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martes, 22 de mayo de 2012

Héroes o villanos

Perdónenme mis comadres, pero últimamente
estoy algo monotemática con el tema superhéroes...
¿Será por el estreno de Los Vengadores?
Hoy reflexionaba sobre la Semana Mundial del Parto Respetado, que comienza hoy, y me venían inevitablemente a la memoria escenas del nacimiento de mis dos hijos que, inexplicablemente, se han ido ligando a otras escenas vividas en hospitales o centros de salud y relacionadas con mi función de "paciente mujer" o "paciente madre"... Y he llegado a la conclusión de que, más allá de protocolos o estrategias de atención al parto normal, lo que determina nuestra vivencia y el grado de satisfacción con la asistencia recibida en estos casos es la actitud de las personas que nos han atendido.

Han pasado por mi mente las actuaciones de matronas que rompían la bolsa amniótica sin dar ninguna explicación, entendiendo, en parte, que el hecho de no decirte lo que van a hacer no es solo parte de una atención en la que la madre juega un papel secundario, sino que también es un modo de escudarse de posibles réplicas... Me explico. Yo reflexionaba sobre cómo podía ser que habiendo ido a mis partos tan "informada" y "leída", luego hubiera resultado que me hubiera dejado hacer de todo, incluso con reincidencia (en el caso de mi segundo parto). Y yo tenía muy claro que no quería que me rompieran la bolsa, pero es que a mi en ningún momento me dieron ni el más mínimo resquicio para explicarlo y cuando me di cuenta ya era cosa hecha. No pude protestar porque en ningún momento se me explicó el procedimiento que se iba a hacer.

Práctica cuestionables
Igual que cuando en urgencias un ¿médico? me dijo "Y ahora la mamá se va fuera" sin dignarse ni siquiera a mirarme o a darme ninguna explicación mientras le daban un par de puntos a mi hija. O igual que cuando las únicas indicaciones que me han dado en mis revisiones ginecológicas más recientes han sido "Súbete aquí y baja hasta el borde de la camilla", por parte de ginecólogas (sí, sí, mujeres en todos los casos), que ni se han dignado a avisarme con las sencillas frases de "ahora voy a introducir el espéculo" o "voy a comprobar la situación del cuello del útero" o "ahora vamos a hacerte una ecografía vaginal". No, en todos los casos han dispuesto de mi zona genital como si yo no estuviera allí, esperando una docilidad extrema por mi parte.

¿Y qué tiene que ver todo esto con el título de mi post? Pues que al hilo de todas estar reflexiones inconexas me ha dado por concluír que muchos profesionales sanitarios se ponen la bata blanca igual que muchos superhéroes se ponen su traje para prestar servicio a la sociedad. Solo que en su caso, más allá de los juramentos hipocráticos, tienen que decidir si su actitud es la de superhéroes o de supervillanos.

Poder y responsabilidad
No olvidemos la mítica frase que oía Peter Parker de los labios de su tío Ben: "Un gran poder conlleva una gran responsabilidad". Y esto es lo que muchos de estos profesionales no entienden, la parte de la responsabilidad. Que no consiste solo en realizar pruebas o procedimientos quirúrgicos con mayor o menor grado de éxito, sino que también han de responsabilizarse de sus maneras, de sus modos y de cómo todo ello puede afectar a la vivencia de las personas que pasamos por sus manos, como "pacientes mujeres" o "pacientes madres".

Y es que recientemente me he cansado de oír a supuestos profesionales hablando entre sí, como si yo fuera un cuadro o un muñeco de prácticas que ni ve, ni oye, ni habla, prestándome solo atención y mirándome directamente al inicio de la visita y al final, como si una vez que me hubiera bajado las bragas y apoyado el culo correctamente en el borde de la camilla hubiera dejado de tener entidad de persona, para convertirse solo en un trozo de carne.

Esos son para mi los villanos o supervillanos de toda estar historia truculenta que nos toca vivir a muchas mujeres. Personas con un gran poder y una gran responsabilidad, pero que se parapetan tras su "supertraje", tras su bata blanca, para actuar de una manera fría, impersonal, orientada solo al resultado final, y sin pensar en los medios y en las consecuencias que su manera de actuar puede tener en las mujeres a las que atienden en momentos delicadísimos de su vida sexual, afectiva, reproductiva o psicológica.

Superhéroes de barrio
Lo bueno es que los supervillanos no tendrían sentido sin los superhéroes o héroes que hacen su oposición. Que se sitúan en el lado opuesto de la balanza en la dicotomía clásica entre el bien y el mal, el ying y el yang. Y esos son los profesionales que normalmente no necesitan una bata blanca tras la que esconderse, que te miran directamente a los ojos, que tienen una palabra dulce o de consuelo en el momento apropiado, que se pelean contra viento y marea por cambiar el sistema, por salir de la inercia que les rodea y actuar de manera diferente.

No sé si son héroes de tragedia o superhéroes de barrio, pero su mérito es doble ya que no solo hacen bien su labor, empoderando a las madres, sino que sus buenas prácticas ponen, además, de relieve los métodos nocivos y anticuados que otros intentan hacer pasar por "protocolos" o "necesidades del servicio". Son matronas que se certifican como IBCLC y se convierten en una auténtico nodo de redes locales de madres, son enfermeras que se paran el tiempo suficiente como para escuchar y empatizar con una madre, ginecólogos que confían en la capacidad del cuerpo femenino para gestar, parir y volver a empezar, auxiliares que sonríen a tu hijo cuando más lo necesita, pediatras que ponen en marcha webs de referencia internacional sobre la compatibilidad entre medicamentos y lactancia materna.

La responsabilidad de "calzarse" una bata blanca en el trabajo no consiste solo en conseguir un diagnóstico o realizar un tratamiento adecuado, sino que también hay que hacerlo respetando la integridad física y emocional de los pacientes/clientes y sus acompañantes, manteniendo una comunicación fluida, dejando que el paciente sea un participante activo de todo el proceso, colocándose en el mismo plano (el de las personas) y convirtiendo todo el proceso en un diálogo más que en un monólogo.

viernes, 17 de febrero de 2012

Empoderamiento y lactancia

Hablar de empoderamiento de la mujer en el ámbito de la sexualidad y la salud reproductiva nos remite, principalmente, al parto y al movimiento que reclama que la protagonista de un momento tan íntimo e importante sea la propia mujer. Empoderamiento, en este ámbito, es el proceso por el que la mujer adquiere o recupera la confianza en si misma, en su cuerpo y en su capacidad para tomar decisiones y llevar las riendas de su vida.

Este empoderamiento adquiere una importancia fundamental en el parto, porque no hay ningún otro acontecimiento en la vida femenina que cambie más la autopercepción y la concepción del mundo que nos rodea que el momento del parto como culmen del proceso de gestación y creación de una nueva vida.

Una mujer empoderada es una mujer confiada, que no necesita delegar sus decisiones en terceras personas, que se responsabiliza de su salud y de la de su bebé.

El espejo de la lactancia
Aunque se hable del empoderamiento sobre todo en el ámbito del parto y evaluando la calidad de la atención obstétrica, lo cierto es que la lactancia también juega un papel fundamental en el empoderamiento de la mujer. En el caso de que haya tenido un parto acorde con sus expectativas, la lactancia supone un paso más en la autoconfianza de la mujer. Pero en el caso de que la mujer haya vivido el alumbramiento como un acontecimiento en el que ha perdido el control y las riendas de su vida, la lactancia puede ser el bálsamo que la ayude a reconciliarse con su propio cuerpo y a recuperar el protagonismo de su cuerpo, su vida y sus decisiones.

Considero que es importante que todas las personas relacionadas con la lactancia (profesionales sanitarios, pero también asesoras de lactancia o doulas, por ejemplo) estén familiarizadas con este término y este proceso, ya que contribuirá a que la relación con las madres se oriente al empoderamiento y no al empobrecimiento de su autopercepción.


Manos fuera
Cuando inicié mi formación como asesora de lactancia, me llamó poderosamente la atención el hecho de que se nos instara a guardar las manos en los bolsillos a la hora de tratar con las madres. No me entraba en la cabeza que si había que corregir la postura o el agarre no se pudiera tocar a la madre o al bebé para demostrar fácilmente cuáles eran los cambios o las mejoras a conseguir. Sin embargo, y a pesar de mi dureza de mollera, he terminado captando el mensaje. Cuando una mujer ayuda a otra a hacer las cosas por si misma, la está capacitando para repetir esa misma acción miles de veces. Cuando una mujer hace las cosas por otra mujer, solo está abonando el terreno para mayor inseguridad y está permitiendo que esa madre se vaya a casa pensando que necesita ayuda externa para amamantar. Tan simple como el dicho popular de dar pescado o enseñar a pescar.

Cualquier persona que ayude o asesora a una madre en su lactancia debería pensar en "enseñar a pescar" y no en dar pescado a esa mamá. Es muy común, cuando alguien nos cuenta su lactancia o sus inicios, que nos diga que hubo una enfermera muy maja que le colocó al bebé o le "enganchó" al bebé y logró una toma buena. Normalmente lo cuentan como agradecimiento, pero al final lo que a esa madre se le queda es que esa enfermera participó activamente y no el sentimiento de "yo logré" aunque fuera con su ayuda. No hay más que prestar atención a cómo está formulada la frase ("me enganchó", "me colocó") para ver que la madre es el sujeto pasivo en toda la situación... Y, desde luego, una madre pasiva no es una madre confiada y/o autosuficiente.

El camino largo
Empoderar a una madre también significa prestarle atención verdadera. Escuchar lo que nos dice y lo que no nos dice y dar validez a sus preguntas e inquietudes. En cualquier conversación sobre lactancia materna es fácil saltar afirmando que "es un mito que unas madres tienen mucha leche y otras poca leche" cuando una mujer nos transmite inquietud sobre su capacidad para satisfacer las demandas de su hijo. Lo complicado es mirarla a los ojos, escucharla con el corazón e indagar en la causa de su inquietud, preguntando con paciencia, explicando con dulzura y deshaciendo poco a poco la madeja que la ha llevado a percibir que algo va mal en su lactancia. Es difícil, pero no inalcanzable, como asesoras voluntarias o profesionales de lactancia debemos tratar de dar ese paso y ofrecernos cercanas y disponibles para resolver hasta las dudas más nimias, porque de ese modo estaremos contribuyendo al empoderamiento de las mujeres que se acercan a nosotras a través de su lactancia.

Hay estudios que constatan que cuando una madre es atendida de esta manera (manos fuera, empatía, empoderamiento), se siente dueña de su lactancia, capacitada para decidir y, normalmente, amamanta durante más tiempo. Una madre empoderada toma las riendas de su lactancia, se implica en el proceso del amamantamiento y lo disfruta, de manera que es un ladrillo más entre los muchos que contribuyen a su crecimiento personal.

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