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sábado, 28 de noviembre de 2015

Familia accidental


Fue un día de lo más extraño. Yo todavía andaba en una nube a pesar de que habían pasado ya más de dos meses desde todo aquello. Era como si el suelo que pisara fuera de gelatina y no podía deshacerme de la sensación de que alguien había envuelto mi cerebro en vendas y algodones, ya que todos los sonidos me llegaban amortiguados. Seguía sin poder mantener la atención en las reuniones del trabajo y aquella sensación no ayudaba. Mis informes llegaban un poco más tarde de lo normal, pero llegaban, así que a pesar de las caras de pena y modales afectados que todo el mundo ponía cada vez que se topaba conmigo, nadie insistía demasiado en que me cogiera de nuevo la baja.

No recuerdo nada especial de ese día. Era otoño. Habían cambiado la hora y cuando volvía a casa estaba ya todo oscuro. No me importaba demasiado. De hecho, me molestaban en extremo los días soleados y la gente saliendo a la calle. Sus vidas normales y tranquilas me recordaban todo aquello que había perdido. Donde podría estar y donde estaba en realidad.

Me subí al coche como cualquier día. Dejé el bolso en el asiento del copiloto, encendí las luces y emprendí el camino a casa. Los mismos semáforos de siempre, las mismas calles de siempre…

Sumida en mis pensamientos, apenas era consciente del camino que estaba recorriendo. El “piloto automático” era mi ángel de la guarda y, a pesar de que últimamente siempre conducía así, nunca me había pasado nada más grave que saltarme una salida de la autopista. Daba vueltas a cómo había sido todo y ya casi había dejado de pensar qué podía haber cambiado para que mi bebé siguiera conmigo. La rabia y la impotencia habían dejado paso a la tristeza y el pesar. Todo el mundo me decía que imaginarme en mis brazos a mi pequeño Luís no iba a ayudarme a superar el trauma. Que vivir en las ensoñaciones solo me hacía daño y alargaba el proceso. Pero yo me agarraba a lo único que me quedaba de aquel hijo que murió a pesar de que yo lo sentí muy vivo en mis entrañas cada uno de los días que duró aquel sueño de primavera.

Y entonces oí un ruido. Como un roce. Que venía de la parte de atrás del coche. Me sobresalté y mi primera reacción aterrada fue dar un volantazo. Por suerte la carretera iba casi vacía y ahí quedó la cosa. Aflojé el ritmo y casi me reí de mí misma. Seguro que lo había imaginado. Sin embargo, un par de minutos después, ahí estaba de nuevo el ruido, como de tela rozando contra tela. Esta vez estaba segura de haberlo oído. El instinto de lucha o huida se impuso a mi amodorramiento generalizado y ahí estaba yo con todos los sentidos mucho más despiertos de lo que habían estado en las últimas semana. Y, de nuevo, el ruido. Esta vez un poco más leve, un roce.

Miré hacia atrás y vi la silla del bebé. Una silla a contramarcha. Flamante, nueva, preciosa. Había dedicado horas y horas de investigación y comparativas para decidir qué sistema de retención infantil era más adecuado para Luís. Y el destino había decidido ignorar todos mis esfuerzos por darle lo mejor y había decidido matarlo cuando apenas quedaban dos semanas para que naciera. Daniel había tomado las riendas tras la vuelta a casa del hospital y había desmantelado la habitación de Luís lo más discretamente posible, mientras yo dormía entre calmantes y antidepresivos. Pero no le dejé tocar mi coche, no le dejé desmontar esa silla y la paseaba día tras días como señal de duelo, como cicatriz visible de todos los arañazos, desgarros y heridas que sentía en mi interior.

A pesar del subidón de adrenalina, todo se vino de nuevo abajo con la visión de la silla. Apreté las manos sobre el volante, pisé un poco más el acelerador y sentí que los ojos se me nublaban de lágrimas y empezaban los espasmos involuntarios y el dolor de pecho por los intentos de aguantar ese llanto que era imposible de retener.

Apenas veía la carretera, solo algunas luces, cuando de nuevo escuché ese sonido. Déjalo estar. Finalmente te has vuelto loca, dijo una vocecilla malvada en mi interior. Al mismo tiempo, pensé que quizás algún animalillo había conseguido colarse en el coche y era eso lo que estaba oyendo. Vi un cartel de una salida y me dirigí hacia ella entre pitido y ruidos de frenadas. No me importaba poner intermitentes, ni evitar que otro coche me embistiera. Necesitaba salir del coche, respirar aire fresco y reunir serenidad suficiente para poder emprender de nuevo el camino a casa.

Paré y apagué el motor. Y ahí estaba el sonido de nuevo. Salí del coche y respiré profundamente, notando que poco a poco se liberaba toda la presión que se había ido concentrando en mi pecho y espalda. Moví la cabeza y giré los hombros mientras pensaba que aquella bestiecilla que había generado esta crisis bien podía aprovechar la ocasión para salir por mi puerta y dejarme tranquila de una vez. Pero no vi nada escabullirse.

- Habrá que animarla -me dije a mi misma mientras daba la vuelta hacia la parte de atrás del coche, dispuesta a abrir la puerta trasera y ponérselo fácil al gato, lagartija o lo que fuera que había decidido acampar en mi coche.

Y cuando abrí la puerta lo vi ahí. En la silla de Luís y perfectamente atado. Tapado con una mantita. Un bebé de apenas unos días que movía sus manitas débilmente, con sus ojos cerrados. Si hubiera estado acompañada, me podría haber permitido el lujo de desmayarme, pero no podía. ¿Cuánto tiempo llevaba ahí ese bebé? ¿Estaba en realidad o era una mala pasada de mi imaginación? ¿Había terminado volviéndome loca de dolor como tantas personas llevaban temiendo en las últimas semanas?

Temblorosa, acerqué una mano al pequeño y lo toqué. Sí, estaba ahí y sí, era de carne y hueso. No se esfumó al tacto ni atravesé su cuerpo con mi mano. Su presencia diminuta era como un grito desgarrador en mi cabeza, pues no dejaba de pensar en el cuerpo sin vida y lívido de Luís que se había deslizado de mis entrañas como un pececito resbaladizo. Pero este cuerpo palpitaba y se estremecía. El pequeño temblaba y me apresuré a cerrar la puerta. Con el sonido de la puerta el bebé se volvió a estremecer, pero siguió dormido. Podía verlo a través del cristal. Seguí ahí, no me había vuelto loca… pero ¿Cómo narices había ido a parar un bebé a mi coche? ¿Había hecho caso ese dios en el que nunca había creído a mis plegarias y había devuelto la vida a Luís? Mientras calibraba la gran improbabilidad de aquella explicación, las pocas neuronas que tenía alertas me empujaron a sacar el móvil, mandarle a Daniel mi ubicación por whasapp y pedirle que viniera a buscarme con su coche y que no pidiera explicaciones.

Abrí la otra puerta trasera y me senté en la plaza al lado de la silla. Veía como el pecho del pequeño subía y bajaba rítmicamente y me sumí en la hipnótica contemplación de ese movimiento como si de un bálsamo para mi alma dolorida se tratara. No sé cuánto tiempo pasó hasta que me decidí a abrir la mantita para contemplar al bebé al completo. Mientras lo hacía, una pequeña tarjeta se deslizó hacia abajo.

La cogí y vi que simplemente ponía: “Me llamo Manuela y sé que serás una buena madre para mí”.

Cogí su diminuta mano mientras mi mente repetía “Manuela, Manuela, Manuela” como un mantra y  sus pequeños deditos se aferraron a mi dedo índice con un apretón firme que selló el pacto que se había estado forjando desde que posé mis ojos sobre ella. Con una decidida determinación desabroché rápidamente el cinturón de la sillita y cogí suavemente a Manuela para ponerla sobre mi pecho y arroparla con mi calor y mi abrigo.

“Todo está bien. Voy a ser tu madre”, le dije, señor juez, y desde entonces no me he vuelto a separar de ella. Con esas palabras le prometí que siempre estaría a su lado, que velaría su sueño y le daría alas para aprender a volar y siempre he tratado de mantenerme firme en mi promesa.

-¿No es Manuela un sustituto de ese bebé que perdió? -preguntó el juez.
- No lo es ni nunca lo podrá ser -respondió Rosa. -Luís iluminó nuestras vidas durante ocho meses y me enseñó a ser madre. Pero se marchó y nadie podrá sustituir el hueco que dejó ni tapar su recuerdo. No hay día que no piense en él, a veces con alegría, a veces con tristeza. No dejo de pensar en lo buen hermano mayor que hubiera sido para Manuela. Pero mi hija no sustituye a nadie sino que, desde el principio, ha reclamado su lugar en nuestra familia con voz propia. Desde esa nota misteriosa a cada sonrisa y gorjeo infantil. Manuela es Manuela y siempre será Manuela. Luís siempre será Luís, aunque ya solo viva en nuestros corazones.

- Está bien. Muchas gracias por su testimonio. Puede marcharse -dijo el juez mientras se revolvía en su asiento. El testimonio de Rosa había sido intenso. Acostumbrado a disputas por custodias y peleas por herencias, sabía que este caso no le iba a dejar indiferente.

- ¿Quién viene ahora? -le preguntó a Amelia, la asistente social que había organizado esa “vista” tan peculiar que tenía acaparada su agenda durante todo el día.

- Ahora hablará Daniel. Es el marido de Rosa y ha ejercido durante todo este tiempo como padre de Manuela -respondió ella.

- Esta bien -dijo el juez mientras se reajustaba las gafas y se preparaba para tomar notas de nuevo.

Daniel accedió al pequeño despacho del juez de familia elegido para la vista preliminar sobre el caso de custodia de Manuela. Saludó a Amelia con una inclinación de cabeza y se sentó en la única silla libre, frente al juez. Notó la calidez del cuerpo de su mujer, que acababa de abandonar aquel mismo asiento. Se habían cruzado brevemente en la puerta del despacho y Rosa le había obsequiado con una mirada esperanzada, mientras le cogía ambas manos y las apretaba firmemente para darle ánimos.

- El relato de su mujer parece casi una historia de fantasía -argumentó el juez. -Uno no puede sino imaginarse a una mujer llena de dolor tras la pérdida de su bebé inventando un cuento de hadas como este para salirse con la suya…- siguió.

- Tienes usted razón señor juez. El primer sorprendido fui yo. Cuando llegué aquella noche a esa carretera casi desierta y me encontré el coche de mi mujer con las luces encendidas, el motor en marcha y los intermitentes parpadeando, me imaginé lo peor. Mi corazón dio un vuelco, pues cada día era una tortura hasta que por fin oía sus llaves girar en la puerta de casa... y cuando se retrasaba tan solo unos minutos no dejaba de imaginarla volcada en una cuneta tras haberse salido de la carretera. Pero día tras día conseguía llegar a casa entera. Hasta ese día. Llegué y cuando no la vi en el asiento del conductor di por hecho que había pasado algo grave y miré a mi alrededor imaginando que se habría arrastrado fuera del coche. Empecé a gritar su nombre y enseguida se abrió la puerta de atrás y oí que me chistaba y me pedía que guardara silencio. Me acerqué y la vi allí, en el asiento trasero, sujetando un pequeño bulto contra su pecho. Pensé que se había herido y trataba de parar la hemorragia. Me abalancé sobre ella y de repente se giró, rechazándome. “Daniel”, me dijo. “Ten cuidado. La vas a hacer daño”. ¿Hacer daño? ¿A quién? Entonces, llegué a la conclusión de que habría estado a punto de atropellar a un pequeño animalito y que lo estaría protegiendo.

“Mira”, me dijo con una tímida sonrisa. Y me enseñó el pequeño bulto que sostenía amorosamente entre sus brazos ¡¡¡Era un bebé!!! Le juro, señor juez, que casi me desmayé en ese momento. Rosa estaba como en trance, con las mejillas sonrosadas y una sonrisa bobalicona en su cara. Primero toqué aquella cosa, pensando que sería un muñeco. Pero enseguida me di cuenta de que era un bebé de verdad que respiraba, gemía y se chupaba los puñitos con bastante fruición.

Entonces empecé a preocuparme. Miré a mi alrededor. Esperaba encontrar a una familia que buscaba desesperadamente a su bebé, pero, obviamente, allí no había nadie. Estaba seguro de que Rosa había robado a esa criatura, pero al mismo tiempo de lo contrario. Si hubiera querido cometer una locura, habría tenido muchas oportunidades antes ¿Por qué ahora? Y además estaba convencido de que mi mujer nunca traspasaría el limite de secuestrar al bebé de otras personas, sobre todo después de haber vivido en sus carnes la desgarradora experiencia de perder a su propio hijo.

Ella seguía arrullando al bebé y meciéndolo contra ella. Se perdía en ese pequeño y cuando me miró y vio mi cara de preocupación simplemente me pasó la nota.

“Me llamo Manuela y sé que serás una buena madre para mí” leí. Ella dejó que el mensaje calara en mi mente y luego añadió. -Sé que ahora mismo no estás pensando demasiado bien de mí, pero la realidad es que alguien dejó a esta pequeña en la sillita del coche y que me he dado cuenta a mitad de camino a casa-.

- ¿Y qué hacemos? -le pregunté.

- De momento, llévanos a casa y luego ya iremos viendo -me respondió con parsimonia, mientras cogía a la pequeña y la colocaba de nuevo en la sillita del coche. Manuela protestó y Rosa introdujo su dedo en la boquita de la pequeña, que enseguida lo empezó a succionar y se calmó.

Conduje el coche de mi mujer hasta casa. Aparqué en el garaje y le abrí la puerta. Rosa había cogido a la pequeña, a Manuela, y enfiló hacia el ascensor sin mediar palabra. Allí me esperaron y subimos juntos a casa. Entramos en el piso y mi mujer enseguida buscó un papel y empezó a hacer una lista. Yo estaba a punto del colapso. No sabía qué decirle ni qué hacer. Si llamar a la policía o a algún vecino para que me ayudara a arrojar un poco de luz sobre esa situación tan inesperada o arrodillarme junto a ella para llorar por Luís y suplicarle que no siguiera adelante con esa farsa. No tuve que hacer nada de eso. Rosa me puso una lista en las manos y me dijo “Lo primero a la farmacia. Leche de inicio y unos cuantos biberones y tetinas. También algún sistema para esterilizarlos.  En el chino de la esquina, compras un par de botellas grandes de agua mineral. Vuelves a casa y me lo traes. Luego te vas al súper a comprar pañales, un paquete de la talla 2 hasta que sepamos si le va bien o no, y toallitas. Vuelves y me lo traes. Como ya es tarde, luego te vas al C&A o al Primark del centro comercial y me compras lo que pone en esta lista: bodis y pijamas, de momento, luego ya iremos viendo. Si tienes cualquier duda, me mandas un whasapp” y me despachó hacia la puerta, recordándome que cogiera las llaves y la cartera.

Cuando volví del último recado, Manuela ronroneaba satisfecha en brazos de Rosa. Había comido, tenía el pañal limpio y mi mujer se las había ingeniado para encontrar alguno de los arrullos que habíamos preparado para Luís y que se me debía de haber escapado en la limpieza tras volver del hospital. Dejé las bolsas con la ropa en el sofá y miré a mi mujer. Estaba como ausente, en su mundo, pero la mirada ya no estaba perdida ni sus ojos brillantes por las lágrimas retenidas. Sus ojos tenían un objetivo claro y se perdían en cada centímetro de aquella pequeña que había irrumpido en nuestras vidas. Yo seguía muerto de preocupación pero me dije que nada malo podía haber en acoger a Manuela unos días mientras hacíamos averiguaciones para encontrar a su familia.

He de confesar, señor juez, que esa expectación calmada que se instaló en mi casa me resultaba cómoda y querida. Cada día pensaba que era necesario buscar a la madre de Manuela, pero también recordaba esa nota y me decía que la madre biológica de Manuela había elegido a Rosa como madre para su hija. Y no podía sino alabar su decisión. Rosa se había transformado y había florecido. Su duelo por la pérdida de Luís se me antojaba como un capullo del que había salido renacida. La veía como una madre Fénix y me asombraba la claridad y serenidad con la que tomaba todo tipo de decisiones a las que yo no me atrevía a hacer frente. Me pidió que arreglara los papeles para su excedencia laboral y lo hice. Investigué para ella sobre adopciones y acogidas. Buceé en la red intentando buscar antecedentes de padres adoptivos que hubieran “encontrado” a sus hijos y mucho más.

Volvía a casa cada día del trabajo con una sonrisa en lugar de con pesar. Anticipaba el momento del baño de Manuela, me derretía con cada una de sus sonrisas y daba la bienvenida a la vuelta de la armonía a nuestro hogar. Éramos una familia. Aquello que el destino nos había robado, parecía que nos lo había devuelto. Pero no dejaba de ver la sombra que se ocultaba detrás de todo eso. En algún momento habría que salir de nuestra burbuja, relacionarnos con los vecinos o los familiares y explicar de dónde había salido esa bebé.

Rosa lo tenía claro. Para alguno sería nuestro bebé y no tendríamos que dar explicaciones, sino dejar que asumieran como ciertas sus propias suposiciones. Para otros, simplemente diríamos que habíamos acogido a una pequeña huérfana, lo cual no era más que una interpretación de nuestra realidad.

Y fue pasando el tiempo. Cuando Manuela cumplió un año ya no había un lugar en nuestra casa y en nuestra familia que no estuviera lleno de ella. Cada día me costaba más tomar la decisión de arriesgarme a perder de nuevo a una hija. Temía que Rosa no pudiera soportarlo. Pero me armé de valor y consulté con un amigo abogado. Preocupado, nos recomendó que viéramos a Amelia y aquí estamos, poniéndonos en sus manos para que considere si somos adecuados para seguir cuidando de nuestra hija.

Le ruego, señor juez, que entienda que el error fue mío. Que si alguien debe pagar o ir a la cárcel, lo haré gustoso porque no conseguí reunir antes el valor suficiente para intentar legalizar esta situación. Tenía miedo de perder a Manuela y a mi esposa. Durante todos estos meses, Manuela no ha estado solo bien alimentada y cuidada, sino que creo que hemos conseguido ser una familia para ella y proporcionarle estabilidad emocional y un entorno apropiado para crecer en libertad, querida, protegida y amada. No tiene más que verla. Tan mal no lo hemos hecho. Sería cruel internarla en una institución. No nos separe…

-Esta bien, Daniel -le interrumpió el juez-. Me queda claro su testimonio, pero le ruego que paré ahí. Entiendo perfectamente todo lo que siente y su nivel de entrega y devoción ha quedado suficientemente claro, tanto por su testimonio como por las pruebas periciales aportadas por Amelia y el Instituto de Asuntos Sociales. Por favor, retírese para que pueda seguir considerando el caso.

Daniel se levantó y se marchó sin mediar más palabra. Sentía que su cuerpo era piel, huesos y gelatina. Le zumbaban los oídos mientras rumiaba sobre lo injusto de que un señor que no los conocía ni a ellos ni a Manuela tuviera la capacidad de decidir sobre su destino de manera arbitraria.

-¿Eso es todo, Amelia? -preguntó el juez.

- No. No es todo. Tenemos un testimonio adicional. Nos ha resultado muy complejo de obtener, y todavía estamos procesando las pruebas que confirmen su versión, pero parece que los investigadores de la fuerza policial conjunta del IAS han conseguido localizar a la madre. Todo indica que era una empleada temporal de la empresa de limpieza de la asesoría fiscal en la que trabajaba Rosa. Una chica joven que ha vuelto de nuevo a Bolivia, pero los agentes han conseguido su testimonio en vídeo. Si me lo permite, lo podemos reproducir en su ordenador.

Amelia sacó un pincho USB y lo conectó al ordenador del magistrado. Mientras preparaba la proyección el juez se asombraba del inesperado giro que daba la vista con aquel testimonio.

- ¿Qué pruebas son necesarias para corroborar este testimonio? -preguntó.

- Tenemos una muestra de ADN de la chica y la estamos contrastando con las muestras de Manuela para confirmar el parentesco. ¿Lo pongo?

El juez respondió con un asentimiento y comenzó el vídeo. En él se veía a una joven de unos veinte años, con tez morena, ojos negros y una larga coleta de pelo negro.

“¿Empiezo ya? Vale. Mi nombre es Jimena Aristizabal y soy la madre de Manuela. Yo le puse el nombre y me alegro de que sus papás hayan decidido mantener el nombre que honra la memoria de mi difunta abuela.

- ¿Cómo conociste a la señora Díaz? -preguntó una voz masculina fuera de cámara.

- ¿A Rosa? La veía algunas veces en la oficina que limpiaba. Trabajaba hasta tarde y cuando yo llegaba con mi carrito de limpieza era una de las pocas personas que quedaba por allí. Recuerdo que siempre me sonreía y me saludaba al verme llegar y también cuando recogía sus cosas y se marchaba. Nunca me preguntó mi nombre o se interesó demasiado por mí, pero siempre fue amable y educada. Cuando me quedé embarazada lo oculté. No quería que me despidieran y mis padres tampoco sabían nada. Para ellos yo todavía era virgen y, además, siempre decían que íbamos a volver a Bolivia y yo no quería que nada nos atara demasiado y nos impidiera volver a casa. Un par de meses después me enteré de que Rosa estaba también embarazada. La enhorabuena de algún compañero y una imagen de una ecografía pegada en una esquina de la ventana junto a su mesa fueron los principales indicios, pero enseguida me di cuenta de que acariciaba su vientre y de que incluso había cambiado su forma de caminar.

Yo vivía su embarazo como no podía vivir el mío. Contaba sus semanas de gestación en su calendario e imaginaba a mi bebé en mi vientre. Nunca le vi en ninguna ecografía ni me hice ninguna analítica, pero gracias a Rosa me enteré de que había que tomar algunas vitaminas y me las apañé para comprarlas en la farmacia e irlas tomando yo también. Una cosa es que mi bebé me recordara al cabrón que me había dejado embarazada y me había abandonado después de deshonrar mi cuerpo y otra cosa es que deseara algún mal a la criatura que llevaba en mi interior.

Sabía que yo no podía ser su madre, pero sabía que encontraría a alguien lo suficientemente bueno. Alguien como Rosa, que parecía que llevara las palabras “amor maternal” tatuadas en la frente. Unas pocas semanas después de empezar a sentir los movimientos de mi bebé en mi vientre, me enteré de la muerte de Luís. Algunos de sus compañeros discutían junto a la máquina de café sobre la mala suerte de Rosa y sus compañeras no sabían si mandarle flores al hospital era adecuado para después de la experiencia de parir a tu propio hijo sin vida. No había entierro ni funeral en el que expresar las condolencias, pero tampoco les parecía adecuado hacer como si no hubiera pasado nada. “Ya veremos”, decían. Pero nunca vieron nada. O al menos no lo vieron como yo. Yo, que sentía a mi pequeño aletear en mi interior, lloraba con Rosa mientras limpiaba su escritorio y veía aquella colección de ecografías colgadas en la ventana. Lloraba por el pequeño Luís que nunca disfrutaría de los brazos amorosos de su madre.

Pensaba que no volvería a verla, pero un par de semanas después apareció de nuevo por la oficina. Con ojeras, el pelo apagado y la mirada siempre en el suelo, pero con la clara determinación de reclamar de nuevo su lugar. En se momento, cuando vi su perfil de hombros caídos y su espalda temblar por un llanto contenido, lo decidí. Ella iba a ser la madre de mi hijo. Ella le iba a dar todo el amor y el calor y cariño que había ido atesorando para el pequeño Luís. Yo iba a ser la madre de Luís, porque no podía darle a mi hijo el amor que merecía, pero sí podía darle a Luís ese recuerdo constante y ese corazón de madre roto. Un lugar en mi corazón y dentro de mí, porque yo tenía todo el amor de madre en mi interior, pero poco espacio en mi vida exterior para acomodar a un hijo de carne y hueso. Luís sería mi hijo de recuerdo y Manuel o Manuela sería el bebé de ojos vivos y aliento cálido que merecía Rosa. Me sentía casi como un cuco que deja su huevo en el nido de otro pájaro, pero no podía evitar desear lo mejor para mi pequeño y sabía que no había otra elección posible.

No sabía cuándo tenía que dar a luz, aunque por alguna aplicación móvil me había hecho una idea de la fecha aproximada. En las últimas semanas intentaba usar la ropa lo más holgada posible y caminaba encorvada hacia adelante para tratar de ocultar mi tripa. Había probado a meter algo de relleno en las caderas para disimular, pero el resultado no me parecía lo bastante bueno. Iba a todas partes con una mochila en la que había guardado una muda de ropa para bebé, una mantita, papel y algo de dinero para mantenerme unos cuantos días hasta que encontrara la manera de entregar al bebé. Al final todo fue mucho más fácil de lo que hubiera imaginado. Me puse de parto al final de mi turno cuando en la oficina no quedaba nadie. Manuela nació sin mayor problema. La limpié y vestí y después limpié cualquier resto que hubiera quedado. Me sentía un poco mareada, pero saqué un par de chocolatinas de la máquina del pasillo y busqué un taxi que me llevara al motel que había elegido para pasar un par de días.

Hasta que no llegué allí ni siquiera había mirado a Manuela. Estaba decidida a no encariñarme con ella, pues ya lo había hecho con Luís, mi auténtico bebé. Pero Manuela empezó a llorar y no me quedó más remedio que cogerla y calmarla. La miré a la cara y vi en ella los rasgos de mi abuela y no me pude sentir más orgullosa y feliz de mi pequeña cachorrita. En toda mi previsión se me había olvidado que tendría que comer, así que a falta de biberón, saqué el pecho y se lo acerqué. Y ella succionó con ganas desde el primer momento. Sabía que me iba a costar más desprenderme de ella, pero no podía hacer otra cosas que alimentarla y quererla hasta que la pudiera dejar con Rosa. Al día siguiente fui al despacho para comprobar a qué hora solía salir Rosa. Al segundo día fui un poco antes con la bebita y, por suerte, comprobé que se había dejado el coche sin cerrar y que además llevaba una sillita de bebé. Acomodé a Manuela con su nota y su mantita y me escondí. A los cinco minutos vi como Rosa se subía al coche y se marchaba.

Nunca más volví al despacho. Ese día me fui al motel a llorar por Manuela y por Luís y al día siguiente volví con mis padres como si no hubiera pasado nada. Hablaban, como siempre, de volver y saqué todos mis ahorros y los puse encima de la mesa. “Dejemos de hacer planes y volvamos con la familia. Mi futuro no está aquí”. Y un par de semanas después, estábamos de vuelta. Dejé a Manuela y me traje a Luís conmigo. Le planté un arbolito al que saludo todas las mañanas y le hablo. Le hablo de Rosa y de Manuela y de ese padre que imagino que cuida de las dos. Y mi naranjo crece jovial y lozano.

- ¿Por qué no dio a su hijo en adopción? -preguntó la voz.

- No era una opción. No quería a cualquiera. Quería a Rosa. Ella necesitaba a Manuela y Manuela la necesitaba a ella. Fui un intercambio justo. Un hijo por otro.

- ¿Está dispuesta a renunciar legalmente a la guarda y custodia de Manuela y a darla en adopción?

- Sé que en España no es legal renunciar a la custodia de un hijo a favor de una persona concreta a no ser que sea un familiar. Pero aquí las leyes son diferentes. Mi hija vive en España, pero su madres soy yo y vivo aquí. Me han dicho que eso crea un pequeño lío legal… Así que renunciaré a la patria potestad de Manuela siempre y cuando me garanticen que Rosa será su madre. Si no, firmaré un papel en el que nombro a Rosa tutora legal y creo que así será suficiente.

- Pero Rosa, la señora Díaz, ni siquiera la conoce…

- Da igual. Rosa es la madre de Manuela y voy a luchar  todo lo que haga falta para que mi hija tenga la madre que merece y para que nadie las separe.

El vídeo acabó sin más y la pantalla se quedó en negro. El juez se quedó pensativo.

-Aquí se acaba el testimonio -dijo Amelia. -Ya ve que es un caso muy peculiar y por qué he decidido intentar tramitar todo esto sin dejar un rastro de papeleo. Se trata de una situación muy delicada que puede dar lugar a un pequeño conflicto internacional. Mi opinión es que, legalmente, poco tenemos que hacer más que dar forma mediante papeles oficiales a una decisión que ya ha sido tomada por todas las partes implicadas. Las periciales demuestran que Rosa y Daniel son unos padres perfectos y capacitados, que Manuela es una bebé feliz y sana gracias a sus cuidados, y que Jimena no solo está conforme sino que fue la que orquestó todos los acontecimientos que nos han traído hasta aquí.

- Ya veo. Entonces mi decisión está clara. Si las pruebas de maternidad son concluyentes, nombraremos a Rosa y Daniel custodios legales de Manuela -sentenció el juez.

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Vario años después.

-Y así fue como finalmente te quedaste para siempre en nuestras vidas, cariño. ¿Qué te parece? -preguntó Rosa a la pequeña Manuela, que ya no era tan pequeña, sino una vivaracha niña que parecía no poderse quedar quieta mientras escuchaba a su madre.

- Tu llegada a este mundo estuvo plagada de acontecimientos -añadió Daniel.

- ¡¡¡Es como una “ventura”!!! Como un cuento de hadas. Y yo soy la protagonista -gritó entusiasmada la pequeña, mientras daba saltos y palmadas.

- ¿Te gustaría conocer algún día a tu verdadera madre? -preguntó Rosa.

Manuela la miró con curiosidad. - ¡Pero mamá! ¡Qué tonterías dices! Te conozco perfectamente. -exclamó Manuela.

Rosa la abrazó con fuerza. -Quería decir a tu otra mamá, al a mujer que te llevó en su vientre.

- Ya la conozco. He soñado con ella muchas veces. Es mi hada madrina y Luís es su pequeño ayudante.



Relato de ficción. Los hecho aquí reflejados son fruto de la imaginación de la autora y no se correspoden a la historia de ninguna persona real.
**Todos los derechos reservados.
**Prohibida su reproducción total o parcial por cualquier medio sin permiso de la autora.

viernes, 1 de marzo de 2013

Un mes

Hoy hace un mes que supimos que te habías marchado. Un mes desde que la maquinaria hospitalaria nos engulló y me devolvió al mundo machacada, inducida, legrada, con el útero vacío y después de haber vivido una de las peores experiencias de mi vida.

Ha sido un mes duro, muy duro. De muchas lágrimas y de volver a darle vueltas a lo que hubiera podido ser. Un mes en el que quizás lo peor ha sido dejarte de sentir en mi interior, porque antes yo sabía que estabas ahí, conmigo, aunque tuvieramos claro lo fatídico de tu futuro.

Tiempo de dejarte marchar y de llorar tu pérdida. Y tiempo también de intentar ocupar mi tiempo y, sobre todo, mis noches, para no pasármelas enteras llorando en la cama y poder así tener un poco de ese bendito descanso del que disfrutaba cuando todavía estaba embarazada.

Ha sido el mes en el que he recuperado mi lactancia y he vuelto a ver gotas de leche salir de mis pechos. La que más lo disfruta es Diana, pero a mí me permite también reconciliarme un poco con mi propio cuerpo.

Y también el momento de estar con tus hermanos y con tu papá, de apoyarme en ellos y dejar que se apoyen en mí. De gestionar y valorar las secuelas de la intensidad emocional con la que hemos vivido inevitablemente estos últimos meses.

Te echo de menos, Mi Pequeña Flor. Cada día pienso en tí.

martes, 12 de febrero de 2013

¿Por qué?

¿Por qué si entre el 10% y el 20% de los embarazos no llegan a término el término muerte gestacional y perinatal es tan desconocido en nuestra sociedad?

¿Por qué solo cuando te enfrentas al dolor de esta experiencia es el único momento en que otras mujeres se "atreven" a contarte que ellas han pasado por lo mismo?

¿Por qué los profesionales sanitarios están tan "desensibilizados" con este tema si cabe esperar que conforme un gran porcentaje de las consultas y las "urgencias" de ginecología?

¿Por qué la sociedad en general niega el dolor de las familias que pierden un ser querido solo porque ese ser humano no había salido todavía del útero de su madre?

¿Por qué se pide a la madre que en pleno puerperio sin bebé se reincorpore a su vida previa como si no hubiera pasado nada?

¿Por qué la gente se empeña en decirle a esa madre que "piense en sus niños" como si el hecho de tener otros niños minimizara el alcance de la pérdida de un bebé que se ha gestado y sentido en el útero igual que los anteriores?

¿Por qué si la estadística dice que entre el 10% y el 20% de los embarazos no llegan a término yo ya voy por el 50%? ¿Quién se ha llevado el embarazo normal al que estadísticamente tengo derecho? ¿Quién me ha robado el mes de abril?

Si alguien tiene alguna respuesta, se agradecerán aclaraciones. En las noches de insomnio de las que "disfruto" últimamente, estos interrogantes no hacen más que darme vueltas a la cabeza una y otra vez.

miércoles, 30 de enero de 2013

La hermana pequeña

Imagen enlazada desde el blog
Niños del Agua
Decir que estos meses que estamos pasando nos han cambiado es quedarnos cortos. Como familia estamos inmersos en un torbellino de cambio y transformación que algunas veces nos desborda y supera, pero que en otros momentos nos colma de orgullo y de las pequeñas chispas de felicidad que nos permitimos en tiempos duros.

Un comentario de Mónica Álvarez en uno de mis post anteriores me llevó a visitar de nuevo el blog Niños del Agua. Ya lo había leído parcialmente durante mi anterior pérdida. En el aborto anterior había momentos en que sentía que no tenía derecho al duelo pues no había perdido feto o bebé sino solo un embarazo o saco amniótico vacío. Y esta vez sentía que no tenía "derecho" a mezclarme con los padres que experimentan una muerte gestacional o perinatal, pues Mi Pequeña Flor aún vive.

Estuve echando un ojo a todas las entradas y me llamó especialmente la atención una dedicada a Los Niños y las Pérdidas, porque, precisamente, uno de los temas que más me preocupaba era cómo todo este proceso podía afectar a mis hijos. Era uno de mis miedos más importantes.

Y me gustó lo que leí. Me ayudó mucho. En especial este párrafo:
Cuando se lo comentéis a los niños, no es necesario que os retengáis, llorad si lo necesitáis, habladle de vuestra pena, de vuestros sentimientos. Ellos también se van a sentir muy tristes y necesitan que comprender que no es nada malo, ni extraño, que todos lo estáis pasándolo mal porque esperabais con mucha ilusión a vuestro bebé y este, no ha podido vivir una vida fuera del útero.
Con Darío ya habíamos hablado de que el bebé estaba enfermo y no se podía curar. Cuando se lo dijimos, se lo tomó mal. Pero poco después de leer este blog, conversábamos él y yo. Me preguntaba por la reciente ecografía y si Pequeña Flor seguía estando enferma. Le respondí que sí. Él me preguntó por qué y yo le dije que no lo sabíamos, que solo sabíamos que no se podía curar. Y él se puso a llorar.

Yo le dije que llorara. Le dije que mirara mis lágrimas, que yo también estaba triste. Y lloramos juntos, abrazados, lamentando la fugacidad inevitable de la vida de nuestra deseada y amada Pequeña Flor.

Unos días antes Darío había hecho un dibujo de su hermanita. Un poco más tarde ese día, después de nuestra "catarsis", él buscó su dibujo e hizo corazones alrededor de su hermanita. Y luego también en los dibujos que había hecho de toda la familia.

Y ese fue el momento de orgullo, por mi pequeño, por su amor desbordante por su hermana, por su sabiduría que le dio a entender fácilmente la necesidad de apoyo y cariño que tenemos ahora mismo todos.

Ahora me mira la tripa de vez en cuando (mayormente cuando le digo que no me haga daño ;-) en el fondo, sigue siendo un niño inquieto de cinco años) y sonríe con expresión soñadora, me acaricia, me abraza y disfrutamos los tres juntos de ese momento.

Creo que nos queda mucho que pasar, pero me alegra saber que Darío ha empezado a elaborar su propio duelo y me alegra también saber que se siente seguro para expresar sus sentimientos abiertamente. Diana también tiene su proceso, también demuestra su tristeza, pero creo que ella está menos preparada para imaginar el ser abstracto que es Pequeña Flor. Aún así, espero que como padres seamos también capaces de validar su propio proceso de duelo y darle las herramientas necesarias para elaborarlo.

jueves, 9 de agosto de 2012

El embarazo tras una pérdida gestacional

Diana Sánchez
Autora: Diana Sánchez, Psicóloga perinatal y sexóloga. Coordinadora del Grupo de Psicología Perinatal del Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid.

Publicado originalmente en: Revista El Mundo de Tu Bebé, Nº 227

El embarazo después de una pérdida temprana producida por un aborto espontáneo es quizá uno de los momentos del ciclo vital de la mujer en el que más ansiedad, miedo, inseguridad y falta de control va a sentir. Paradójicamente, las mujeres que viven esta realidad están muy poco arropadas y acompañadas, tanto por sus familias como por el sistema sanitario y el entorno social. Es algo frecuente, pero no se habla de ello. Es un tema tabú.

Cuando nos quedamos embarazadas por primera vez, ponemos en ello todas nuestras energías. Lo vivimos con ilusión y algo de incertidumbre; saber que albergamos a un bebé en nuestro útero nos llena de una vitalidad y alegría desbordantes que prácticamente nunca antes habíamos experimentado.

Habitualmente, este primer embarazo se vive como la subida a una nube. Creemos que se nos nota a simple vista la sonrisa de felicidad por saber que una nueva vida se está gestando en nuestro interior. Conseguirlo quizá ha sido fácil y rápido, o por el contrario, un proceso largo y a veces duro (como los embarazos logrados gracias a técnicas de reproducción asistida), pero cuando nos lo confirman, es casi imposible no dejarse llevar por estas sensaciones de felicidad y plenitud. David Chamberlain lo llama “la maravilla del vínculo afectivo”: “Cuando tiene lugar la concepción, los padres dirigen sus pensamientos de forma natural hacia el futuro bebé.

Incluso cuando inicialmente están sorprendidos por el embarazo (caso bastante frecuente), normalmente se adaptan con rapidez a la nueva situación, abrazan al bebé emocionalmente, lo celebran y empiezan a organizar sus vidas en función de este gran acontecimiento. El término científico utilizado para este proceso es el de crear vínculos”.1

La confianza se nos escapa
Aunque no se suele pensar que vaya a ocurrir nada malo, es posible, sobre todo en personas que han tardado en conseguir este primer embarazo, que la gestación se viva con precaución y alerta a la vez. Pero cuando se ha tenido una pérdida por un aborto temprano, con el que normalmente no habíamos contado, un siguiente embarazo se convierte en algo totalmente diferente. Cambia la percepción de seguridad,  de control sobre nosotras mismas, y se caracteriza por un aumento de la ansiedad, que puede continuar tras el nacimiento, manifestándose en conductas de sobreprotección con el nuevo hijo.

Es muy probable que nada de lo que haya hecho haya influido en el fatal desenlace, pero, por lo general, la mujer vive y siente que ha fallado en algo. De repente cree que su cuerpo no funciona porque no ha conseguido llegar al final de un proceso natural, espontáneo y fácil.

Parece que todo el mundo puede tener hijos sin problemas, y se pregunta:“¿Y por qué yo no?”.

Un seguimiento amable
Tener un nuevo embarazo después de una pérdida supone un desgaste físico y emocional tremendo. Los sentimientos de miedo, ansiedad, ira y falta de control se irán alternando con los de felicidad, esperanza y alegría. Es posible que la mujer no se atreva a dejarse llevar por esa felicidad por el temor de que le vuelva a suceder lo mismo. Estas sensaciones pueden extenderse al resto de la familia.

Sin duda, la mujer es la protagonista involuntaria de esta situación altamente estresante. Sin quererlo, le vendrán a la cabeza pensamientos que relacionarán el actual embarazo con el anterior. Habrá fechas que vivirá con angustia. Por ejemplo, si en la primera ocasión supo de la pérdida en la ecografía de las 12 semanas, cuando se la vayan a hacer en el segundo embarazo, sentirá una angustia tremenda, revivirá lo que sucedió, incluso las actividades que realizó en aquel entonces (si trabajaba, si hacía deporte, si comió queso…). Absolutamente todo será motivo de preocupación. Por este motivo, “en un 50% de los casos el control prenatal lo efectúan profesionales distintos a los de la anterior gestación, no por insatisfacción, sino para evitar asociaciones con la experiencia anterior”.2

Hasta hace poco, las pérdidas de embarazos tempranos (término acuñado en http://superandounaborto.foroactivo.com) se trataban como algo espontáneo, natural y oculto. Muchas mujeres escuchan frases como: “Tú tranquila, es normal. Si tu cuerpo lo ha rechazado, por algo será”. O más terrible aún, el famoso “legrado, nuevo embarazo”. Esto, al menos, está cambiando.

El especialista debe actuar con tacto: “La susceptibilidad y el miedo están a flor de piel. Una mujer con un Ed2P (embarazo después de dos pérdidas), no puede pasar por la tortura de que el/la ecografista vaya poniendo caras, sin decir nada o comentando ‘A ver dónde está el latido que no lo encuentro...’. Es demasiado insoportable”.3 Durante unos minutos la madre siente que su bebé quizá es como un copo de nieve que puede desaparecer en cualquier momento. La mujer necesita saber, no tener tiempos muertos sin respuesta.

Las pruebas del embarazo se convierten en un calvario porque siente que se la examina continuamente. Son situaciones muy dolorosas. Las cosas están cambiando, pero queda mucho por hacer.

Notas
1 Chamberlain D La mente del bebé recién nacido. Editorial Ob Stare
2 Rozas MR, Francés L Maternidad tras una muerte perinatal. En www.federacion-matronas.org/revista/matronas-profesion
3 Álvarez M, Carrascosa L, Claramunt MA, Silvente C Las voces olvidadas. Pérdidas gestacionales tempranas.Editorial Ob Stare


Los frutos de tener tiempo para asimilarlo
  • Cuando un embarazo se trunca, el modo de abortarlo médicamente influye no solo en cómo la mujer siente su cuerpo y asimila la experiencia, sino también en cómo vivirá su siguiente embarazo.
  • Cuando en la ecografía se descubre que el bebé ya se ha ido (aborto diferido o no hay latido), una forma de abordarlo es explicar a la mujer que se puede esperar, que no hace falta hacer un legrado urgente, salvo si hay complicaciones graves: infección con fiebre, hemorragia y dolor intenso.
  • En la mayoría de los casos, no hay nada que impida dar a la mujer la oportunidad de elegir, de dejar a su cuerpo actuar y que empiecen las contracciones a un ritmo natural, permitiendo así la generación de endorfinas y oxitocina natural, sin hospitalización, aunque con supervisión médica. En estas circunstancias, la mujer va a realizar un duelo de ese bebé mucho más sanador.
  • De este modo, la madre podrá despedirse de su bebé, sentir que su cuerpo sí funciona, que hace lo que debe hacer. Este proceso de “empoderamiento” le proporcionará una gran confianza en sí misma que hará más fácil un futuro embarazo.
Cuando necesitamos ayuda
  • Cada mujer tiene unas circunstancia vitales diferentes, un acompañamiento familiar particular, y unas posibilidades y herramientas propias para superar el duelo por esa primera pérdida.
  • Una mujer puede llegar a un nuevo embarazo con un arsenal propio de supervivencia o puede carecer de él. Es vital que sea consciente de su situación y valore si necesita acompañamiento profesional.
  • Si es necesario, es recomendable que busque un psicólogo formado y con experiencia en psicología perinatal, o que encuentre ayuda a través de redes como http://psicoterapiaperinatal.blogspot.com

PERÍODOS SENSIBLES
Se ha hablado mucho de la depresión posparto, pero ahora se sabe que la depresión es más frecuente durante el último trimestre del embarazo por el aumento de ciertas sustancias (citoquinas proinflamatorias). Si a esto le sumamos la ansiedad y el estrés añadidoque se vive en el embarazo después de una pérdida, se recomienda permanecer alerta durante un tiempo, ya que la depresión es una enfermedad grave.

SÍNTOMAS TEMPORALES
Los estudios de Schiwebert y Kirk describen la aparición de cansancio físico severo y la presencia de otros síntomas como presión en el pecho, necesidad de respirar profundamente, palpitaciones, molestias gástricas, pérdida de apetito y trastornos del sueño (insomnio, pesadillas...), como respuestas normales en este proceso de duelo. Así se permite al organismo experimentar el dolor y la pérdida, pero esta sintomatología debe ser temporal y desaparecer con el tiempo. En caso contrario, sería recomendable consultar al psicólogo perinatal.

LA NOTA POSITIVA
Aunque sea un período duro, difícil, y a veces incomprendido, podemos intentar mitigar estos efectos y disfrutar del embarazo y de nuestro bebé:
  • Trata de vincularte con tu bebé durante el embarazo. Vincularse a una vida que percibimos tan frágil puede dar miedo, pero así él sabrá que estás ahí. Háblale, explícale cómo te sientes y por qué. Cántale, sal a pasear sola o acompañada. Busca compañía, protección, y profesionales que te entiendan y sepan valorar tu situación. Rodéate de amigos y familiares que te arropen y comprendan.
  • Quiérete, disfruta de ti misma, reconoce y acepta tu dolor como algo lógico y normal. Puedes darle un color, una forma, dibujarlo o hacer una escultura de arcilla. Todo esto te ayudará a ir comprendiendo cómo estás por dentro.
  • Cuando nazca tu bebé, empápate de él, de su olor, de su tacto, pasad mucho tiempo pegados piel con piel. Déjate llevar por una crianza sin relojes. Busca ayuda con la comida y con la casa. Y recuerda que la lactancia materna tiene un efecto protector frente a la ansiedad, ya que disminuye el cortisol y favorece la vinculación.

viernes, 8 de julio de 2011

Pechos llenos, brazos vacíos

El Congreso de Fedalma que se celebró los días 1 y 2 de junio en Castelldefels ha supuesto una ocasión excepcional para seguir aprendiendo sobre lactancia gracias a "primeras figuras" nacionales e internacionales en el apoyo a la lactancia materna, pero, sobre todo, me siento orgullosa de haber conocido y puesto cara y abrazos a tantas mujeres a las que solo había conocido de manera virtual.

Gracias a las excelentes instalaciones, tuve oportunidad de "tuitear" durante todo el congreso. Si os interesa, podéis repasar los tuits en este enlace (http://twitter.com/#!/search?q=%23fedalma), pero me queda por contar una parte muy interesante que fueron las comunicaciones libres del segundo día. Obviamente, no podía estar en el estrado y tuiteando (como quien está en misa y repicando), pero eso no me impidió prestar atención a las interesantes experiencias que se narraron en las comunicaciones libres.

Cristian Quilez comentó su experiencia como estudiante de psicología que realiza prácticas en un grupo de lactancia, resumiendo sus percepciones y aportaciones a la dinámica del grupo.

Patricia López Izquierdo, una de mis fuentes de inspiración en el tema de la lactancia de la mano de la gran ayuda que ofrece a través del foro de Crianza Natural, presentó una interesante comunicación sobre dos casos de hipogalactia.

Hoy me centraré especialmente en la comunicación que da título a mi post: "Pechos llenos, brazos vacíos: manejo de la lactogénesis II en la pérdida perinatal", de Susana Cenalmor y M.Àngels Claramunt. Una presentación valiente y emotiva que da voz a un hecho poco reconocido y discutido en la sociedad, las perdidas perinatales y como apoyar a una madre que se encuentra con los pechos llenos de leche y sin bebé al que poder ofrecer el fruto de sus senos.

Y es que si las pérdidas perinatales son un tema tabú en nuestra sociedad, más oculto todavía queda el hecho de que esas madres no solo lloran con los ojos, con el alma, a sus hijos, sino también con sus pechos.
"La pérdida perinatal sigue siendo en el siglo XXI, un tema tabú. Cuando una mujer pierde a su hijo la sociedad la silencia. No se habla de bebés, se guarda el ajuar preparado y se venda el pecho, un pecho lleno, de amor que desgarra, de dolor… y de leche". 
Para mí, como madre y asesora de lactancia, esta comunicación me abrió los ojos, me quitó una venda que ni tan siquiera sabía que tenía, porque nunca me había parado a reflexionar sobre este tema, no se me había ocurrido añadir esta capa adicional al duelo, al dolor, que tienen que elaborar las madres que pierden a sus esperados bebés.

Y ni siquiera había pensado en ello supongo que por esa necesidad de callar, de silenciar, de negar lo que ha sucedido, de negar el dolor y el duelo a esas madres.

Por otro lado, otra de las cosas que me chocó especialmente de la ponencia de Susana y M. Àngels fue cómo se gestiona la lactogénesis II (cuando comienza la producción de leche y calostro después del parto) en estos casos. Ellas narraron una historia terrible de negación, de madres a las que no se informa, a las que no se les ofrece la posibilidad de elegir, a las que se les imponen unas pastillas para cortar la leche que no siempre funcionan y que se encuentran con los pechos llenos y los brazos vacíos incluso desafiando a los textos de ginecología, con casos de lactogénesis II en pérdidas antes de las 20 semanas de gestación.
"La subida de leche tras una muerte perinatal es un hecho posible a partir del segundo trimestre de embarazo. Dado el número de pérdidas que suceden (en el año 2009, el INE registró una tasa de 4,55 casos por cada mil nacidos vivos de pérdidas perinatales sumando un total de 2621 casos y 49889 casos de embarazo con resultado abortivo registrados, podemos afirmar, por tanto, que esta vivencia afecta a un número importante de mujeres".
Otro párrafo destacable, por el hecho de que más de 50.000 casos al año parece una cuestión de salud pública nada desdeñable, que no se debería obviar. ¿No saldría en los periódicos en grandes titulares si se administrara a 50.000 pacientes un medicamento sin su consentimiento? ¿No saldría en todas las televisiones si a 50.000 españoles se les dijera que tienen que ir a trabajar y que su depresión es un estado que se puede obviar? Otra venda más que cae cuando ya creíamos que nos habíamos quitado "casi" todas.

Susana y M. Ángels decidieron hacer una encuesta entre madres que habían sufrido una pérdida, para averiguar cómo se gestionaba la lactogénesis II en estos casos y cuáles eran los sentimientos de las madres en cuanto a cómo habían sido tratadas y la información que se les había ofrecido. Os dejo con sus datos:

Hemos observado que no existe ningún tipo de protocolo ni estudio que valore el impacto que puede suponer este manejo para futuras lactancias o lactancias establecidas de otros hijos. Con tales en cuestas, hemos registrado cuatro casos de subida de leche en pérdidas de menor de 20 semanas de gestación: una en la semana 13, dos en la semana 14 y una en la semana 18. 
Pretendemos abrir una línea de trabajo basada en la revisión de protocolos actuales y /o creación de nuevas guías de actuación con el objetivo de que se tenga en cuenta las necesidades y el correcto acompañamiento de las mujeres con los pechos llenos y los brazos vacíos.

Por lo general la lactogénesis II se inhibe en estos casos de manera farmacológica sin informar previamente a las madres en la mayoría de las ocasiones. En los casos que hemos estudiado sólo en uno se le preguntó por la posible existencia de otros hijos mayores lactando, con la posible pérdida de lactancia de ese hijo mayor. En sólo tres casos las madres fueron informadas de la medicación que se les ofrecía y en dos se pidíó su consentimiento. Tras estudiar las encuestas realizadas se relata como a la gran mayoría no se les informó, o bien les impusieron el fármaco por prescripción médica o bien no se trató ese punto: no se les dio medicación ni se les informó de lo que podía ocurrir en caso de subida de leche. Encontrándose las mujeres en sus casas, solas, con una ingurgitación mamaria, padeciendo dolor físico y sin ningún tipo de apoyo.

Proponemos que la mujer tome esta decisión de manera consciente, que se le haga partícipe de su tratamiento. Proponemos que se informe de otras posibilidades como la inhibición fisiológica de la lactancia o bien la donación en bancos de leche. Siempre en función de lo que la madre desee.

Y que, en la medida de lo posible, no pase sola por esta situación, porque si en una situación normal el apoyo, la red social, los grupos de apoyo son muy importantes, es fundamental en casi de pérdida no pasarlo sola y en silencio, sin que nadie repare en esta dolorosa vivencia. Nos hemos encontrado casos en los que se relata la sensación de puerperio robado y el hecho de “cortar la leche” de manera brusca ha supuesto un duelo añadido. Hemos acompañado a madres a las que se les ha ordenado el vendado de pechos y no se les ha hablado de la posibilidad de control del dolor por medio de analgesia. Con todo ello, nuestra propuesta en este campo es: 
  • Que hay necesidad de normalizar un tema tabú en la sociedad, ofreciendo información clara y concisa. Formación básica a profesionales y asesoras en duelos perinatales. 
  • Invitamos a una reflexión sobre las prácticas protocolarias habituales o falta de protocolo en estos casos 
  • Proponemos abrir posibilidades de actuación relacionadas con la facultad de dotar a las madres para que puedan escoger el tipo de manejo frente al inicio de la lactogénesis II: inhibición farmacológica o fisiológica de la lactancia, así como diferentes posibilidades de uso de la leche extraída (donación, uso para otros hijos…). 
  • Alertamos de la necesidad de dar información (consentimiento informado), dejar elegir y dar apoyo emocional a la mujer durante este proceso.
 Más allá de este análisis y conclusiones generales, Susana y M. Àngels dieron voz a madres que han pasado por experiencias que se podrían calificar de "surrealistas" si no tuviéramos la certeza de que son reales:
Especialmente relevante es el caso de una mamá que explica que estaba amamantando a su hija de 5 años y que preguntó si algún medicamento podía afectar a la pequeña y le aseguraron que no. Más tarde, en el informe, leyó que le habían administrado cabergolina "por deseo expreso del paciente". En un caso, donde en el hospital se "olvidaron" de hablarle de la subida de la leche, fue la madre quien puso en alerta a la hija, la informó y buscaron un ginecólogo de guardia, después del alta. Éste les recetó pastillas para cortar la leche cuando ya había empezado la subida.
Finalmente, y en cuanto a los resultados de la encuesta, destacaría también la parte en la que las autoras resumen cómo esta experiencia ha cambiado la percepción de la lactancia para las madres entrevistadas:
  • Algunas comentan que les hubiera gustado que las informaran, que les hubieran explicado más opciones, que tenían sentimientos ambiguos, querían cortar la leche y no querían.
  • Una mamá explica que se tomó la pastilla, le subió igual, le recomendaron otra dosis, y no quiso tomársela. Le hería “cortar” la leche, pero le dolía el alma que hubiera la leche ahí sin su bebé.
  • Algunas comentan que ahora tienen la duda de si tienen leche o no, ya que no tuvieron / notaron la subida.
  • Otras explican que les sorprendió que, estando de pocas semanas, su cuerpo estuviera tan preparado para amamantar, ni habían pensado en esa posibilidad, ni ellas ni quienes les atendieron, una pérdida en la semana13, dos en la 14,en la 15, en la 22 y otra en la 24.
  • A una le pareció muy triste tomar las pastillas para cortar.
  • Una madre tenía la percepción de que su cuerpo “fallaba” puesto que nunca había llegado a ver esa leche, ya que la inhibición fue dada en el momento correcto pero sin información: en el momento de realizar la encuesta nos relataba como tenía dudas sobre su capacidad de amamantar a un futuro bebé.
  • Algunas comentan que ahora dan un valor especial a la lactancia, que la valoran más. Porque les ha ayudado a sanar la herida y a vincularse con el nuevo bebé, porque les ha ayudado a crear una unión especial con el nuevo hijo. (*)
(*) Esto es especialmente relevante si tenemos en cuenta que una de las características del duelo perinatal es la dificultad de vincularse con el nuevo bebé, por lealtad al que se fue; por sentir que el nuevo vínculo traiciona al hermano muerto. Con los comentarios del último punto, podemos observar un camino sano de unión y vínculo con el nuevo bebé, a través de la LM, que vemos como un valor añadido fundamental, especialmente importante en estos casos.

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