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viernes, 4 de diciembre de 2015

Carta a Papá Noel para un puerperio perfecto

Ahora que nos inunda el espíritu navideño, os dejo una recopilación de regalos que pueden venir bien, desde mi humilde perspectiva, a cualquier madre reciente. Es una carta a Papá Noel, pero bien podría ser una lista de regalos para madres recientes. Cuando la leas no olvides contarme qué te parece y decirme qué añadirías a esta lista o cuál es tu favorito.

Querido Papá Noel:

Se acerca la Navidad y este año he decidido no pedirte nada para mí, sino regalitos para todas esas madres preopadas y sobrepasadas que veo a menudo en los grupos de lactancia o en mi trabajo. Son regalos especialmente pensados para hacerles la vida más fácil. Algunos son muy fáciles de conseguir y otros te los vas a tener que currar un poco más, pero estoy segura de que todos y cada uno de ellos harán muy, muy felices a sus destinatarias:

  • Unas orejeras para no escuchar todos los consejos sobre crianza no solicitados.na 
  • Una batamanta extracalentita para hacer mucho piel con piel en la vuelta a casa con el bebé (transformable en un buen ventilador en pleno verano).
  • Un bono de 10 horas de terapia psicológica para asumir que hacer elecciones diferentes a las de nuestros padres en materia de crianza no implica que ellos nos quisieran menos que nosotros a nuestros hijos. También válidas para asumir que hacer todo igual que lo hicieron nuestros padres no es la mejor manera de evitar conflictos familiares.
  • Un vale de acompañamiento para encontrar un grupo de lactancia o de crianza en el que poder charlar a gusto sobre la consistencia de las regurgitaciones de tu bebé (¿yogur? ¿leche cortada? ¿requesón? ¿agua con miguitas blancas?). Intercambiable también por conversaciones sobre la consistencia y frecuencia de las deposiciones.
  • Un vale por tres horas de peluquería sin hablar de hijos o bebés (con una bula para que el regalador no se moleste si tardas dos años en canjearlo). Por favor, sin fecha de caducidad.
  • Un cuestionador impertinente: una máquina por inventar que ponga en duda cualquier consejo inútil ofrecido por abuelas, vecinas, pediatras o enfermeras. Actualizable también a matronas y madres de los compañeros de cole de tu hijo mayor. 
  • Una gema para mirar el interior. Como la de Steven en Steven's Universe. Que sirva para mirarnos por dentro y asumir nuestras decisiones maternales sin necesidad de justificarnos y sabiendo que son auténticamente nuestras.
  • Un alargador de tiempo. Para perderte en esos instantes perfectos en los que tu bebé duerme plácidamente en tus brazos y tú le miras embelesada. Para poder disfrutar de ellos todo lo que necesites.
  • Un recordador urgente de momentos alargados. Para recordarte en esos momentos de crisis familiar la razón por la que amas profundamente a tu familia.
  • Un perfefotografiador: una cámara que refleje esos momentos inolvidables tal y como los ves en tu mente y no cómo la infernal cámara de tu móvil se empeña en retratarlos. En tu recuerdo no tienes esas ojeras y esos pelos ni de coña. 
  • Un desculpabilizador: evidente como su propio nombre indica. Para hacerte inmune a todos los intentos de hacerte sentir culpable ante cualquier eventualidad sobre tu hijo: ya sean sus resultados escolares o su manera de comer. 
  • Un resbalador, para que no te afecte ningún comentario que se cuele por tus orejeras o para cuando decidas quitártelas porque no son nada estéticas. Como complemento se vende junto a un autorespondedor, no es para tu correo sino para dar respuestas ingeniosas y agudas a esos mismos comentarios (las típicas que se te suelen ocurrir tres horas más tarde cuando sigues rumiando el hecho en cuestión).
  • Un curso de masterchef para tu pareja. Pasarse el primer mes de lactancia a base de bocatas de mortadela es posible pero poco recomendable. Con este curso tu marido te deleitará con pechugas villaroy y lasañas de verduras. Bocados gourmet. Canjeable por un suministro ininterrumpido de tupers de croquetas o por un vale de sushi de tu restaurante favorito.
  • Una nevera autorrellenable (vale como regalo comunitario) con deliciosas viandas a cualquier hora del día y de la noche. ¿Quién dijo que los antojos de pepinillos rellenos a horas intempestivas solo son propios del embarazo).
  • Una cafetera automática, que tenga siempre caliente y a tu gusto el café que necesitas, que sabe a recién molido y que se descafeína al gusto justo cuando decides echarte una siesta. Por supuesto, la versión deluxe con limpieza pirolítica.
  • Una buena tribu de bolsillo a la que recurrir en momentos de crisis. Como las Polly Pocket de nuestra infancia pero en versión amigas y madres de tu rollo siempre dispuestas a aconsejarte y acompañarte.
Bonus track
Por petición popular, añadimos a esta lista de regalos el Autorechazador de visitas inesperadas, con una fantástica lista de características que lo convertirán en un regalo imprescindible para estas navidades:
  • Sensor de tuppers de croquetas. Si tu visita inesperada viene cargada con un tupper de croquetas, el autorechador puenteará su programa y dejará pasar a la visita. Las visitas inesperadas con croquetas, siempre son bienvenidas.
  • Guante de boxeo con muelle para transgresores recalcitrantes. A la tercera visita de esa persona que nunca llama para avisar, se activa el guante de boxeo para una advertencia mucho más clara al visitante indeseado. Seguro que después de esa, llama antes de venir.
  • Detector de vendedores puerta a puerta: les dará tanta cháchara intrascendente sin dejarles pasar, que pronto se darán cuenta de que es inútil volver a llamar a tu puerta. Olvídate de tener que levantarte de tu siesta con tu bebé para atender a comerciales de seguros o de compañías eléctricas.

sábado, 28 de noviembre de 2015

Familia accidental


Fue un día de lo más extraño. Yo todavía andaba en una nube a pesar de que habían pasado ya más de dos meses desde todo aquello. Era como si el suelo que pisara fuera de gelatina y no podía deshacerme de la sensación de que alguien había envuelto mi cerebro en vendas y algodones, ya que todos los sonidos me llegaban amortiguados. Seguía sin poder mantener la atención en las reuniones del trabajo y aquella sensación no ayudaba. Mis informes llegaban un poco más tarde de lo normal, pero llegaban, así que a pesar de las caras de pena y modales afectados que todo el mundo ponía cada vez que se topaba conmigo, nadie insistía demasiado en que me cogiera de nuevo la baja.

No recuerdo nada especial de ese día. Era otoño. Habían cambiado la hora y cuando volvía a casa estaba ya todo oscuro. No me importaba demasiado. De hecho, me molestaban en extremo los días soleados y la gente saliendo a la calle. Sus vidas normales y tranquilas me recordaban todo aquello que había perdido. Donde podría estar y donde estaba en realidad.

Me subí al coche como cualquier día. Dejé el bolso en el asiento del copiloto, encendí las luces y emprendí el camino a casa. Los mismos semáforos de siempre, las mismas calles de siempre…

Sumida en mis pensamientos, apenas era consciente del camino que estaba recorriendo. El “piloto automático” era mi ángel de la guarda y, a pesar de que últimamente siempre conducía así, nunca me había pasado nada más grave que saltarme una salida de la autopista. Daba vueltas a cómo había sido todo y ya casi había dejado de pensar qué podía haber cambiado para que mi bebé siguiera conmigo. La rabia y la impotencia habían dejado paso a la tristeza y el pesar. Todo el mundo me decía que imaginarme en mis brazos a mi pequeño Luís no iba a ayudarme a superar el trauma. Que vivir en las ensoñaciones solo me hacía daño y alargaba el proceso. Pero yo me agarraba a lo único que me quedaba de aquel hijo que murió a pesar de que yo lo sentí muy vivo en mis entrañas cada uno de los días que duró aquel sueño de primavera.

Y entonces oí un ruido. Como un roce. Que venía de la parte de atrás del coche. Me sobresalté y mi primera reacción aterrada fue dar un volantazo. Por suerte la carretera iba casi vacía y ahí quedó la cosa. Aflojé el ritmo y casi me reí de mí misma. Seguro que lo había imaginado. Sin embargo, un par de minutos después, ahí estaba de nuevo el ruido, como de tela rozando contra tela. Esta vez estaba segura de haberlo oído. El instinto de lucha o huida se impuso a mi amodorramiento generalizado y ahí estaba yo con todos los sentidos mucho más despiertos de lo que habían estado en las últimas semana. Y, de nuevo, el ruido. Esta vez un poco más leve, un roce.

Miré hacia atrás y vi la silla del bebé. Una silla a contramarcha. Flamante, nueva, preciosa. Había dedicado horas y horas de investigación y comparativas para decidir qué sistema de retención infantil era más adecuado para Luís. Y el destino había decidido ignorar todos mis esfuerzos por darle lo mejor y había decidido matarlo cuando apenas quedaban dos semanas para que naciera. Daniel había tomado las riendas tras la vuelta a casa del hospital y había desmantelado la habitación de Luís lo más discretamente posible, mientras yo dormía entre calmantes y antidepresivos. Pero no le dejé tocar mi coche, no le dejé desmontar esa silla y la paseaba día tras días como señal de duelo, como cicatriz visible de todos los arañazos, desgarros y heridas que sentía en mi interior.

A pesar del subidón de adrenalina, todo se vino de nuevo abajo con la visión de la silla. Apreté las manos sobre el volante, pisé un poco más el acelerador y sentí que los ojos se me nublaban de lágrimas y empezaban los espasmos involuntarios y el dolor de pecho por los intentos de aguantar ese llanto que era imposible de retener.

Apenas veía la carretera, solo algunas luces, cuando de nuevo escuché ese sonido. Déjalo estar. Finalmente te has vuelto loca, dijo una vocecilla malvada en mi interior. Al mismo tiempo, pensé que quizás algún animalillo había conseguido colarse en el coche y era eso lo que estaba oyendo. Vi un cartel de una salida y me dirigí hacia ella entre pitido y ruidos de frenadas. No me importaba poner intermitentes, ni evitar que otro coche me embistiera. Necesitaba salir del coche, respirar aire fresco y reunir serenidad suficiente para poder emprender de nuevo el camino a casa.

Paré y apagué el motor. Y ahí estaba el sonido de nuevo. Salí del coche y respiré profundamente, notando que poco a poco se liberaba toda la presión que se había ido concentrando en mi pecho y espalda. Moví la cabeza y giré los hombros mientras pensaba que aquella bestiecilla que había generado esta crisis bien podía aprovechar la ocasión para salir por mi puerta y dejarme tranquila de una vez. Pero no vi nada escabullirse.

- Habrá que animarla -me dije a mi misma mientras daba la vuelta hacia la parte de atrás del coche, dispuesta a abrir la puerta trasera y ponérselo fácil al gato, lagartija o lo que fuera que había decidido acampar en mi coche.

Y cuando abrí la puerta lo vi ahí. En la silla de Luís y perfectamente atado. Tapado con una mantita. Un bebé de apenas unos días que movía sus manitas débilmente, con sus ojos cerrados. Si hubiera estado acompañada, me podría haber permitido el lujo de desmayarme, pero no podía. ¿Cuánto tiempo llevaba ahí ese bebé? ¿Estaba en realidad o era una mala pasada de mi imaginación? ¿Había terminado volviéndome loca de dolor como tantas personas llevaban temiendo en las últimas semanas?

Temblorosa, acerqué una mano al pequeño y lo toqué. Sí, estaba ahí y sí, era de carne y hueso. No se esfumó al tacto ni atravesé su cuerpo con mi mano. Su presencia diminuta era como un grito desgarrador en mi cabeza, pues no dejaba de pensar en el cuerpo sin vida y lívido de Luís que se había deslizado de mis entrañas como un pececito resbaladizo. Pero este cuerpo palpitaba y se estremecía. El pequeño temblaba y me apresuré a cerrar la puerta. Con el sonido de la puerta el bebé se volvió a estremecer, pero siguió dormido. Podía verlo a través del cristal. Seguí ahí, no me había vuelto loca… pero ¿Cómo narices había ido a parar un bebé a mi coche? ¿Había hecho caso ese dios en el que nunca había creído a mis plegarias y había devuelto la vida a Luís? Mientras calibraba la gran improbabilidad de aquella explicación, las pocas neuronas que tenía alertas me empujaron a sacar el móvil, mandarle a Daniel mi ubicación por whasapp y pedirle que viniera a buscarme con su coche y que no pidiera explicaciones.

Abrí la otra puerta trasera y me senté en la plaza al lado de la silla. Veía como el pecho del pequeño subía y bajaba rítmicamente y me sumí en la hipnótica contemplación de ese movimiento como si de un bálsamo para mi alma dolorida se tratara. No sé cuánto tiempo pasó hasta que me decidí a abrir la mantita para contemplar al bebé al completo. Mientras lo hacía, una pequeña tarjeta se deslizó hacia abajo.

La cogí y vi que simplemente ponía: “Me llamo Manuela y sé que serás una buena madre para mí”.

Cogí su diminuta mano mientras mi mente repetía “Manuela, Manuela, Manuela” como un mantra y  sus pequeños deditos se aferraron a mi dedo índice con un apretón firme que selló el pacto que se había estado forjando desde que posé mis ojos sobre ella. Con una decidida determinación desabroché rápidamente el cinturón de la sillita y cogí suavemente a Manuela para ponerla sobre mi pecho y arroparla con mi calor y mi abrigo.

“Todo está bien. Voy a ser tu madre”, le dije, señor juez, y desde entonces no me he vuelto a separar de ella. Con esas palabras le prometí que siempre estaría a su lado, que velaría su sueño y le daría alas para aprender a volar y siempre he tratado de mantenerme firme en mi promesa.

-¿No es Manuela un sustituto de ese bebé que perdió? -preguntó el juez.
- No lo es ni nunca lo podrá ser -respondió Rosa. -Luís iluminó nuestras vidas durante ocho meses y me enseñó a ser madre. Pero se marchó y nadie podrá sustituir el hueco que dejó ni tapar su recuerdo. No hay día que no piense en él, a veces con alegría, a veces con tristeza. No dejo de pensar en lo buen hermano mayor que hubiera sido para Manuela. Pero mi hija no sustituye a nadie sino que, desde el principio, ha reclamado su lugar en nuestra familia con voz propia. Desde esa nota misteriosa a cada sonrisa y gorjeo infantil. Manuela es Manuela y siempre será Manuela. Luís siempre será Luís, aunque ya solo viva en nuestros corazones.

- Está bien. Muchas gracias por su testimonio. Puede marcharse -dijo el juez mientras se revolvía en su asiento. El testimonio de Rosa había sido intenso. Acostumbrado a disputas por custodias y peleas por herencias, sabía que este caso no le iba a dejar indiferente.

- ¿Quién viene ahora? -le preguntó a Amelia, la asistente social que había organizado esa “vista” tan peculiar que tenía acaparada su agenda durante todo el día.

- Ahora hablará Daniel. Es el marido de Rosa y ha ejercido durante todo este tiempo como padre de Manuela -respondió ella.

- Esta bien -dijo el juez mientras se reajustaba las gafas y se preparaba para tomar notas de nuevo.

Daniel accedió al pequeño despacho del juez de familia elegido para la vista preliminar sobre el caso de custodia de Manuela. Saludó a Amelia con una inclinación de cabeza y se sentó en la única silla libre, frente al juez. Notó la calidez del cuerpo de su mujer, que acababa de abandonar aquel mismo asiento. Se habían cruzado brevemente en la puerta del despacho y Rosa le había obsequiado con una mirada esperanzada, mientras le cogía ambas manos y las apretaba firmemente para darle ánimos.

- El relato de su mujer parece casi una historia de fantasía -argumentó el juez. -Uno no puede sino imaginarse a una mujer llena de dolor tras la pérdida de su bebé inventando un cuento de hadas como este para salirse con la suya…- siguió.

- Tienes usted razón señor juez. El primer sorprendido fui yo. Cuando llegué aquella noche a esa carretera casi desierta y me encontré el coche de mi mujer con las luces encendidas, el motor en marcha y los intermitentes parpadeando, me imaginé lo peor. Mi corazón dio un vuelco, pues cada día era una tortura hasta que por fin oía sus llaves girar en la puerta de casa... y cuando se retrasaba tan solo unos minutos no dejaba de imaginarla volcada en una cuneta tras haberse salido de la carretera. Pero día tras día conseguía llegar a casa entera. Hasta ese día. Llegué y cuando no la vi en el asiento del conductor di por hecho que había pasado algo grave y miré a mi alrededor imaginando que se habría arrastrado fuera del coche. Empecé a gritar su nombre y enseguida se abrió la puerta de atrás y oí que me chistaba y me pedía que guardara silencio. Me acerqué y la vi allí, en el asiento trasero, sujetando un pequeño bulto contra su pecho. Pensé que se había herido y trataba de parar la hemorragia. Me abalancé sobre ella y de repente se giró, rechazándome. “Daniel”, me dijo. “Ten cuidado. La vas a hacer daño”. ¿Hacer daño? ¿A quién? Entonces, llegué a la conclusión de que habría estado a punto de atropellar a un pequeño animalito y que lo estaría protegiendo.

“Mira”, me dijo con una tímida sonrisa. Y me enseñó el pequeño bulto que sostenía amorosamente entre sus brazos ¡¡¡Era un bebé!!! Le juro, señor juez, que casi me desmayé en ese momento. Rosa estaba como en trance, con las mejillas sonrosadas y una sonrisa bobalicona en su cara. Primero toqué aquella cosa, pensando que sería un muñeco. Pero enseguida me di cuenta de que era un bebé de verdad que respiraba, gemía y se chupaba los puñitos con bastante fruición.

Entonces empecé a preocuparme. Miré a mi alrededor. Esperaba encontrar a una familia que buscaba desesperadamente a su bebé, pero, obviamente, allí no había nadie. Estaba seguro de que Rosa había robado a esa criatura, pero al mismo tiempo de lo contrario. Si hubiera querido cometer una locura, habría tenido muchas oportunidades antes ¿Por qué ahora? Y además estaba convencido de que mi mujer nunca traspasaría el limite de secuestrar al bebé de otras personas, sobre todo después de haber vivido en sus carnes la desgarradora experiencia de perder a su propio hijo.

Ella seguía arrullando al bebé y meciéndolo contra ella. Se perdía en ese pequeño y cuando me miró y vio mi cara de preocupación simplemente me pasó la nota.

“Me llamo Manuela y sé que serás una buena madre para mí” leí. Ella dejó que el mensaje calara en mi mente y luego añadió. -Sé que ahora mismo no estás pensando demasiado bien de mí, pero la realidad es que alguien dejó a esta pequeña en la sillita del coche y que me he dado cuenta a mitad de camino a casa-.

- ¿Y qué hacemos? -le pregunté.

- De momento, llévanos a casa y luego ya iremos viendo -me respondió con parsimonia, mientras cogía a la pequeña y la colocaba de nuevo en la sillita del coche. Manuela protestó y Rosa introdujo su dedo en la boquita de la pequeña, que enseguida lo empezó a succionar y se calmó.

Conduje el coche de mi mujer hasta casa. Aparqué en el garaje y le abrí la puerta. Rosa había cogido a la pequeña, a Manuela, y enfiló hacia el ascensor sin mediar palabra. Allí me esperaron y subimos juntos a casa. Entramos en el piso y mi mujer enseguida buscó un papel y empezó a hacer una lista. Yo estaba a punto del colapso. No sabía qué decirle ni qué hacer. Si llamar a la policía o a algún vecino para que me ayudara a arrojar un poco de luz sobre esa situación tan inesperada o arrodillarme junto a ella para llorar por Luís y suplicarle que no siguiera adelante con esa farsa. No tuve que hacer nada de eso. Rosa me puso una lista en las manos y me dijo “Lo primero a la farmacia. Leche de inicio y unos cuantos biberones y tetinas. También algún sistema para esterilizarlos.  En el chino de la esquina, compras un par de botellas grandes de agua mineral. Vuelves a casa y me lo traes. Luego te vas al súper a comprar pañales, un paquete de la talla 2 hasta que sepamos si le va bien o no, y toallitas. Vuelves y me lo traes. Como ya es tarde, luego te vas al C&A o al Primark del centro comercial y me compras lo que pone en esta lista: bodis y pijamas, de momento, luego ya iremos viendo. Si tienes cualquier duda, me mandas un whasapp” y me despachó hacia la puerta, recordándome que cogiera las llaves y la cartera.

Cuando volví del último recado, Manuela ronroneaba satisfecha en brazos de Rosa. Había comido, tenía el pañal limpio y mi mujer se las había ingeniado para encontrar alguno de los arrullos que habíamos preparado para Luís y que se me debía de haber escapado en la limpieza tras volver del hospital. Dejé las bolsas con la ropa en el sofá y miré a mi mujer. Estaba como ausente, en su mundo, pero la mirada ya no estaba perdida ni sus ojos brillantes por las lágrimas retenidas. Sus ojos tenían un objetivo claro y se perdían en cada centímetro de aquella pequeña que había irrumpido en nuestras vidas. Yo seguía muerto de preocupación pero me dije que nada malo podía haber en acoger a Manuela unos días mientras hacíamos averiguaciones para encontrar a su familia.

He de confesar, señor juez, que esa expectación calmada que se instaló en mi casa me resultaba cómoda y querida. Cada día pensaba que era necesario buscar a la madre de Manuela, pero también recordaba esa nota y me decía que la madre biológica de Manuela había elegido a Rosa como madre para su hija. Y no podía sino alabar su decisión. Rosa se había transformado y había florecido. Su duelo por la pérdida de Luís se me antojaba como un capullo del que había salido renacida. La veía como una madre Fénix y me asombraba la claridad y serenidad con la que tomaba todo tipo de decisiones a las que yo no me atrevía a hacer frente. Me pidió que arreglara los papeles para su excedencia laboral y lo hice. Investigué para ella sobre adopciones y acogidas. Buceé en la red intentando buscar antecedentes de padres adoptivos que hubieran “encontrado” a sus hijos y mucho más.

Volvía a casa cada día del trabajo con una sonrisa en lugar de con pesar. Anticipaba el momento del baño de Manuela, me derretía con cada una de sus sonrisas y daba la bienvenida a la vuelta de la armonía a nuestro hogar. Éramos una familia. Aquello que el destino nos había robado, parecía que nos lo había devuelto. Pero no dejaba de ver la sombra que se ocultaba detrás de todo eso. En algún momento habría que salir de nuestra burbuja, relacionarnos con los vecinos o los familiares y explicar de dónde había salido esa bebé.

Rosa lo tenía claro. Para alguno sería nuestro bebé y no tendríamos que dar explicaciones, sino dejar que asumieran como ciertas sus propias suposiciones. Para otros, simplemente diríamos que habíamos acogido a una pequeña huérfana, lo cual no era más que una interpretación de nuestra realidad.

Y fue pasando el tiempo. Cuando Manuela cumplió un año ya no había un lugar en nuestra casa y en nuestra familia que no estuviera lleno de ella. Cada día me costaba más tomar la decisión de arriesgarme a perder de nuevo a una hija. Temía que Rosa no pudiera soportarlo. Pero me armé de valor y consulté con un amigo abogado. Preocupado, nos recomendó que viéramos a Amelia y aquí estamos, poniéndonos en sus manos para que considere si somos adecuados para seguir cuidando de nuestra hija.

Le ruego, señor juez, que entienda que el error fue mío. Que si alguien debe pagar o ir a la cárcel, lo haré gustoso porque no conseguí reunir antes el valor suficiente para intentar legalizar esta situación. Tenía miedo de perder a Manuela y a mi esposa. Durante todos estos meses, Manuela no ha estado solo bien alimentada y cuidada, sino que creo que hemos conseguido ser una familia para ella y proporcionarle estabilidad emocional y un entorno apropiado para crecer en libertad, querida, protegida y amada. No tiene más que verla. Tan mal no lo hemos hecho. Sería cruel internarla en una institución. No nos separe…

-Esta bien, Daniel -le interrumpió el juez-. Me queda claro su testimonio, pero le ruego que paré ahí. Entiendo perfectamente todo lo que siente y su nivel de entrega y devoción ha quedado suficientemente claro, tanto por su testimonio como por las pruebas periciales aportadas por Amelia y el Instituto de Asuntos Sociales. Por favor, retírese para que pueda seguir considerando el caso.

Daniel se levantó y se marchó sin mediar más palabra. Sentía que su cuerpo era piel, huesos y gelatina. Le zumbaban los oídos mientras rumiaba sobre lo injusto de que un señor que no los conocía ni a ellos ni a Manuela tuviera la capacidad de decidir sobre su destino de manera arbitraria.

-¿Eso es todo, Amelia? -preguntó el juez.

- No. No es todo. Tenemos un testimonio adicional. Nos ha resultado muy complejo de obtener, y todavía estamos procesando las pruebas que confirmen su versión, pero parece que los investigadores de la fuerza policial conjunta del IAS han conseguido localizar a la madre. Todo indica que era una empleada temporal de la empresa de limpieza de la asesoría fiscal en la que trabajaba Rosa. Una chica joven que ha vuelto de nuevo a Bolivia, pero los agentes han conseguido su testimonio en vídeo. Si me lo permite, lo podemos reproducir en su ordenador.

Amelia sacó un pincho USB y lo conectó al ordenador del magistrado. Mientras preparaba la proyección el juez se asombraba del inesperado giro que daba la vista con aquel testimonio.

- ¿Qué pruebas son necesarias para corroborar este testimonio? -preguntó.

- Tenemos una muestra de ADN de la chica y la estamos contrastando con las muestras de Manuela para confirmar el parentesco. ¿Lo pongo?

El juez respondió con un asentimiento y comenzó el vídeo. En él se veía a una joven de unos veinte años, con tez morena, ojos negros y una larga coleta de pelo negro.

“¿Empiezo ya? Vale. Mi nombre es Jimena Aristizabal y soy la madre de Manuela. Yo le puse el nombre y me alegro de que sus papás hayan decidido mantener el nombre que honra la memoria de mi difunta abuela.

- ¿Cómo conociste a la señora Díaz? -preguntó una voz masculina fuera de cámara.

- ¿A Rosa? La veía algunas veces en la oficina que limpiaba. Trabajaba hasta tarde y cuando yo llegaba con mi carrito de limpieza era una de las pocas personas que quedaba por allí. Recuerdo que siempre me sonreía y me saludaba al verme llegar y también cuando recogía sus cosas y se marchaba. Nunca me preguntó mi nombre o se interesó demasiado por mí, pero siempre fue amable y educada. Cuando me quedé embarazada lo oculté. No quería que me despidieran y mis padres tampoco sabían nada. Para ellos yo todavía era virgen y, además, siempre decían que íbamos a volver a Bolivia y yo no quería que nada nos atara demasiado y nos impidiera volver a casa. Un par de meses después me enteré de que Rosa estaba también embarazada. La enhorabuena de algún compañero y una imagen de una ecografía pegada en una esquina de la ventana junto a su mesa fueron los principales indicios, pero enseguida me di cuenta de que acariciaba su vientre y de que incluso había cambiado su forma de caminar.

Yo vivía su embarazo como no podía vivir el mío. Contaba sus semanas de gestación en su calendario e imaginaba a mi bebé en mi vientre. Nunca le vi en ninguna ecografía ni me hice ninguna analítica, pero gracias a Rosa me enteré de que había que tomar algunas vitaminas y me las apañé para comprarlas en la farmacia e irlas tomando yo también. Una cosa es que mi bebé me recordara al cabrón que me había dejado embarazada y me había abandonado después de deshonrar mi cuerpo y otra cosa es que deseara algún mal a la criatura que llevaba en mi interior.

Sabía que yo no podía ser su madre, pero sabía que encontraría a alguien lo suficientemente bueno. Alguien como Rosa, que parecía que llevara las palabras “amor maternal” tatuadas en la frente. Unas pocas semanas después de empezar a sentir los movimientos de mi bebé en mi vientre, me enteré de la muerte de Luís. Algunos de sus compañeros discutían junto a la máquina de café sobre la mala suerte de Rosa y sus compañeras no sabían si mandarle flores al hospital era adecuado para después de la experiencia de parir a tu propio hijo sin vida. No había entierro ni funeral en el que expresar las condolencias, pero tampoco les parecía adecuado hacer como si no hubiera pasado nada. “Ya veremos”, decían. Pero nunca vieron nada. O al menos no lo vieron como yo. Yo, que sentía a mi pequeño aletear en mi interior, lloraba con Rosa mientras limpiaba su escritorio y veía aquella colección de ecografías colgadas en la ventana. Lloraba por el pequeño Luís que nunca disfrutaría de los brazos amorosos de su madre.

Pensaba que no volvería a verla, pero un par de semanas después apareció de nuevo por la oficina. Con ojeras, el pelo apagado y la mirada siempre en el suelo, pero con la clara determinación de reclamar de nuevo su lugar. En se momento, cuando vi su perfil de hombros caídos y su espalda temblar por un llanto contenido, lo decidí. Ella iba a ser la madre de mi hijo. Ella le iba a dar todo el amor y el calor y cariño que había ido atesorando para el pequeño Luís. Yo iba a ser la madre de Luís, porque no podía darle a mi hijo el amor que merecía, pero sí podía darle a Luís ese recuerdo constante y ese corazón de madre roto. Un lugar en mi corazón y dentro de mí, porque yo tenía todo el amor de madre en mi interior, pero poco espacio en mi vida exterior para acomodar a un hijo de carne y hueso. Luís sería mi hijo de recuerdo y Manuel o Manuela sería el bebé de ojos vivos y aliento cálido que merecía Rosa. Me sentía casi como un cuco que deja su huevo en el nido de otro pájaro, pero no podía evitar desear lo mejor para mi pequeño y sabía que no había otra elección posible.

No sabía cuándo tenía que dar a luz, aunque por alguna aplicación móvil me había hecho una idea de la fecha aproximada. En las últimas semanas intentaba usar la ropa lo más holgada posible y caminaba encorvada hacia adelante para tratar de ocultar mi tripa. Había probado a meter algo de relleno en las caderas para disimular, pero el resultado no me parecía lo bastante bueno. Iba a todas partes con una mochila en la que había guardado una muda de ropa para bebé, una mantita, papel y algo de dinero para mantenerme unos cuantos días hasta que encontrara la manera de entregar al bebé. Al final todo fue mucho más fácil de lo que hubiera imaginado. Me puse de parto al final de mi turno cuando en la oficina no quedaba nadie. Manuela nació sin mayor problema. La limpié y vestí y después limpié cualquier resto que hubiera quedado. Me sentía un poco mareada, pero saqué un par de chocolatinas de la máquina del pasillo y busqué un taxi que me llevara al motel que había elegido para pasar un par de días.

Hasta que no llegué allí ni siquiera había mirado a Manuela. Estaba decidida a no encariñarme con ella, pues ya lo había hecho con Luís, mi auténtico bebé. Pero Manuela empezó a llorar y no me quedó más remedio que cogerla y calmarla. La miré a la cara y vi en ella los rasgos de mi abuela y no me pude sentir más orgullosa y feliz de mi pequeña cachorrita. En toda mi previsión se me había olvidado que tendría que comer, así que a falta de biberón, saqué el pecho y se lo acerqué. Y ella succionó con ganas desde el primer momento. Sabía que me iba a costar más desprenderme de ella, pero no podía hacer otra cosas que alimentarla y quererla hasta que la pudiera dejar con Rosa. Al día siguiente fui al despacho para comprobar a qué hora solía salir Rosa. Al segundo día fui un poco antes con la bebita y, por suerte, comprobé que se había dejado el coche sin cerrar y que además llevaba una sillita de bebé. Acomodé a Manuela con su nota y su mantita y me escondí. A los cinco minutos vi como Rosa se subía al coche y se marchaba.

Nunca más volví al despacho. Ese día me fui al motel a llorar por Manuela y por Luís y al día siguiente volví con mis padres como si no hubiera pasado nada. Hablaban, como siempre, de volver y saqué todos mis ahorros y los puse encima de la mesa. “Dejemos de hacer planes y volvamos con la familia. Mi futuro no está aquí”. Y un par de semanas después, estábamos de vuelta. Dejé a Manuela y me traje a Luís conmigo. Le planté un arbolito al que saludo todas las mañanas y le hablo. Le hablo de Rosa y de Manuela y de ese padre que imagino que cuida de las dos. Y mi naranjo crece jovial y lozano.

- ¿Por qué no dio a su hijo en adopción? -preguntó la voz.

- No era una opción. No quería a cualquiera. Quería a Rosa. Ella necesitaba a Manuela y Manuela la necesitaba a ella. Fui un intercambio justo. Un hijo por otro.

- ¿Está dispuesta a renunciar legalmente a la guarda y custodia de Manuela y a darla en adopción?

- Sé que en España no es legal renunciar a la custodia de un hijo a favor de una persona concreta a no ser que sea un familiar. Pero aquí las leyes son diferentes. Mi hija vive en España, pero su madres soy yo y vivo aquí. Me han dicho que eso crea un pequeño lío legal… Así que renunciaré a la patria potestad de Manuela siempre y cuando me garanticen que Rosa será su madre. Si no, firmaré un papel en el que nombro a Rosa tutora legal y creo que así será suficiente.

- Pero Rosa, la señora Díaz, ni siquiera la conoce…

- Da igual. Rosa es la madre de Manuela y voy a luchar  todo lo que haga falta para que mi hija tenga la madre que merece y para que nadie las separe.

El vídeo acabó sin más y la pantalla se quedó en negro. El juez se quedó pensativo.

-Aquí se acaba el testimonio -dijo Amelia. -Ya ve que es un caso muy peculiar y por qué he decidido intentar tramitar todo esto sin dejar un rastro de papeleo. Se trata de una situación muy delicada que puede dar lugar a un pequeño conflicto internacional. Mi opinión es que, legalmente, poco tenemos que hacer más que dar forma mediante papeles oficiales a una decisión que ya ha sido tomada por todas las partes implicadas. Las periciales demuestran que Rosa y Daniel son unos padres perfectos y capacitados, que Manuela es una bebé feliz y sana gracias a sus cuidados, y que Jimena no solo está conforme sino que fue la que orquestó todos los acontecimientos que nos han traído hasta aquí.

- Ya veo. Entonces mi decisión está clara. Si las pruebas de maternidad son concluyentes, nombraremos a Rosa y Daniel custodios legales de Manuela -sentenció el juez.

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Vario años después.

-Y así fue como finalmente te quedaste para siempre en nuestras vidas, cariño. ¿Qué te parece? -preguntó Rosa a la pequeña Manuela, que ya no era tan pequeña, sino una vivaracha niña que parecía no poderse quedar quieta mientras escuchaba a su madre.

- Tu llegada a este mundo estuvo plagada de acontecimientos -añadió Daniel.

- ¡¡¡Es como una “ventura”!!! Como un cuento de hadas. Y yo soy la protagonista -gritó entusiasmada la pequeña, mientras daba saltos y palmadas.

- ¿Te gustaría conocer algún día a tu verdadera madre? -preguntó Rosa.

Manuela la miró con curiosidad. - ¡Pero mamá! ¡Qué tonterías dices! Te conozco perfectamente. -exclamó Manuela.

Rosa la abrazó con fuerza. -Quería decir a tu otra mamá, al a mujer que te llevó en su vientre.

- Ya la conozco. He soñado con ella muchas veces. Es mi hada madrina y Luís es su pequeño ayudante.



Relato de ficción. Los hecho aquí reflejados son fruto de la imaginación de la autora y no se correspoden a la historia de ninguna persona real.
**Todos los derechos reservados.
**Prohibida su reproducción total o parcial por cualquier medio sin permiso de la autora.

jueves, 6 de marzo de 2014

Síndrome de la asesora de lactancia

Una foto muy especial, salida del objetivo
de Rebeca López, de Kisikosas.
Síndrome de la asesora de lactancia: dícese de cuando una madre asesora de lactancia es experta en diagnosticar problemas de lactancia en otras mujeres, y en darles tanto apoyo moral como opciones para resolverlos, y en cambio no es capaz de ver o diagnosticar los problemas en su propia lactancia.

Hasta ahora siempre me había enfrentado a este fenómeno en cabeza ajena... Es decir, yo era la asesora que ayudaba a otras compañeras a descubrir algún problema o sugiriendo opciones que no se habían planteado por si mismas... Y asumiendo que para analizar una situación delicada o problemática siempre hay que tomar una distancia, física y emocional, no entendía demasiado bien por qué no podían ver por si mismas lo que para mí resultaba evidente a simple vista.

Pero no hay más lección de humildad que vivir el proceso en tus propias carnes. Y con el nacimiento de Erik he tenido oportunidad de vivir el síndorme de la asesora de lactancia con gran intensidad. Vamos, que es de estas veces que el destino te hace un "zas, en toda la boca" de libro. Y es que no hay como un hijo para desmontarte todas las expectativas del mundo.

Nada más nacer me pusieron a Erik encima en piel con piel... durante unos cinco minutos y enseguida se lo llevaron. La separación cero que promulga Nils Bergman (que de eso os hablaré otro día) no se cumplió en nuestro caso, pero era justificado porque había sospecha de ciertas patologías en el bebé que había que confirmar o descartar cuanto antes.

Lo bueno es que todo esto pasó en un hospital, el 12 de octubre, donde las unidades de neonatos son de puertas abiertas las 24 horas para padres... Lo malo es que, aunque yo no estaba en ninguna "reanimación" o similar, no me "dejaban" ir a ver al peque hasta que me subieran a planta y allí me dieran el OK. Entre unas cosas y otras se me pasaron tres horas, en las que cada poro de mi piel me pedía estar con mi bebé y ni una sola neurona se encargó de recordarme que lo mejor mientras esperaba era empezar a extraerme leche para dar a mis pechos la estimulación que el bebé no estaba haciendo directamente.

Cuando por fin nos reunimos, Erik estaba ya en la fase "bello durmiente" y apenas se enganchó al pecho... Y yo de nuevo tenía las neuronas plácidamente también en fase "bellas durmientes" y tampoco pensé en extraerme. Sí pensé en ponerlo en piel con piel, pero estábamos en una incómoda silla, al lado de una puerta, en un sitio con bastantes corrientes y con poca tranquilidad e intimidad. No era el ambiente idóneo para un encuentro, pero el subidón del estar juntos lo compensó todo.

Esa noche tuvieron que ingresar al peque de nuevo en neonatos, con tan mala suerte que nos tocó la enfermera nazi que nos prohibió el acceso a la zona de "transición" donde estaba Erik y se inventó que estaba "nauseoso" para negarnos bajar a "la toma de las tres" y tener la condescendencia de permitirnos ver a nuestro bebé en "la toma de las seis". Y de nuevo, en ningún momento la extracción se me pasó por la cabeza.

Entre tanto, mi peque tuvo que enfrentarse en solitario a varias pruebas y pinchazos que, entre unas cosas y otras, llevaron a la situación del día siguiente: Erik rechazaba el pecho. Había poco calostro, el pecho apenas había estado estimulado (en 24 horas solo mamó entre las ocho de la tarde y las 12 de la noche a demanda y una toma más a las seis de la mañana) y Erik terminaba sacando todas las frustraciones y llantos del día cuando estaba en la teta.

Al tercer día de vida de Erik (segundo
día de extracción intensiva) ya conseguía
sacar algo menos de 20 ml de calostro
entre ambos pechos.
A última hora de nuestra segunda tarde parece que las neuronas empezaron a funcionar de nuevo y se me ocurrió preguntar por un extractor. También cabe decir que, en todo este tiempo, nadie me lo ofreció, ni me aconsejó extraerme, ni me dio un buen consejo al respecto... aparte de la consabida pregunta de "¿Tienes leche?", que uno consideraría proscrita en un hospital IHAN,

Y ahí estábamos al día siguiente; mientras José Mª Paricio-Talayeron daba una charla sobre bebés que rechazan el pecho, yo estaba viviendo en mis carnes de madre puérpera la crudeza de la situación en la que tu bebé se pone a llorar como si le estuvieras matando con solo acercarle al pecho... ¡¡¡Si hasta podrían haberse acercado al hospital a hacer el caso práctico con nosotros!!!

En fin, que, una vez la neurona empezó a funcionar, terminamos dando con nuestra propia solución: estimular todo lo posible la producción con extracción en sacaleches y usar el calostro extraido (5 0 10 ml a lo sumo) para dárselo en jeringuilla antes de volverle a poner al pecho. Darle un suplemento de leche extraída era la única manera de volverle a poner en modo "cooperativo" después de iniciar una de sus "peleas con el pecho".

Y, con las neuronas ya puestas al 100%, se me ocurrió aprovechar lo que no quería ya del suplemento para (usando la jeringuilla con sonda que empleaban para extraer la leche del biberón usado en el extractor) introducir la sonda por la boca mientras estaba en el pecho e ir inyectando pequeñas cantidades cuando él dejaba de mamar. Haciendo esto, pensaba yo, conseguía que comiera satisfactoriamente de nuevo al pecho y que la experiencia fuera positiva. ¡¡¡Y funcionó!!! Además, unas 24 horas después, y supongo que gracias a toda la extracción y a que la maquinaria del cuerpo se puso a funcionar de nuevo, tuve una gran subida de leche y Erik comió como un campeón.
Primero le suplementaba con la jeringuilla
(sin sonda) y luego ya aceptaba mamar al
pecho. Yo introducía la sonda por la comisura
del labio e iba inyectanto pequeñas cantidades
para animarle a mamar (de manera similar a lo
que se consigue con la compresión mamaria).

Tuvimos algún pequeño bache después (aunque ahí yo dudo de si fue bache o que el peque estaba molesto, incómodo o le dolía algo) y lo solucionamos de nuevo a base de extracción, después de las tomas, para incrementar la producción.

Y bueno, esta experiencia me ha enseñado bastantes cosas:
  • Que el síndrome de la asesora de lactancia existe porque cuando estás centrada en tu puerperio y en tu bebé es imposible tener una actitud analítica e incluso lo más evidente ni se pasa por tu cabeza. Yo he aconsejado a decenas de madres que se empezaran a extraer cuanto antes si las separaban de sus bebés y yo no fui capaz de verlo y hacerlo por mi misma.
  • Que el síndrome de la asesora de lactancia es doblemente doloroso. Cuando tienes problemas en tu lactancia y eres una supuesta "experta" en lactancia, resulta doblemente frustrante verte impotente ante todos los problemas que van surgiendo.
  • Que el hecho de dar a luz en un hospital IHAN no garantiza que vayas a tener un buen asesoramiento en lactancia y que, a pesar de la formación, entre el personal de estos hospitales persisten muchos mitos y errores al respecto.
  • Que toda la confianza del mundo no es suficiente cuando existe un problema.

viernes, 20 de abril de 2012

Envidia cochina (y III)


Imagen con la que ilustran el apartado
de Primera visita y Seguimiento en Atención Primaria
en la Guía de Actuación en el Nacimiento
y la Lactancia Materna para profesionales
sanitarios
elaborada por el Comité de Lactancia Materna
del Hospital 12 de octubre y C.S. Atención Primaria
Continúo hoy con la tercera y última entrega de mi crónica de la jornada encuentro entre atención primaria y especializada del Hospital 12 de Octubre, con el resumen de la la tercera mesa redonda, en se abordó el seguimiento en atención primaria del puerperio. La primera intervención fue de Raquel Gómez Casares, pediatra del C.S. Abrantes que se expuso las prácticas que se desarrollan en su centro de salud para garantizar una correcta atención a las madres lactantes en la primera visita posparto, una de las más importantes para constatar la buena marcha de la lactancia materna una vez la madre vuelve a casa.

Me sorprendió gratamente el hecho de que Raquel afirmara que la observación de una toma resultaba fundamental para saber si todo iba bien o no, por lo que esta pediatra reserva siempre la primera hora o la última de su consulta para atender a estas madres y poder dedicarles todo el tiempo que se merecen. Una práctica que la honra, porque es la primera vez en la que oigo que un pediatra incluye la observación de la toma en sus exploraciones pediátricas a un recién nacido. Estuve por levantarme y pedir que entre todos le hiciéramos la ola ;-)

Pero ahí no queda todo, sino que Raquel Gómez, en su política de prestar una atención encaminada al mantenimiento de la lactancia materna en el tiempo, pregunta a las familias sobre cuándo está prevista la vuelta al trabajo de la madre y les recomienda que se citen un mes antes de ese momento para asesorarles e informarles sobre las distintas opciones para mantener la lactancia materna tras la reincorporación.
Por supuesto, y dada esta política de prolongar la lactancia materna en el tiempo (parece que en este centro de salud se han olvidado ya de todos esos mitos de que si a partir de cierta edad es “vicio” y demás, ¡olé!), la pediatra también afirmó que se trataba de fomentar en todo momento el respeto “a las madres que optan por una lactancia materna prolongada o en tándem”.

Derechos laborales
La segunda intervención fue protagonizada por Rosario Sánchez, enfermera del hospital Puerta de Hierro, que habló sobre legislación, trabajo y lactancia. Hizo un repaso sobre las principales leyes y los cambios que ha introducido la última reforma laboral en este sentido, sobre todo orientados a recortar derechos (por ejemplo, que el padre y la madre compartan el disfrute de algunas de las ventajas maternales) y a dar más peso a la opinión del empresario en algunas decisiones que antes solo recaían en la madre (por ejemplo, la elección de cuándo se coge la hora de lactancia).

Grupos y consultoras
Finalmente, la mesa se cerró con la intervención de BettinaGerbeau, IBCLC y monitora de La Liga de la Leche, cuya exposición se centró en la lactancia como fenómeno sociológico. Así, afirmó que la lactancia materna es “una mezcla de conducta biológica y comportamiento social adquirido”, por lo que es importante el proceso de aprendizaje por el que pasan las madres a la hora de incorporarlo. En este sentido, y según los estudios manejados a la hora de elaborar su intervención, Bettina señaló que los distintos grupos sociales reciben diferentes influencias con respecto a su proceso de aprendizaje en torno a la lactancia materna.

Así, en las madres de nivel social bajo, la mayor influencia es la opinión de los familiares de la madre. Cuando el nivel es medio o la mujer se mueve en lo que Gerbeau denominó como ambientes “alternativos” las experiencias más influyentes proceden de los grupos de apoyo a la lactancia materna y de los compañeros de trabajo. Finalmente, en los niveles sociales más alto, las madres prefieren tener en cuenta la opinión de los profesionales sanitarios y de las consultoras de lactancia. Aunque, en todos los niveles, también hay que tener en cuenta la influencia de los medios de comunicación.

“La madre lactante quiere integrarse en la sociedad, ser bien considerar y sentir que tiene un papel que desempeñar (el de“buena madre”)”, señaló Bettina. “La sociedad tiene reglas en todos los comportamientos. No están escritas, pero hay que acatarlas. Por ejemplo, si una madre decide no dar de mamar será criticada, si una madre decide dar de mamar hasta el año va a ser cuestionada y si una madre decide dar de mamar a su hijo hasta los cuatro años va a ser denostada”, concluyó, afirmando que nuestra sociedad es favorable a la lactancia, pero con restricciones, ya que hay comportamientos que todavía resultan chocantes. 

Tras estas reflexiones, Bettina Gerbeau describió el papel de los grupos de apoyo a la lactancia materna y de las consultoras de lactancia desde esta perspectiva sociológica y terminó su exposición subrayando que “no dan de mamar las madres que tienen más facilidades sino las que reciben mejor apoyo”.

jueves, 19 de abril de 2012

Envidia cochina (II)

Imagen con la que ilustran el apartado
de Parto y Puerperio inmediato en la Guía
de Actuación en el Nacimiento y la Lactancia
Materna para profesionales sanitarios
elaborada
por el Comité de Lactancia Materna
del Hospital 12 de octubre
y C.S. Atención Primaria

La segunda mesa redonda de la jornada encuentro entre atención primaria y especializada del Hospital 12 de Octubre se ha centrado en la atención al parto y al puerperio inmediato y ha sido la más concurrida de las tres. Coordinada por Concha de Alba, neonatóloga del hospital e IBCLC, comenzó con la intervención de Olga Arroyo, matrona del 12 de octubre, sobre el parto de mínima intervención que se practica en el hospital. Una de sus primeras aportaciones sobre el tema fue la puntualización de que la matrona es el “profesional capacitada para atender este tipo de partos y para reconocer indicadores que supongan una desviación de la normalidad, por lo que debe trabajar con plena autonomía y responsabilidad sin necesidad de ser supervisada”.

Aunque en el parto de mínima intervención se coloca una vía periférica por seguridad (seguro que no conocen esta petición de actuable), aseguró que no se ponía oxitocina ya que entiende que esta hormona, cuando es artificial, interfiere en el comportamiento maternal.

Especialmente, destacaría la enumeración del gran número de medidas disponibles para aliviar el dolor en un parto de mínima intervención sin tener que recurrir a la epidural:
  • Atención psicológica
  • Apoyo
  • Acompañamiento
  • Darle lo que ella precisa
  • Música
  • Relajación
  • Respiración
  • Masajes (pareja)
  • Agua caliente
  • Pelotas
  • Infiltración en triángulo de Michaelis
  • AcupunturaAcupresión
  • Osteopatía
  • Cambios posturales

Finalmente, y en cuanto al expulsivo, Olga Arroyo aseguró que se sigue buscando el ambiente íntimo en esta fase del parto, evitando que haya demasiada gente en el paritorio y propiciando que los profesionales sanitarios hablen en voz baja y siempre respetando la intimidad de la madre. Los pujos son espontáneos y se propicia un clampaje tardío del cordón umbilical para facilitar la adaptación del bebé a la vida extrauterina. Todo ello seguido de contacto piel con piel y de apoyo al inicio de la lactancia.


Cesáreas bajo mínimos
Isabel Camaño, ginecóloga del hospital, habló de la idoneidad de fomentar el piel con piel en todos los casos posibles, incluyendo los partos por cesárea. En primer lugar, las intervenciones de la atención a la futura madre están orientadas a evitar la cesárea al máximo posible, ya que esta supone un obstáculo para la realización del piel con piel.

Una intervención con un buen resultado es la versión externa, que se lleva practicando un año y medio en este hospital. Es una técnica por la que un profesional trata de girar al bebé que se presenta de nalgas para que se gire hasta la posición cefálica, permitiendo así un parto vaginal, ya que en muchos hospitales todos los partos de nalgas se realizan mediante cesárea.

Camaño señaló que la versión externa es segura (ya que está avalada por todas las sociedades científicas), eficaz (ya que tiene éxito en el 50% de los casos) y bien tolerada por las madres. Otra aportación interesante se centró en la cesárea “a demanda” o electiva, que cada vez piden más madres. La gestión de estos casos, según Camaño, pasaba por ofrecer información contrastada a la madre para realizar una decisión informada y proponiéndole la obtención de segundas opiniones por otros profesionales. En última instancia, dijo, no se podía evitar ya que había que respetar la autonomía del paciente.


Con prescripción médica
La mesa continuó con la aportación de una enfermera de obstetricia del hospital, Sara Rodríguez, que comentó los pormenores de las distintas actividades de información individual y grupal, así como los protocolos de suplementación y alimentación con fórmula artificial.

De su intervención, me quedaría con varias cosas, como por ejemplo el hecho de que en el 12 de Octubre se enseñe a las madres a reconocer las señales precoces de hambre, identificando el llanto como una señal tardía. Y es que este es un tema que muchas madres que acuden a los grupos de lactancia desconocen, porque nadie se lo ha contado y cuando les indicas la secuencia de movimientos que realiza un recién nacido cuando tiene hambre (bostezar, abrir y cerrar la boca, mover la cabeza hacia los lados, chuparse los puños, bracear y patalear y, finalmente, llorar), la reconocen perfectamente. Saben que su hijo hace todo eso, pero nadie les ha dicho que eso significa que tiene hambre.

Importante también el protocolo para evitar los suplementos innecesarios, comenzando por informar a la madre de que el calostro es suficiente y del riesgo que supone la alimentación con sucedáneos cundo es innecesaria. Además, en el hospital los suplementos se administran únicamente con orden médica y con el consentimiento de los padres, debiéndose registrar en la historia clínica del bebé. Un método que, a mi modo de ver, es ideal para acabar con los biberones secretos en las maternidades.


Respeto por la lactancia
Por su parte, Patricia Magaz, auxiliar de enfermería de esta institución, presentó una comunicación sobre cómo se ayuda a las madres con necesidades de extracción, centrándose, principalmente, en los casos de niños ingresados en neonatos. Importante la política clara de lactancia en la que se permite a los bebés ingresados en esta unidad mamar a demanda y no se interrumpe ninguna toma para realizar exploraciones. Estas decisiones tan pequeñas y banales, a mi modo de ver, son las que dignifican realmente el papel de la madre y la importancia de la lactancia materna. Como lo fundamental es que el bebé coma, la enfermera, el pediatra o el cirujano son los que deben esperar, al contrario de lo que sucede en otras muchas instituciones en las que nadie duda en separar al bebé del pecho de su madre para realizar cualquier exploración o maniobra que bien pudiera haber podido esperar. Además, según explico Patricia Magaz, todas las actividades de enfermería se realizan con el niño al pecho.

Aparte de las particularidades sobre la información ofrecida a las madres sobre la extracción, también me alegró el hecho de que advirtieran a las madres de que el Método Madre Canguro (MMC) “incrementa la duración de la lactancia y la producción de leche”.


Ingreso conjunto
Esta interesante mesa redonda se cerró con la intervención de la pediatra del hospital, Silvia Belda, que habló de cómo se ayuda a la diada mamá-bebé en caso de separación durante un ingreso hospitalario del pequeño.

En este sentido es especialmente reseñable el hecho de promover la “cohabitación 24 horas al día” de madre y bebé, facilitando un espacio lo más confortable posible para ello y adaptando los recursos materiales y personales.

Con el objetivo de contribuir a mantener la lactancia materna incluso en caso de separación, todos los servicios en los que se atiende a niños en el hospital cuentan con extractores de leche para las madres y personal formado para la manipulación y administración de la leche materna.

Como véis, más razones para seguir teniendo envidia cochina de todo lo que oí y ví durante esas jornadas. Casi me entraron ganas de secuestrar a un gran número de esas mujeres maravillosas y traérmelas conmigo para sumarlas a un "dream team" encabezado por José Mª Paricio.

Continuará...

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