Mostrando entradas con la etiqueta educación. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta educación. Mostrar todas las entradas

viernes, 31 de octubre de 2014

Métodos de crianza y roles paternos

Hoy he leído dos artículos que me han "removido" bastante neuronas y sentimientos internos. Todo ha empezado siguiendo en Facebook este enlace que publicaban dos de mis contactos. Y no podía estar más de acuerdo en muchas de las cosas que decía. En casa tenemos los roles a nuestro aire y el que está en el grupo de whasapp del cole es mi marido, que me va contanto las aventuras y desventuras de por allí. Muchas de ellas, como cuenta la madre del artículo, relacionadas con deberes, tareas, etc.

A nosotros nos resulta un poco sorprendente porque con Darío lo único que hacemos al respecto es preguntarle si tiene tareas y pedirle que las haga antes de ponerse a jugar con otras cosas para que así no se agobie a última hora si se le han olvidado. Y normalmente es él el que saca la carpeta después de comer y se pone por su cuenta. A veces nos pregunta algo o nos dice que no lo entiende y su padre o yo nos acercamos a ver si le podemos ayudar a entenderlo mejor. Otras veces, con inglés sobre todo, nos pregunta sobre la grafía de una palabra. Nuestra política en este sentido es ayudarle un poco porque entendemos que es un segundo idioma complicado en el que lo más importante es adquirir el habla (y el oído) y la escritura debería llegar más tarde. Pero recuerdo un día recientemente que estaba deletreando los números del uno al 20 y después de ayudarle en varias ocasiones le dije que yo no podía hacer los deberes por él y que si no era capaz de acordarse o mirarlo en el libro, quizás es que debieran repasarlo en clase... Sin agobios, sin preguntar en el grupo de whasapp o mirarlo por internet. Creo que nuestro hijo ni siquiera es consciente de que participamos en ese canal de comunicación. 

El apocalipsis
El artículo que he enlazado al principio enlaza, a su vez, con otro de la vanguardia con una visión mucho más apocalíptica de lo malos padres que somos en esta generación y los grandes males que les traemos a nuestros hijos por ser padres helicóptero o apisonadoras. La verdad es que es un poco chocante porque, a pesar de los ejemplos americanos (que parece que nada nos sorprende ya del otro lado del charco), no parece haber contactado con la "otra parte", con los padres esos a los que acusa de ser tan "malvados" por acción o por omisión. Qué menos que contrastar ¿no? O tal vez como no es propaganda electoral no hay que dar voz por cuotas de representación :P

En fin, que lo que me ha venido a la cabeza después de todo esto es que son problemas que se gestan en la primera infancia, o en los albores de la paternidad de cada familia. Hoy en día vivimos en una ma/paternidad en la que el sentir general es que todo tiene que estar reglamentado:
- los bebés tienen que comer cada x horas,
- después tienen que dormir x horas,
- hay que cambiarles el pañal x veces al día,
- darles un baño diario,
- y estimularles durante x tiempo.
- Tienen que dormir en la habitación de sus padres hasta los 6 meses
- y a partir de entonces en su propio dormitorio.
- Tienen que comer 18 cereales a los 7 meses,
- y haber probado 4 clases distintas de pescado a los 11.
- Tienen que dejar el pañal cuando lo dice la educadora de la guardería
- y dar besos cuando lo dicen sus padres.

Y si cualquier niño se sale de esta normalidad, nosotros somos muy malos padres y tenemos que seguir métodos de re-enseñanza para quitarles las malas costumbres que han adquirido por malos hábitos. A nadie (o casi nadie) se le ocurre decirnos que eso es normal y que casi ningún niño cabe en ese esquema... un traje cultural diseñado para querubines cuasiperfectos que no les cuadra ni a los de los cuadros de lso museos.

Desempoderamiento aprendido
El desempoderamiento de los padre es tremendo. Nadie te dice que tienes opciones o corrientes entre las que elegir. Parece que las cosas solo se pueden hacer de una manera y si no consigues amoldarte a ese molde, fracasarás como padre y tus hijos te tomarán el pelo. Pero, casi lo peor de todo, es que NUNCA jamás de los jamases hay que hacerle caso al niño, que no sabe lo que hace ni lo que pide, sino que hay que habituarle a unos horarios, a unas comidas, a unas pautas.

El bebé es que casi ni siente ni padece y son los padres lo que deciden por él en todo momento. Pobre criaturita que se va a convertir en un adulto desgraciado sin oficio ni beneficio si le alimentamos a demanda o dejamos que él decida dónde y con quién quiere dormir o que elija su menú para comer en lugar de la papilla de turno.

A los padres se nos hace responsables de cada hipo de nuestro bebé y se nos hace vivirlo con angustia y con culpabilidad. Si le das teta porque así no sabemos cuánto come y si le das biberón porque le estás quitando los beneficios de la teta... Y así con cualquier cuestión relacionada con la crianza. Si es guapo es por casualidad, si es feo nosotros tenemos la culpa. Si se comporta bien es que es muy bueno, si se saca los mocos es que no le hemos sabido quitar ese hábito de raíz.

¿Existe la autorregulación?
Y si empezamos nuestra senda familiar convencidos de que nuestro hijo no sabe cuándo tiene hambre y que nosotros hemos de decidir por él... y si nos inculcan que nuestro hijo controlará el esfinter si le ponermos unos horarios y no por su maduración normal... ¿por qué nos sorprendemos de que los padres nos echemos encima la tarea de controlar los deberes y que estudien para los exámenes? Si parece que lo único que hemos aprendido en la ma/paternidad es a desconfiar de las habilidades y de la "autorregulación" de nuestros descendientes.

Así que si queremos cambiar el paradigma de la paternidad en la etapa escolar, debemos empezar por cambiar el paradigma en la primera infancia. Dejar de reglamentar y cronometrar a nuestros hijos, dejar de compararlos con gráficas de crecimiento o con los vecinos, dejar de culpabilizarnos por cosas que escapan a nuestro control y dar el salto de fe de empezar a creer en ellos, dejarles tomar las riendas y quitarnos el uniforme de guías y conductores para convertirnos en acompañantes y mentores.

jueves, 24 de julio de 2014

Por miedo o por amor

Ser madre de tres es complicado. Nadie mejor que este blog para atestiguarlo, que colecciona su buena cantidad de telarañas desde que Erik nació de lo "abandonaito" que lo tengo. El día a día resulta muy absorbente y si los post se escribieran con solo pensarlos, publicaría tres o cuatro veces al día... Pero todavía no he encontrado la forma de hacerlo.

Hoy quería hablaros de una reflexión reciente. Una de esas ideas que te gustaría que se escribieran solas, directamente del cerebro al blog, sin pasar por el tamiz del ordenador y el teclado... Y es que cuando esa idea persiste y persiste y sigue rondando tu cabeza, finalmente entiendes que hasta que no la plasmes en palabras no te dejará tranquila. Y la idea es si debemos hacer las cosas por miedo o por amor.

Con el mayor de mis tres hijos tenemos días conflictivos en los que se junta que él está poco colaborador con que nosotros estamos cansados y que en verano, al estar más tiempo juntos, es inevitable que surjan más roces. En nuestra casa tenemos pocas normas que, en realidad se traducen en una muy básica: Nos respetamos. Y eso implica que no nos pegamos, no nos gritamos, no nos insultamos, nos tratamos bien, etc. Nos respetamos.

Después de un día especialmente tenso de esos en los que acabarías lanzando las cosas al aire y perdiendo ese respeto que pregonas por tus propios hijos, y después de desfogarme con una buena sesión de limpieza (algo bueno tienen que tener estos cabreos), terminé pensando en esto mismo: ¿Por qué nos respetamos? ¿Por miedo o por amor? Porque en ese arranque de cabreo tremendo me habían entrado ganas de sacar la mano a pasear y soltar una torta a mi hijo... sí, ya lo sé, yo misma estaría incumpliendo el "nos respetamos" al usar la violencia... Pero realmente lo que me hizo pararme a reflexionar era de qué quería que dependiera la buena convivencia de mi hogar: ¿Del miedo? ¿o del amor?

Porque con los castigos o los golpes, los niños acaban obedeciendo por miedo. No aprenden que las cosas no se hacen porque no son buenas o porque son una falta de respeto a la integridad de los demás, sino que aprenden que "si me pillan me pegan" y "cuando eres mayor está bien pegar".

Y yo no quiero que eso suceda en mi familia. Desgraciadamente lo he vivido... Y si al hilo de la vilencia obstétrica hace tiempo leí que alguien decía que no se recuerda el dolor sino que se recuerda el miedo, de mi infancia no recuerdo el dolor o la torta concreta, pero tengo grabado a fuego el miedo. Y, desde luego, no quiero que esa sea la vivencia de ninguno de mis hijos y no se la deseo a ningún niño del mundo. Porque si el miedo es terrible, es peor todavía cuando te lo inflinge alguien en quien confías y lo hace "por tu propio bien".

Después de reflexionar sobre todo esto, y ya más relajada, tuve una charla con mi hijo. Le conté que nos respetamos porque nos queremos, y que, aunque cuando nos enfadamos nos sale la ira por todas partes, tenemos que hacer un esfuerzo por recordar que queremos a la otra persona porque así es más fácil evitar los insultos, los gritos o las malas contestaciones.

Recurso al miedo
Y, después de rumiar durante todos estos días esta disyuntiva entre el miedo y el amor, pues al final me la llevo también al terreno de la lactancia. Muchas veces usamos argumentos del tipo "riesgos de la leche de fórmula" o "repercusiones sobre el vínculo" o todo tipo de perjuicios si no das el pecho. Y aunque la información está ahí para todo el que la quiera ver y no haya que ponerse vendas o paños calientes innecesarios, también es cierto que el recurso al miedo no deja de ser injusto. Una artimaña o una estratagema para que se haga lo que nosotros creemos correcto.

Y, como dice Carlos González, el pecho no se da por sus beneficios o porque prevenga el cáncer, sino que se da porque se disfruta, por AMOR. Y amamantar es una acto infinito de amor y de entrega incondicional de una madre hacia su retoño. Un compromiso que se renueva infinitas veces al día y que es gratificante para ambas partes de la relación. Es cierto que puede haber problemas e inicios complicados, pero cuando esas madres superan sus problemas esa sonrisa, esas mejillas sonrosadas llenas de oxitocina, esos ojos brillantes, son un fiel reflejo de ese AMOR. Y es que la lactancia es un acto de entrega placentera y el bebé se encarga también de activar nuestros circuitos del amor y del bienestar, contribuyendo a la secrección de dopamina que nos gratifica de nuevo.

La lactancia es un circuito cerrado de amor, en el que madre y bebé dan tanto como reciben y cada uno aporta un poco más, convirtiéndolo en una espiral infinita y creciente de afecto y entrega por ambas partes. Por eso, si estás esperando un bebé, si vas a iniciar tu lactancia en breve, mi consejo es que te informes, que te acerques a los grupos de apoyo de tu zona, que localices a madres que te puedan contar tu experiencia, pero, sobre todo, que abraces con júbilo, y no con miedo, el camino que tienes por delante. Porque todo lo que se hace por amor siempre es bueno y lo que se hace por miedo (al que dirán, a las enfermedades, a la obesidad, al cáncer, a los riesgos de la leche de fórmula) no siempre lo es.

miércoles, 15 de diciembre de 2010

La letra escarlata

Hoy mi hijo ha salido marcado del colegio. No, no ha sido un mordisco, un arañazo o un moratón como se podría deducir de la expresión. Ha salido con una cara triste dibujada en la mano, con las palabras "No se" encima y "pega" debajo... Todo ello en mayúsculas, que su profe ya explicó en la última reunión que de momento "sólo" estaban aprendiendo las mayúsculas en clase.

Darío me lo ha enseñado mientras estaba en el "reparto", cuando salen todos de la clase (los que no se quedan a comedor), se ponen junto a la pared, y la profe los va entregando a sus papás o cuidadores. Yo le he preguntado si había pegado, que él ya sabía que no se pegaba, y me ha dicho que no, aunque con todo el jaleo que se monta a la salida del cole, el tráfico y demás, pues no hemos podido hablar hasta que hemos llegado a casa.

Los hechos
Me ha comentado que un compañero de clase tenía una moto que era suya (me imagino que mi hijo había estado jugando con ella anteriormente) y que le había dado un tirón del jersey y el otro nene había gritado. Aunque, luego, cuando ha llegado su padre, ha recordado que habia mordido también a otra compañera. La verdad es que me he quedado un poco a cuadros al enterarme de la situación al completo. Lo primero porque la situación, habiendo sido tensa y habiendo llegado a la agresión, no es como para ponerle ya el cartel de "maltratador", "pegón" o "agresor".

Lo segundo por la reacción de la profesora. No solo le ha marcado con una letra escarlata a lo infantil, sino que, además, le ha llevado a la clase de al lado y, para más inri, le ha tachado la carita sonriente que le debía de haber pintado por hacer algo bien. Vamos, que ya les empiezan a inculcar un sistema en el que si haces algo mal todo lo bueno que hubieras hecho antes queda por completo invalidado.

También me ha parecido un poco excesivo el tema de refuerzo negativo: te quito el premio, te pongo una marca castigo y, además, te hecho de clase, cuando yo considero que hubiera sido más apropiado otro tipo de acción. Yo creo que lo más adecuado hubiera sido que la profesora le hubiera explicado que además de no pegar (o morder) tampoco hay que usar la fuerza (tirones, empujones) con los demás y que es mejor negociar para conseguir algo que intentar obtenerlo por la fuerza. Le hubiera enseñado que su amigo y su amiga estaban dolidos físicamente ("ves que le has hecho pupa y está llorando") y, además, tristes y apenados por el modo en que les había tratado y hubiera intentado llegar a un compromiso con él.

Alternativas
Y no se trata de asilvestrar a mis hijos o no ponerles ningún límite como he leído en el post de La mamá vaca (genial intervención, por cierto, de PapadeAlex en los comentarios; yo, de mayor, quiero ser como él) sino de aplicar la misma estrategia que utilizo en casa cuando pasa... Y pasar, pasa... Y además muy a menudo porque con sus tres años Darío se enfrenta a una hermanita de 13 meses que le coge sus cosas, se las lleva, se las cambia de sitio, se las chupa y se las muerde, se las rompe, etc...

Tanto mi marido como yo usamos una aproximación a lo Faber y Mazlish (a veces, porque otras nos sale darle un grito, reconozcamoslo), reconociendo que está enfadado y tiene derecho a estarlo porque su hermana le ha quitado algo, pero que la mejor manera de recuperarlo no es pegarla sino ofrecerle otro juguete, pedirle el que le ha quitado o esperar a que se canse de él y lo suelte.

Hay y ha habido que repetirlo mucho. Pero la buena noticia es que funciona y que cada vez menos le sale el grito airado y la mano voladora y cada vez son más las veces que le oímos decir "Toma Diana, juega con este muñeco".

Poner etiquetas
Está claro que no se puede pasar por alto una agresión, ya sea mi hijo la víctima o el agresor. Pero considero que tampoco es cuestión de ir poniendo etiquetas en los niños, tachándolos de "malos" sin darles explicaciones y sin ofrecerles alternativas para solucionar los problemas ya que, en una situación similar, no creo que el niño se pare a pensar que mejor no va a pegar al compañero porque si lo hace le van a pintar una carita triste.

Yo, personalmente, creo que es más probable que se acuerde de que si pega o muerde a un compañero le va a hacer daño y se va a poner triste y no va a querer jugar con él por una temporada y que eso le haga reflexionar sobre otras manera más "apropiadas" de lograr lo que quiere o de lidiar con la emoción que desencadena la actitud agresiva.

Está claro que en un entorno con 23 niños es complicado prestar una atención individualizada a cada niño, explicándoles el porqué de las cosas y las consecuencias de los propios actos y enseñándoles a ser responsables de sus propias actitudes y emociones... Pero de ahí a resolverlo todo con caritas sonrientes y caritas tristes, va un mundo.

Vale que el primer día que el nene salió con una pulsera de lazo de premio para consolarle por haberse tenido que quedar en el cole aunque él hubiera preferido irse a casa con mamá me hiciera gracia, vale que sonriera cuando mi hijo me explicaba que la carita sonriente de su mano era por haber sido el segundo en terminar el almuerzo (aunque yo no comparta que haya que comerse toda la comida todos los días ni tampoco que haya que hacerlo lo más rápido posible), pero de ahí a darle la vuelta a la tortilla y marcarlos con caras tristes por sus malas acciones... Me da la sensación de que hemos cambiado la manzana para el bueno de la clase y las orejas de burro de los tebeos de tiempos pretéritos por gomets de colores y símbolos/etiquetas de quita y pon... Eso sí, todo ello aderezado de buenrrollismo que no hace más que ocultar teorías psicológicas de lo más rancio.

En fin, que todo el suceso también me ha recordado a este fin de semana y la enriquecedora charla que tuvimos con Elena en Cucú-Tras (Alcorcón), sobre las agresiones infantiles, como entenderlas, gestionarlas y ayudar a nuestros hijos a canalizar su agresividad (o los sentimientos que le llevan a ella) sin recurrir a la violencia o bien, en el caso de los agredidos, a demostrar el rechazo a la agresión... Con lo fácil que hubiera sido recurrir a la técnica de la cara triste y el no se pega :-(

Otros post interesantes

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...