 de junio de 2013
Lo que fue y lo que pudo ser
Mi Pequeña Flor:
En estos días deberías haber nacido. Hace apenas 8 meses que una rayita positiva en un test nos daba la buena noticia y ya te empezábamos a soñar, a sentir, a esperar y, sobre todo, a amar... Ya casi ni puedo recordar esos días de estrés, y de algún que otro desengaño, que fueron borrados de un plumazo por un pequeño garabato tan lleno de significado.
Entraste por la puerta grande en esta familia y aquí te quedarás para siempre. Nuestra Pequeña Flor que ya habita en su estrella lejana, acompañándonos más allá del tiempo y del espacio. En el transcurrir de estos últimos cuatro meses hubiera pensado que la herida se habría cerrado, pero está abierta y duele como el primer día. Duele como en el mismo momento en que nos enteramos de que no te íbamos a conocer y como en ese otro en el que nos dimos cuenta de todo lo que ello implicaba y significaba.
Habrá quien diga que viniste para enseñarnos, para ayudarnos a crecer como personas y como familia... Y no pongo en duda que tu fugaz estancia con nosotros nos ha cambiado profundamente... pero me niego a pensar que viniste para eso... Viniste para vivir, para crecer en mi vientre, nutrirte en mi regazo, jugar con tus hermanos, ser acunada por tu padre y convertirte en esa parte que venía a completar el equilibrio familiar que buscábamos.
Viniste porque eras amada y deseada incluso antes de ser concebida... Y buscar otra razón a tu llegada y a tu inevitable marcha no ayuda a curar las heridas o a hacerlas más llevaderas.
Viniste porque te abrimos las puertas de nuestro cuerpo y de nuestro corazón y no puedo dejar de pensar que tú te merecías mucho más: poder ver y sentir la luz del sol, poder respirar, poder mirarnos a los ojos y perdernos la una en la otra, conocer a tu padre y sentir sus caricias en tu propia piel, escuchar la palabras cálidas y tiernas de tus hermanos.
Me consuela pensar que tuviste una muerte dulce, arropada por mi cuerpo, querida hasta el último instante. Sí, me consuela, pero no por ello deja de doler. No por ello puedo dejar de pensar que ahora podrías estar aquí en carne y latidos y no solo en pensamiento. Y quizás eso es peor tragedia, porque no dejo de imaginar toda la potencialidad que encerraba tu pequeño cuerpecito, el color del que hubieran sido tus ojos, cómo hubiera sido tu voz o qué te hubiera gustado ser de mayor.
Te quiero hija mía. Te echo de menos. Siempre te querré.
En estos días deberías haber nacido. Hace apenas 8 meses que una rayita positiva en un test nos daba la buena noticia y ya te empezábamos a soñar, a sentir, a esperar y, sobre todo, a amar... Ya casi ni puedo recordar esos días de estrés, y de algún que otro desengaño, que fueron borrados de un plumazo por un pequeño garabato tan lleno de significado.
Entraste por la puerta grande en esta familia y aquí te quedarás para siempre. Nuestra Pequeña Flor que ya habita en su estrella lejana, acompañándonos más allá del tiempo y del espacio. En el transcurrir de estos últimos cuatro meses hubiera pensado que la herida se habría cerrado, pero está abierta y duele como el primer día. Duele como en el mismo momento en que nos enteramos de que no te íbamos a conocer y como en ese otro en el que nos dimos cuenta de todo lo que ello implicaba y significaba.
Habrá quien diga que viniste para enseñarnos, para ayudarnos a crecer como personas y como familia... Y no pongo en duda que tu fugaz estancia con nosotros nos ha cambiado profundamente... pero me niego a pensar que viniste para eso... Viniste para vivir, para crecer en mi vientre, nutrirte en mi regazo, jugar con tus hermanos, ser acunada por tu padre y convertirte en esa parte que venía a completar el equilibrio familiar que buscábamos.
Viniste porque eras amada y deseada incluso antes de ser concebida... Y buscar otra razón a tu llegada y a tu inevitable marcha no ayuda a curar las heridas o a hacerlas más llevaderas.
Viniste porque te abrimos las puertas de nuestro cuerpo y de nuestro corazón y no puedo dejar de pensar que tú te merecías mucho más: poder ver y sentir la luz del sol, poder respirar, poder mirarnos a los ojos y perdernos la una en la otra, conocer a tu padre y sentir sus caricias en tu propia piel, escuchar la palabras cálidas y tiernas de tus hermanos.
Me consuela pensar que tuviste una muerte dulce, arropada por mi cuerpo, querida hasta el último instante. Sí, me consuela, pero no por ello deja de doler. No por ello puedo dejar de pensar que ahora podrías estar aquí en carne y latidos y no solo en pensamiento. Y quizás eso es peor tragedia, porque no dejo de imaginar toda la potencialidad que encerraba tu pequeño cuerpecito, el color del que hubieran sido tus ojos, cómo hubiera sido tu voz o qué te hubiera gustado ser de mayor.
Te quiero hija mía. Te echo de menos. Siempre te querré.
miércoles, 17 de abril de 2013
Duelos insospechados
Yo aprendí del duelo gestacional y perinatal hace un par de años, de la mano de Susana Cenalmor, en su preciosa comunicación libre "Pechos llenos, brazos vacíos" del Congreso de Fedalma en Castelldefels. Hasta aquellos entonces no me había planteado demasiado el tema y ni siquiera en la formación como asesora de lactancia se me había presentado este aprendizaje.
Una vez atravesado el espejo, el duelo empezó a estar más cerca. Le dí más importancia a publicaciones que antes había pasado por alto, entendía más y mejor el proceso por el que pasan las mujeres cuando pierden a un bebé que se está gestando, conocí más de cerca las dolorosas pérdidas que habían vivido algunas de mis más queridas mamis blogueras.
Y, aunque estaba ahí y había comenzado a ver el camino, nunca me imaginé que me podía pasar a mí. ¿Por qué? ¿Si yo había engendrado y parido dos hijos sanísimos sin ningún problema y sin sufrir ningún aborto antes?
Y en mayo del año pasado (en breve hará un año ya), entré en el mundo del duelo gestacional y perinatal de lleno, de morros, cuando después de un pequeño sangrado me confirmaron que mi embarazo había acabado cuando apenas acababa de empezar. Lo bueno es que entré "en buena compañía", sabiendo algo ya y guiada por mamis y compañeras en el camino.
Me dejaron el precioso libro "Las voces olvidadas" y aunque en él encontre consuelo y solaz había dos cosas que no dejaban de rondarme la cabeza:
La vida quiso llevarme a un tercer duelo insospechado. El más doloroso de todos. El de acompañar a mi Pequeña Flor hasta su último suspiro dentro de mi útero. Un duelo insospechado porque se nos presentó en el mismo momento en que pretendíamos librarnos de los miedos que nos atenazaban en este cuarto embarazo, en esa eco de las 12 semanas que pensabamos enseñar orgullosos a amigos y familiares. Fue cuando nos dieron la terrible noticia de que algo iba "muy mal" y empezó el penoso camino del duelo.
Un duelo insospechado también porque fue un duelo en vida. Un duelo, llanto y tristeza por una bebita que todavía latía en mi interior pero cuyos días estaban inevitablemente contados. Un duelo insospechadamente lleno de alegría porque cada día que mi Pequeña Flor nos acompañaba era una experiencia que atesorábamos, agradecíamos y disfrutábamos.
Un duelo insospechado porque estuvo lleno de aprendizaje interior, sobre mí misma, mi familia, mi marido, los cambios experimentados por, para y gracias a la maternidad. Un viaje interior lleno de emociones y fatigas, pero, en el fondo, una aventura que no me hubiera perdido por nada del mundo.
Un duelo insospechado también porque estuvo lleno de amor, casi más amor que dolor. Porque el pequeño corazón de mi Pequeña Flor tocó a cientos de personas que no dudaron en hacernoslo saber y en hacer llegar todo su cariño, amor y abrazos virtuales. Un duelo insospechadamente acompañado por una gran tribu virtual conocida y anónima cuyo aliento continuado me daba fuerzas cada día para seguir adelante.
Y aquí termina, de momento, mi recuento de duelos, duelos insospechados y duelos contados por y para el Carnaval de Blogs sobre el Duelo Gestacional y Perinatal, creado por Mónica Ávarez con el objetivo de difundir desde una imagen positiva nuestras reflexiones acerca de la pérdida en el embarazo y parto.
Aquí tienes los links al resto de participantes en este carnaval de blogs.
Una vez atravesado el espejo, el duelo empezó a estar más cerca. Le dí más importancia a publicaciones que antes había pasado por alto, entendía más y mejor el proceso por el que pasan las mujeres cuando pierden a un bebé que se está gestando, conocí más de cerca las dolorosas pérdidas que habían vivido algunas de mis más queridas mamis blogueras.
Y, aunque estaba ahí y había comenzado a ver el camino, nunca me imaginé que me podía pasar a mí. ¿Por qué? ¿Si yo había engendrado y parido dos hijos sanísimos sin ningún problema y sin sufrir ningún aborto antes?
Y en mayo del año pasado (en breve hará un año ya), entré en el mundo del duelo gestacional y perinatal de lleno, de morros, cuando después de un pequeño sangrado me confirmaron que mi embarazo había acabado cuando apenas acababa de empezar. Lo bueno es que entré "en buena compañía", sabiendo algo ya y guiada por mamis y compañeras en el camino.
Me dejaron el precioso libro "Las voces olvidadas" y aunque en él encontre consuelo y solaz había dos cosas que no dejaban de rondarme la cabeza:
- Por un lado, uno de los duelos insospechados que dan título al post de hoy. Parecía que todas las madres que hubieran pasado por la penosa experiencia de un aborto o la muerte de su bebé lo hubieran hecho en su primer embarazo.
No veía reflejadas en esas experiencias allí contadas la tremenda sensación de "traición corporal" que yo viví en aquellos momentos. ¿Por qué mi cuerpo que había engendrado, gestado y parido a dos niños preciosos fallaba ahora? ¿Qué había pasado?
Yo me había sentido fuerte y poderosa siempre en ese ámbito, había confiado en mi útero, me sentía ahora perdida en un mar de inseguridades. - Por otro lado, el segundo duelo insospechado. El de encontrar que en algunas comunidades virtuales el hecho de sufrir un aborto por saco anembrionario o "huevo huero" era vivido com algo "de segunda". Si en realidad no había habido bebé, pues tampoco era tanta la pérdida. :-(
De nuevo me encontraba perdida, confusa, falta de referencias o de personas que me pudieran acompañar en el camino.
La vida quiso llevarme a un tercer duelo insospechado. El más doloroso de todos. El de acompañar a mi Pequeña Flor hasta su último suspiro dentro de mi útero. Un duelo insospechado porque se nos presentó en el mismo momento en que pretendíamos librarnos de los miedos que nos atenazaban en este cuarto embarazo, en esa eco de las 12 semanas que pensabamos enseñar orgullosos a amigos y familiares. Fue cuando nos dieron la terrible noticia de que algo iba "muy mal" y empezó el penoso camino del duelo.
Un duelo insospechado también porque fue un duelo en vida. Un duelo, llanto y tristeza por una bebita que todavía latía en mi interior pero cuyos días estaban inevitablemente contados. Un duelo insospechadamente lleno de alegría porque cada día que mi Pequeña Flor nos acompañaba era una experiencia que atesorábamos, agradecíamos y disfrutábamos.
Un duelo insospechado porque estuvo lleno de aprendizaje interior, sobre mí misma, mi familia, mi marido, los cambios experimentados por, para y gracias a la maternidad. Un viaje interior lleno de emociones y fatigas, pero, en el fondo, una aventura que no me hubiera perdido por nada del mundo.
Un duelo insospechado también porque estuvo lleno de amor, casi más amor que dolor. Porque el pequeño corazón de mi Pequeña Flor tocó a cientos de personas que no dudaron en hacernoslo saber y en hacer llegar todo su cariño, amor y abrazos virtuales. Un duelo insospechadamente acompañado por una gran tribu virtual conocida y anónima cuyo aliento continuado me daba fuerzas cada día para seguir adelante.
Y aquí termina, de momento, mi recuento de duelos, duelos insospechados y duelos contados por y para el Carnaval de Blogs sobre el Duelo Gestacional y Perinatal, creado por Mónica Ávarez con el objetivo de difundir desde una imagen positiva nuestras reflexiones acerca de la pérdida en el embarazo y parto.
Aquí tienes los links al resto de participantes en este carnaval de blogs.
viernes, 1 de marzo de 2013
Un mes
Hoy hace un mes que supimos que te habías marchado. Un mes desde que la maquinaria hospitalaria nos engulló y me devolvió al mundo machacada, inducida, legrada, con el útero vacío y después de haber vivido una de las peores experiencias de mi vida.
Ha sido un mes duro, muy duro. De muchas lágrimas y de volver a darle vueltas a lo que hubiera podido ser. Un mes en el que quizás lo peor ha sido dejarte de sentir en mi interior, porque antes yo sabía que estabas ahí, conmigo, aunque tuvieramos claro lo fatídico de tu futuro.
Tiempo de dejarte marchar y de llorar tu pérdida. Y tiempo también de intentar ocupar mi tiempo y, sobre todo, mis noches, para no pasármelas enteras llorando en la cama y poder así tener un poco de ese bendito descanso del que disfrutaba cuando todavía estaba embarazada.
Ha sido el mes en el que he recuperado mi lactancia y he vuelto a ver gotas de leche salir de mis pechos. La que más lo disfruta es Diana, pero a mí me permite también reconciliarme un poco con mi propio cuerpo.
Y también el momento de estar con tus hermanos y con tu papá, de apoyarme en ellos y dejar que se apoyen en mí. De gestionar y valorar las secuelas de la intensidad emocional con la que hemos vivido inevitablemente estos últimos meses.
Te echo de menos, Mi Pequeña Flor. Cada día pienso en tí.
Ha sido un mes duro, muy duro. De muchas lágrimas y de volver a darle vueltas a lo que hubiera podido ser. Un mes en el que quizás lo peor ha sido dejarte de sentir en mi interior, porque antes yo sabía que estabas ahí, conmigo, aunque tuvieramos claro lo fatídico de tu futuro.
Tiempo de dejarte marchar y de llorar tu pérdida. Y tiempo también de intentar ocupar mi tiempo y, sobre todo, mis noches, para no pasármelas enteras llorando en la cama y poder así tener un poco de ese bendito descanso del que disfrutaba cuando todavía estaba embarazada.
Ha sido el mes en el que he recuperado mi lactancia y he vuelto a ver gotas de leche salir de mis pechos. La que más lo disfruta es Diana, pero a mí me permite también reconciliarme un poco con mi propio cuerpo.
Y también el momento de estar con tus hermanos y con tu papá, de apoyarme en ellos y dejar que se apoyen en mí. De gestionar y valorar las secuelas de la intensidad emocional con la que hemos vivido inevitablemente estos últimos meses.
Te echo de menos, Mi Pequeña Flor. Cada día pienso en tí.
Publicado por
Eloísa
miércoles, 13 de febrero de 2013
Romeo, Julieta y el posparto
En mayo del año pasado perdí un bebé. Casi al mismo tiempo, una gran amiga también perdió a su bebé (estábamos más o menos de las mismas semanas). Ella me decía que nuestros pequeños eran como Romeo y Julieta; y cuando su pequeñín se enteró de que el mío se había marchado, decidió dejarse ir como en la famosa historia de amor de Shakespeare.
Nuestras experiencias fueron muy diferentes. Lo mío fue un aborto diferido inducido con medicación y ella hizo un manejo expectante. Recuerdo que en los primeros días después de aquello yo la veía muy fresca, muy entera. Poco después ella me reconocía que era el efecto del subidón hormonal del posparto y que lo peor había venido después.
Quizás por eso yo estaba preparada para estos dos días después del parto de Mi Pequeña Flor de comerme el mundo, de ganas de hacer miles de cosas diferentes y de sentirme poderosa. Sin embargo, poco a poco esa sensación se fue pasando. El subidón hormonal se fue dispersando sin bebé que lo mantuviera en marcha y empezaron a acosarme los fantasmas.
En estos días que han pasado desde mi parto no dejo de darle vueltas a dos cosas:
La parte más positiva de todo esto son esas mujeres que conociendo mi historia me cuentan la suya. Compartimos nuestros sentimientos, nuestras frustraciones, lloramos juntas expresando cómo nos sentimos con respecto a nuestros bebés que ya no están. Descubrir esa hermandad oculta entre mujeres, dejar aflorar el dolor y los sentimientos que permaneces ocultos y hablar de manera sincera y despreocupada de cosas que nos cuesta expresar frente a otras personas.
Por eso mis Por qués de ayer. Esto es una realidad. Es insoslayable. Está ahí, al alcance de cualquiera que lo quiera tocar. No entiendo que no se hable de ello, que se oculte, que incluso entre nosotras no seamos capaces de hablarlo con cierta normalidad hasta que no nos encontramos entre una audiencia afín. Pero tampoco entiendo que en el ámbito sanitario no se ofrezca más apoyo, más empatía en un momento doblemente frágil del ciclo reproductivo femenino.
Nuestras experiencias fueron muy diferentes. Lo mío fue un aborto diferido inducido con medicación y ella hizo un manejo expectante. Recuerdo que en los primeros días después de aquello yo la veía muy fresca, muy entera. Poco después ella me reconocía que era el efecto del subidón hormonal del posparto y que lo peor había venido después.
Quizás por eso yo estaba preparada para estos dos días después del parto de Mi Pequeña Flor de comerme el mundo, de ganas de hacer miles de cosas diferentes y de sentirme poderosa. Sin embargo, poco a poco esa sensación se fue pasando. El subidón hormonal se fue dispersando sin bebé que lo mantuviera en marcha y empezaron a acosarme los fantasmas.
En estos días que han pasado desde mi parto no dejo de darle vueltas a dos cosas:
- La "nostalgia de tripa". Por llamarlo de alguna manera. Cuando nació Darío me pasó alguna vez que al ver alguna embarazada sentía cierta envidia de ellas y recordaba con pena la tripota que había llevado hace unas pocas semanas. Lo bueno es que luego tenía a mi pequeño y enseguida se me pasaban esas sensaciones. Ahora sin embargo, no tengo bebé que me consuele de la pérdida de mi tripa. Todas las mañanas, según me despertaba, tocaba y acariciaba mi tripa, sentía mi útero y conectaba con Mi Pequeña Flor. Y eso es algo que echo tremendamente de menos, porque ahora no hay nadie esperando mis caricias ni recibiéndolas. Mi niña ya no está y ese es el primer pensamiento que me viene a la cabeza todas las mañanas.
- La "amnesia posparto". Muchas veces, por muy mentalizadas que vayamos, nuestras experiencias en el parto no son las esperadas. No estamos para pelearnos, son lentejas, y no nos queda otra que tragar con rotura de bolsa, monitorización continua o una vía que no deseamos. Sin embargo, al final del camino hay un bebé, el mayor pico de oxitocina de la vida reproductiva de la mujer y todas estas cosas empiezan a desvanecerse y a pasar a segundo plano. Sin embargo, ahora que no tengo a ningún bebé que llene mis horas de compañía, mi torrente sanguíneo de hormonas reconfortantes y mi cerebro de nuevas conexiones... ahora es cuando no dejo de darle vueltas a todos esos detalles, a todas esas frase y a todo lo que no me gustó de este parto. Las escenas, las imágenes, las frases se agolpan en mi cabeza, me paso las noches reviviendo esos momentos, y no me gusta lo que veo. Pero eso ya lo contaré en otro post.
La parte más positiva de todo esto son esas mujeres que conociendo mi historia me cuentan la suya. Compartimos nuestros sentimientos, nuestras frustraciones, lloramos juntas expresando cómo nos sentimos con respecto a nuestros bebés que ya no están. Descubrir esa hermandad oculta entre mujeres, dejar aflorar el dolor y los sentimientos que permaneces ocultos y hablar de manera sincera y despreocupada de cosas que nos cuesta expresar frente a otras personas.
Por eso mis Por qués de ayer. Esto es una realidad. Es insoslayable. Está ahí, al alcance de cualquiera que lo quiera tocar. No entiendo que no se hable de ello, que se oculte, que incluso entre nosotras no seamos capaces de hablarlo con cierta normalidad hasta que no nos encontramos entre una audiencia afín. Pero tampoco entiendo que en el ámbito sanitario no se ofrezca más apoyo, más empatía en un momento doblemente frágil del ciclo reproductivo femenino.
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Eloísa
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martes, 12 de febrero de 2013
¿Por qué?
¿Por qué si entre el 10% y el 20% de los embarazos no llegan a término el término muerte gestacional y perinatal es tan desconocido en nuestra sociedad?
¿Por qué solo cuando te enfrentas al dolor de esta experiencia es el único momento en que otras mujeres se "atreven" a contarte que ellas han pasado por lo mismo?
¿Por qué los profesionales sanitarios están tan "desensibilizados" con este tema si cabe esperar que conforme un gran porcentaje de las consultas y las "urgencias" de ginecología?
¿Por qué la sociedad en general niega el dolor de las familias que pierden un ser querido solo porque ese ser humano no había salido todavía del útero de su madre?
¿Por qué se pide a la madre que en pleno puerperio sin bebé se reincorpore a su vida previa como si no hubiera pasado nada?
¿Por qué la gente se empeña en decirle a esa madre que "piense en sus niños" como si el hecho de tener otros niños minimizara el alcance de la pérdida de un bebé que se ha gestado y sentido en el útero igual que los anteriores?
¿Por qué si la estadística dice que entre el 10% y el 20% de los embarazos no llegan a término yo ya voy por el 50%? ¿Quién se ha llevado el embarazo normal al que estadísticamente tengo derecho? ¿Quién me ha robado el mes de abril?
Si alguien tiene alguna respuesta, se agradecerán aclaraciones. En las noches de insomnio de las que "disfruto" últimamente, estos interrogantes no hacen más que darme vueltas a la cabeza una y otra vez.
¿Por qué solo cuando te enfrentas al dolor de esta experiencia es el único momento en que otras mujeres se "atreven" a contarte que ellas han pasado por lo mismo?
¿Por qué los profesionales sanitarios están tan "desensibilizados" con este tema si cabe esperar que conforme un gran porcentaje de las consultas y las "urgencias" de ginecología?
¿Por qué la sociedad en general niega el dolor de las familias que pierden un ser querido solo porque ese ser humano no había salido todavía del útero de su madre?
¿Por qué se pide a la madre que en pleno puerperio sin bebé se reincorpore a su vida previa como si no hubiera pasado nada?
¿Por qué la gente se empeña en decirle a esa madre que "piense en sus niños" como si el hecho de tener otros niños minimizara el alcance de la pérdida de un bebé que se ha gestado y sentido en el útero igual que los anteriores?
¿Por qué si la estadística dice que entre el 10% y el 20% de los embarazos no llegan a término yo ya voy por el 50%? ¿Quién se ha llevado el embarazo normal al que estadísticamente tengo derecho? ¿Quién me ha robado el mes de abril?
Si alguien tiene alguna respuesta, se agradecerán aclaraciones. En las noches de insomnio de las que "disfruto" últimamente, estos interrogantes no hacen más que darme vueltas a la cabeza una y otra vez.
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Eloísa
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miércoles, 30 de enero de 2013
La hermana pequeña
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Imagen enlazada desde el blog Niños del Agua |
Decir que estos meses que estamos pasando nos han cambiado es quedarnos cortos. Como familia estamos inmersos en un torbellino de cambio y transformación que algunas veces nos desborda y supera, pero que en otros momentos nos colma de orgullo y de las pequeñas chispas de felicidad que nos permitimos en tiempos duros.
Un comentario de Mónica Álvarez en uno de mis post anteriores me llevó a visitar de nuevo el blog Niños del Agua. Ya lo había leído parcialmente durante mi anterior pérdida. En el aborto anterior había momentos en que sentía que no tenía derecho al duelo pues no había perdido feto o bebé sino solo un embarazo o saco amniótico vacío. Y esta vez sentía que no tenía "derecho" a mezclarme con los padres que experimentan una muerte gestacional o perinatal, pues Mi Pequeña Flor aún vive.
Estuve echando un ojo a todas las entradas y me llamó especialmente la atención una dedicada a Los Niños y las Pérdidas, porque, precisamente, uno de los temas que más me preocupaba era cómo todo este proceso podía afectar a mis hijos. Era uno de mis miedos más importantes.
Y me gustó lo que leí. Me ayudó mucho. En especial este párrafo:
Cuando se lo comentéis a los niños, no es necesario que os retengáis, llorad si lo necesitáis, habladle de vuestra pena, de vuestros sentimientos. Ellos también se van a sentir muy tristes y necesitan que comprender que no es nada malo, ni extraño, que todos lo estáis pasándolo mal porque esperabais con mucha ilusión a vuestro bebé y este, no ha podido vivir una vida fuera del útero.Con Darío ya habíamos hablado de que el bebé estaba enfermo y no se podía curar. Cuando se lo dijimos, se lo tomó mal. Pero poco después de leer este blog, conversábamos él y yo. Me preguntaba por la reciente ecografía y si Pequeña Flor seguía estando enferma. Le respondí que sí. Él me preguntó por qué y yo le dije que no lo sabíamos, que solo sabíamos que no se podía curar. Y él se puso a llorar.
Yo le dije que llorara. Le dije que mirara mis lágrimas, que yo también estaba triste. Y lloramos juntos, abrazados, lamentando la fugacidad inevitable de la vida de nuestra deseada y amada Pequeña Flor.
Unos días antes Darío había hecho un dibujo de su hermanita. Un poco más tarde ese día, después de nuestra "catarsis", él buscó su dibujo e hizo corazones alrededor de su hermanita. Y luego también en los dibujos que había hecho de toda la familia.
Y ese fue el momento de orgullo, por mi pequeño, por su amor desbordante por su hermana, por su sabiduría que le dio a entender fácilmente la necesidad de apoyo y cariño que tenemos ahora mismo todos.
Ahora me mira la tripa de vez en cuando (mayormente cuando le digo que no me haga daño ;-) en el fondo, sigue siendo un niño inquieto de cinco años) y sonríe con expresión soñadora, me acaricia, me abraza y disfrutamos los tres juntos de ese momento.
Creo que nos queda mucho que pasar, pero me alegra saber que Darío ha empezado a elaborar su propio duelo y me alegra también saber que se siente seguro para expresar sus sentimientos abiertamente. Diana también tiene su proceso, también demuestra su tristeza, pero creo que ella está menos preparada para imaginar el ser abstracto que es Pequeña Flor. Aún así, espero que como padres seamos también capaces de validar su propio proceso de duelo y darle las herramientas necesarias para elaborarlo.
Publicado por
Eloísa
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lunes, 17 de diciembre de 2012
Para mi pequeña flor
Hace tiempo debatía con mi marido sobre las canciones de amor. Él decía que que la mayoría de las canciones son de amor romántico, pero yo argumentaba que cuando se habla de amor, da igual que sea por una mujer o por un hijo. Es amor igual.
Nosotros tenemos una canción, Don't wanna miss a thing, de Aerosmith. La pusimos en nuestra boda, en el momento "cortar la tarta". Y siempre que la escucho, me emociona. Hoy la han puesto en la radio y no he podido evitar pensar en mi pequeña flor, y en como ese sentimiento del que habla la canción, esa necesidad de agarrarte a cada momento que pasas juntos, también era perfectamente aplicable a estos duros momentos que nos toca vivir.
Hoy puse una cita de El Principito en Facebook y más de uno de dijo que ahora cualquier cosa me hará pensar en lo mismo. Cierto. Pero también es cierto que hay canciones y palabras que van especialmente dirigidos al corazón, que encierran un significado especial y que nos tocan.
Y ahora, la cita:
Nosotros tenemos una canción, Don't wanna miss a thing, de Aerosmith. La pusimos en nuestra boda, en el momento "cortar la tarta". Y siempre que la escucho, me emociona. Hoy la han puesto en la radio y no he podido evitar pensar en mi pequeña flor, y en como ese sentimiento del que habla la canción, esa necesidad de agarrarte a cada momento que pasas juntos, también era perfectamente aplicable a estos duros momentos que nos toca vivir.
Hoy puse una cita de El Principito en Facebook y más de uno de dijo que ahora cualquier cosa me hará pensar en lo mismo. Cierto. Pero también es cierto que hay canciones y palabras que van especialmente dirigidos al corazón, que encierran un significado especial y que nos tocan.
Y ahora, la cita:
-Si alguien ama a una flor de la que no existe más que un ejemplar entre los millones y millones de estrellas, es bastante para que sea feliz cuando mira a las estrellas. Se dice: "Mi flor está allí, en alguna parte..." Y si el cordero come la flor, para él es como si, bruscamente, todas las estrellas se apagaran. Y esto, ¿no es importante?
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